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“La Pureza de las palabras”, de Jenny Erpenbeck
La voz de los mundos paralelos
Por | Fotografía: Editorial Edhasa.
Foto:
Traducción de María Graciela Tellechea, Editorial Edhasa, Buenos Aires, 2014. 95 páginas.
Publicada el en Libros

Un sopor, una especie de desahogado ahogo camina sobre las palabras y las constituye, las rememora mientras las nombra. El lector no sabe qué hacer con esa voz diminuta y poderosa a la vez que deambula como una nube espumosa devorando significados interpuestos a lo que cada palabra es capaz de designar.

Las escenas son límpidas, como el tono acusatorio e hilarante del personaje de esta novela cuya estructura se parece más al de un largo proyecto poético en prosa.

Todo pasa, o mejor pasó, o mejor va pasando mientras en la mente de una niña que vive dentro del lenguaje más que en el mundo, extrae de la realidad a los objetos cotidianos y conocidos de la realidad para reacomodarlos en una nueva galaxia.  Magma de signos, planetas que están a punto de fundirse en lodo, sangre o silencio, pero algo los contiene.

Algo ha mudado esa voz certera al recodo de lo absoluto. Esconder, dejar de ser un infante para quedar atropellado por la instrucción amable, pero densa, espesa como un líquido plomizo y amargo. Inusitada superficie de brillos incandescentes, cielos abiertos al sol. Encendida luz que parece no acabar. Cortina que cubre un horror que a veces, sólo a veces asoma su crueldad como un puñal que hiere, sin matar, espera un poco más, otro poco.

“Si el cuchillo está lo suficientemente afilado, se puede cortar alrededor de la planta de los pies, de alguno o alguna y despegar la piel. Desde ahí esa o ese ya no tienen que caminar mucho hasta llegar al país de la muerte. Y una palabra siempre será la última. Cuchillo tal vez. U otra. Alguna palabra que ese o esa siempre supieron”. La niña dice/piensa/nombra estás palabra luego de describir los cubiertos con los que come. Los nombra, explica que uno de ellos tiene un oso, otro una liebre.. No son para cortar. Y de repente la voz del horror, ocupa el lenguaje. Las palabras se amotinan y no hay nadie que nos salve.

El país donde la niña vive con sus padres, por cierto se parece a la Argentina de la dictadura. Pero no es lo que importa tanto. Sino el cuadro de situación. La manera en que se compone esta distorsión embrujada por la condición de belleza y de dolor, de cierta magia (la presencia de la Difunta Correa, obturando a la razón). El padre amoroso, prolijo y cristiano que mastica la tortura y el crimen detrás de su mandíbula y escupe los restos en sentencias a su hija.

Una niña que quiere hablar de  lo que su cuerpo expulsa y que es callada, corregida, puesta a punto con el ritmo en cadencia y vuelo de la estructura poética, tensionada hasta el límite de un grito adeudado a los que quedan sin nombrar y que rugen alrededor de la historia principal del libro. Esta niña parece venir en diálogo de aquella que desde ningún lugar y todos habla con inocencia y sabiduría en la formidable película de Isabel Coixet “La vida secreta de las palabras”, hasta el título de la película, alucinada por el silencio de muerte que provoca la guerra, aun cuando el amor es una posibilidad de quiebre, parece anticipar esta novela que recupera esa vida secreta para, alquimia mediante, disolver lo instrumental del lenguaje, para operar microscópicamente sobre su sentido más hondo.

Diminuta y potente nouvelle que no llega a las cien páginas, por suerte. Porque su tono adquiere la fuerza y el sabor esperado justo en ese tiempo de lectura, en ese pasaje de páginas. Más, rompería esas costas de contención, el de un submundo casi claustrofóbico, donde la alegría es un artificio que sólo una niña puede rescatar de su fugacidad para hacer de esa brevedad un argumento de vida. “Uno. Dos. Y tres. Todos los movimientos bruscos, todo lo espontáneo y lo irregular: correr, balancearse, empujarse, apoyar y caerse, girar y saltar, todo eso es extirpado de nosotros y depositado en algún lugar fuera de nuestro alcance donde se convierte en chatarra.” La violencia es una metáfora que relega su golpe efectivo de muerte con las dosis del peor veneno: el ocultamiento acechante detrás del mentolado sudor de la hipocresía. Un dulzor a la vez ácido y corrosivo.

Jenny Erpenbeckn (1967) es alemana. Nació en Alemania Oriental y allí vive aún. Es directora teatral y escritora. Esta novela es la continuidad de otras producciones como “Historia de una niña vieja, traducida a doce idiomas; un volumen de cuentos titulado “Tand”. “Una casa en Brandemburgo” es otra novela. Por todas obtuvo premios y la ventaja de las becas.

En “la Pureza de las palabras” puede notarse una estética escénica que se enuncia como provocación y destino. El balbuceo que inauguró Duras y que es propio de la mejor poesía, se reúnen aquí en una ceremonia a la que no hay que dejar de asistir, a sabiendas de las consecuencias que todo encuentro con una verdadera obra de arte provoca.

La traducción merece un elogio aparte.

Claudio Asaad
- Director de cine, escritor y docente -