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Anticipo exclusivo de Editorial Recovecos.
La Ley de la revolución
Foto: Gustavo Roca, a la derecha, con un grupo de exiliados en México.
Sale al mercado editorial en los próximos días la primera biografía política de Gustavo Roca. Hijo de Deodoro -figura clave de la Reforma Universitaria de 1918-, amigo del Che y de Cortázar, fue uno de los abogados más emblemáticos de la Córdoba revolucionaria.
Publicada el en Libros

El periodista cordobés Juan Cruz Taborda Varela presentará el próximo miércoles 20 de abril su opera prima en Córdoba. Se trata de "La ley de la revolución", una biografía política de Gustavo Roca, que aparecerá en las librerías con el sello de Ediciones Recovecos. El evento se realizará a las 19.30 en el Auditorio Luis Gagliano –Jujuy 27- y acompañarán al autor  los periodistas Dante Leguizamón y Luis Rodeiro. También tocará en vivo el grupo Presenta Trío. Sobre Roca, dijo Vicente Zito Lema: "La cultura y la ética tuvieron, en Gustavo, un fiel defensor del sueño de la revolución. Era un símbolo histórico de los intelectuales que, surgidos de las clases medias y media alta, de las familias tradicionales, se fueron haciendo cargo de las luchas populares". A continuación se transcribe el capítulo introductorio del libro:

Gustavo Roca fue leguleyo como su padre Deodoro. Antes, un activo dirigente y líder estudiantil de la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) en los comienzos de su vida adulta. Siempre un militante de izquierda por fuera de cualquier estructura, casi como un mandato paterno. Lejos de la organicidad y los compromisos verticales –una de las tantas marcas deodóricas–, estableció relaciones con distintas variantes de la izquierda del continente y se vinculó, desde su temprana edad, con todas las causas de claro sesgo popular.

Sin ser antiperonista y casi como acto autómata, defendió a los perseguidos políticos por el peronismo. Y así, sin ser peronista, se convirtió en uno de los pelandrunes que intentaron sostener a Perón cuando el final era casi inevitable. Apostando por el fin de la dictadura que se decía Libertadora, pensó un diario y le dio cabida al sindicalismo peronista y a la intelectualidad de la izquierda. Por eso lo metieron preso. Representó legalmente a los integrantes de la primera guerrilla del país, el Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP). Pero no fue sólo el representante legal. El vínculo trascendió lo técnico. Su vinculación adolescente con Ernesto Guevara, vecino de la Córdoba de mitad de siglo, lo puso en el centro: era el amigo del Che en Córdoba. Pero no sólo eso: era el amigo del Che en Córdoba que tenía vínculo directo con la Revolución Cubana. Era, Roca, la Revolución Cubana en Argentina.

Cuando el aura del muchacho de Alta Gracia asesinado en Bolivia escoltó a buena parte de los jóvenes argentinos, él estuvo ahí como relator de esas batallas por la liberación. Y cuando ellos dejaron los sueños en manos de las armas, fue el abogado defensor de cientos. Y el padre de muchos. En la breve primavera del ’73 fue uno de los artífices de la amplia amnistía a los presos políticos. Número puesto como embajador en la isla de sus sueños, un hombrecito que había sido cabo de policía y padecía de alucinaciones extrasensoriales, no sólo le bajó el pulgar. También le juró la muerte.

Perseguido por el terror desde el poder, figuró en la primera lista de la Triple A en plena democracia, junto a sus defendidos Tosco y López, Agustín y Atilio. Poco le importó al francotirador sin armas, el hombre temerario que con una pluma disparaba balas de tinta sobre las testas de militares y policías a los que, desde su más temprana edad, parodió como bestias sin destino.

Debió huir. Y en la huida llegó a la cima del poder mundial para delatar a los genocidas. La respuesta desde acá fue unánime e incluyó a su propia sangre: traidor a la patria, marxista aristócrata, el diablo mismo. Su foto en los aeropuertos y una sola palabra: Buscado. Desde Menéndez a Jacobo Timermann, cientos pidieron su condena internacional. En el exilio forzado creó la primera comisión de denuncia de los crímenes que cometía el Terrorismo de Estado. Y volvió, de ese exilio que lo llamó apátrida, acompañado por las cámaras de la Televisión Española: apenas amanecía la débil e inestable democracia y una mañana de ese verano, en el cementerio San Vicente, Roca hablaba de genocidio –término que la justicia argentina tardaría treinta años en decir– y señalaba las fosas comunes donde estaban los desaparecidos. Diciembre de 1983.

Un año después, la justicia de la democracia lo encarceló. Y la impunidad, poco antes de su muerte, lo dejó en el olvido.

No hay una mirada unívoca sobre Gustavo Roca. Nunca las hay. Sobre nada ni nadie. Pero en este caso no se trata de adeptos y adversarios. No es cuestión de amigos y enemigos. Hablamos del modo en que se reconstruye la vida de un ser complejo, por momentos mitológico, cargado de matices y con una multiplicidad de vivencias que, a partir del relato de su propia vida, permite reconstruir medio siglo de la historia argentina y cordobesa. Un hombre que es una, mil historias que lo conforman, pero que no lo definen para siempre.

Apenas un esbozo de esa totalidad.

Por todo eso, no tienen pretensiones, las páginas siguientes, de ser biográficas de Roca. Tan sólo se conforman como fragmentos, trazos dispersos, huellas pocas veces registradas, de un hombre de otro siglo, que nació en un sótano de la Córdoba de la Reforma, el de su padre. Y que heredó, en ese parto, en ese sótano, la Córdoba de la Revolución.

 

 

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -