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Carreras de galgos
La grieta canina
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La Cámara de Diputados podría sancionar antes de fin de año una ley que prohíba la carrera de galgos en todo el país. Los galgueros se oponen: aseguran que aman a sus perros y piden que la actividad sea regulada, no prohibida. El testimonio de un hombre que lleva cuatro décadas haciendo correr a sus animales
Publicada el en Crónicas

Sobre una pared verde, descascarada y sin revocar, varios cuadros retratan los triunfos. En uno de ellos se puede apreciar un canino amarronado y esbelto. Una capa con el número 6 cubre su cuerpo. Frente a él, un trofeo simboliza el éxito. Alrededor, los rostros de las personas fotografiadas demuestran felicidad, euforia, emoción y alegría.

“Ese cuadro es cuando el “Terrible Teen” ganó un clásico en el Palermo de los Galgos, en Marcos Juarez”, dice Jorge González y enfatiza: “fue una carrera muy importante, corríamos contra diez perros de alto nivel y salimos primeros. Para mí fue una gran satisfacción”

González nació en pleno verano, allá por el ’62, en un pueblito llamado General Viamonte. A los 12 años un amigo de su padre le regaló una galga rusa a la cual apodó “Campanita”. Jorge siempre fue amante de los animales, pero con los perros galgos siente algo especial, lo que él llama “una verdadera pasión”.   

Ser galguero

En el ambiente galguero, Jorge es “Gonzalito”. Con 54 años y 42 de galguero, lleva más de 300 carreras ganadas en diferentes lugares del país y tiene más de 20 perros a su cuidado.

Más bien petizo, de tez morena y muy extrovertido, la experiencia anida en sus arrugas. Cuando habla de sus perros, sus ojos adquieren un brillo especial: “son como mis hijos” dice, emocionado.

A las seis de la mañana de un día frío de domingo, Jorge se levanta, toma a la ligera unos mates y sale al patio de su casa en busca de sus galgos. El jardín está colmado de árboles frutales y todo tipo de plantas. El pasto verde está recubierto de gotitas de rocío. Hay tres galpones. Dos guardan los materiales que González utiliza a diario para ir a pintar y realizar sus trabajos. El otro está compartimentado en tres piezas donde se alojan sus perros.

Cuando los canes ven llegar a su dueño se levantan exaltados. El galguero saca a “Terrible Teen” de su cucha y lo comienza a preparar para un día de competición. Una voz eufórica sale de la radio que está dentro del galpón. Describe el clima y luego suena a todo volumen una chacarera. “Le pongo la radio a los perros para que no sientan ningún ruido extraño a la noche y puedan dormir bien”, cuenta Jorge. Y agrega: “mucha gente cuando viene me pregunta por qué y se ríe, pero está comprobado que a los perros les hace bien escuchar la radio”.

El fuerte olor a Átomo desinflamante en crema se puede sentir a la distancia. “Terrible Teen”, echado sobre un colchón viejo, se deja masajear tranquilamente, mientras su dueño acota serio y convencido: “los perros son como los deportistas, se deben entrenar bien para poder obtener un buen resultado”. Pronto, a la indicación de un “¡¡vamo, vamo arriba mi loco!!”, el canino se levanta, bebe un poco de agua, se deja poner la correa y sigue a Jorge hasta la camioneta. A la orden de “subí”, el perro pega un salto y se acomoda a la espera del viaje a Marcos Juárez.

Con la ayuda de Gelen, su esposa – quien lo acompaña la mayoría de los domingos o incluso algún feriado – Gonzalito carga las cosas necesarias para la competición: dos bidones de agua, el bozal, la capa y su infaltable equipo de mate. Se despide de sus tres hijas y parte camino a lo que él espera ansioso sea un triunfo.

Dos horas y media de camino, entre mates y anécdotas: “recuerdo aquel tiempo – 1974– en donde recién comenzaban a surgir las carreras de galgos. El rematador era el encargado de llevar a cabo las “posturas”. En ésa época se comenzaba apostando diez pesos que serían cien de ahora, y cada vez se jugaba más y más plata. Siempre había uno o dos favoritos. Con favorito me refiero al perro o los perros que prefería la mayoría de la gente, que no siempre era el que ganaba. No más de cinco de perros corrían 250 metros. Todo comenzaba cuando el organizador los incentivaba mostrándoles una liebre. Luego ataba un cuero de liebre con sangre fresca a un alambre que se deslizaba por un riel y posicionaba los perros en fila, detrás de una línea demarcada con cal. Otra persona bajaba la bandera y los perros, ya sueltos, corrían persiguiendo el cuero de liebre hasta llegar a la meta” cuenta Jorge. Y agrega: “mi primer carrera fue una gran motivación, porque Campanita corrió y ganó”, sonríe mientras evoca el momento.

El recorrido sigue hasta llegar a Marcos Juarez. “Éste es el lugar donde vienen a correr los perros de mejor nivel de Argentina y también de otros países como Estados Unidos, Inglaterra y Uruguay. De ahí viene el nombre, por la diversidad de gente que llega acá con perros de todo el mundo”, dice, orgulloso, Gonzalito.

Desde el fondo de una fila de autos que aguardan para entrar al canódromo se divisa un cartel enorme que reza: “BIENVENIDOS AL PALERMO DE LOS GALGOS”. Entre bocinazos la cola avanza a paso cansino. En boletería cobran cien pesos a los caballeros. Las damas entran gratis. El predio está lleno de gente: chicos, adultos, mujeres y hombres. También, por supuesto, perros galgos de diferentes pelajes que esperan su turno para correr.

Cerca del mediodía, el humo del asado se dispersa a lo largo y ancho del canódromo. “Aparte de venir a disfrutar de un día viendo carreras, nos comemos un regio asado y nos tomamos un fernet”, dice Jorge mientras mira de reojo a su esposa, que teje todavía dentro de la camioneta. “Corremos a las tres”, anuncia.

La hora de la competencia se acerca y Jorge apura los preparativos. “Terrible Teen” permanece echado mientras su dueño –con inocultable ansiedad y nerviosismo- lo fricciona con suavidad. “Se le tiene que calentar bien el músculo porque si llega a correr frío se rompe todo”, explica. Le pone la capa con el número seis y lo hace jugar con una bolsa para incentivarlo. Lo hidrata bien y lo lleva de la correa hasta la rotonda donde siete canes se exponen ante la gente para que decida sus apuestas.

Al grito de “¡señores empieza la carrera número diez, vamos que empieza la carrera número diez, no me quede nadie afuera!”, el rematador incentiva a la multitud a que apueste y presenta a cada perro: “con el número uno ´Mafiosa´, con el número dos ‘Mariscal´, con el número tres ´Rogelio´,  con el número cuatro ´Pelusa´, con el cinco ´Tinta China´, con el seis ´Terrible Teen´ y con él siete ´Regalona´, vamos amigos, empezamos con trescientos pesos, ¿a quién dan trescientos?”. El rematador sigue hasta completar el pozo de apuestas.  Jorge está inquieto, va de un lado al otro de la gran rotonda, acomoda el perro, le da agua, lo acaricia y hasta le habla: “Ey loquito, quedate tranquilo que todo va a salir bien”. El dueño está más nervioso que el perro.

 Al finalizar las apuestas, cada galguero toma a su perro y se lo entrega a su largador, que los posiciona en diferentes lugares del campo a la espera de la largada.

En una hilera de diez gateras automáticas, cada largador posiciona su perro dentro de una ellas. A lo lejos hay un semáforo, que advierte con su luz amarilla que las gateras están cerradas. La luz verde le indica al encargado que debe poner en funcionamiento el aparato –que contiene en su extremo un bidón con una bolsa que atrae la atención del animal para que lo persiga – para que dé comienzo la carrera.  En cuestión de segundos, la luz roja marca la largada.  Los perros, con toda su adrenalina, persiguen el bidón durante 350 metros.

La gente grita, eufórica, el nombre de su perro favorito, el que eligió para tentar a la suerte con sus apuestas. “¡Vamos terrible viejo nomá!” dice Jorge, mientras revolea emocionado su campera al ver que su galgo va segundo en la competencia. En tres segundos más, la carrera culmina con un ganador. No es “Terrible Teen”, sino el galgo número tres: “Rogelio”.

Gonzalito, apenado, va en busca de su galgo. “Estuvo muy bien, no pudimos salir primeros pero bueno, son cosas que pasan”, dice resignado. Vuelve a la camioneta y le da agua a su galgo. Gelen recuesta a “Terrible Teen” para volver a masajearlo. “Mi padre me enseñó algo muy importante: para jugar hay que ser buen perdedor y buen ganador porque si no, no hay que jugar”, insiste Gonzalito con un dejo de amargura.

La acalorada jornada continúa hasta las ocho, cuando el sol comienza a esconderse. Ese domingo hubo más de 15 carreras y la gente apostó mucho dinero. “Yo no vivo de esto, pero hay mucha gente que todos los domingos apuesta y apuesta, ganan y pierden mucha plata”, comenta Jorge.

“Mi objetivo en estos 42 años de actividad fue siempre tener buenos perros, que no es fácil encontrarlos y menos criarlos. Es todo un sacrificio, pero también es mi pasión”, dice Gonzalito en el camino de vuelta a su casa, mientras piensa en su próxima carrera.

Proteccionistas

A pesar de la pasión que desata en sus protagonistas, la actividad galguera genera mucha controversia. Distintas asociaciones protectoras de animales exigen lisa y llanamente la prohibición de las carreras de galgos.

“Proyecto Galgo Argentina” es una agrupación integrada por ciudadanos comunes, hombres y mujeres reunidos bajo un mismo lema y con un único fin: terminar con la explotación del galgo en todo el país. A lo largo de tres años han logrado, a través de diversas acciones –como denuncias en fiscalías y comisarías– que se prohíban las carreras de galgos en distintas ciudades de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Neuquén.

Los proteccionistas protestan contra los galgueros: “Damos a conocer la realidad que sufren los galgos, que son desechados cuando ya no les sirven a sus explotadores; mostramos el accionar de los galgueros a lo largo y ancho del país con la cría indiscriminada de galgos, las montas forzadas, los crueles entrenamientos, las drogas que utilizan para subir su performance, el descarte de los canes a los cuales se los rescata, recupera, transita, traslada y da en adopción”, cuenta Daniela López, integrante de “Proyecto Galgo Argentina”.

Los proteccionistas han logrado que el Senado diera media sanción a un proyecto de ley que prohíbe las carreras de galgos en todo el país. El proyecto, girado a Diputados, ya cuenta con dictamen favorable de las comisiones de Legislación Penal y Legislación General de esa Cámara, por lo que en los próximos días pasará al recinto para ser tratada y votada. El proyecto fue presentado por Magdalena Odarda, senadora por Río Negro de la Alianza Frente Progresista. La iniciativa castiga con prisión de uno a cuatro años y multas de hasta 80.000 pesos a quien organice, participe o promueva las carreras de galgos.

En la otra vereda Jorge, como todo galguero, está en contra de que se prohíban las carreras, pero no se opone a que sean reguladas. Considera que debería haber un veterinario que verifique que cada perro esté en buenas condiciones antes de correr, que se juegue solo en canódromos habilitados para las competencias y que se haga el control antidoping al perro antes de salir a la pista. “Si las prohíben va a ser peor, porque se va a comenzar a jugar de manera ilegal”, advierte.

Pero los proteccionistas no parecen dispuestos a admitir grises.  López sentencia: “Permitir una injusticia significa abrir el camino a todas las que siguen. La crueldad no se regula, se prohíbe”, sentencia Daniela López, de “Proyecto Galgo Argentina”.

Ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, serán los diputados nacionales quienes definirán finalmente si las carreras serán o no prohibidas en todo el territorio argentino.

Pero su decisión no cerrará la grieta entre proteccionistas y galgueros.

Celeste González
- Estudiante de Comunicación Social -