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El Club de la Serpiente: del policial negro a la novela de la víctima
La chica del tren
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El libro de Paula Hawkins es un fenómeno editorial y fue llevado al cine. Expresión moderna del género policial negro –la novela de víctima-, es un texto descontracturado, escrito en primera persona, que mantiene el suspenso y la atracción hasta la última página, pero además refleja la problemática del machismo, los estereotipos y la violencia de género.
Publicada el en Libros

El género policial surge como respuesta a una situación social conflictiva y por tanto va mutando de acuerdo a los cambios y necesidades de los lectores. Así, de una etapa de clásico, donde la resolución del enigma depende del razonamiento y la deducción, pasa a una etapa oscura, donde la lógica no alcanza y la ley puede quedar machacada por la corrupción y la violencia. Se adapta a los requerimientos de un nuevo público sediento de sangre y habituado al cine. Pero además, incursiona en la psiquis, muestra una observación perspicaz de las relaciones humanas.

Desde que el policial negro llegó en distintos formatos y desde novedosas estructuras, abrió la posibilidad a los escritores de incursionar en los temores y pequeñas esperanzas de la gente. Con el surgimiento y la expansión del cine, el género se hizo más popular y llegó a un público amplio, que se apasionó por los nuevos misterios.

La “novela de la víctima” surgió junto con el policial negro y responde a las necesidades de un lector activo que desea meterse cada vez más en la obra, sentir empatía por los personajes y ayudarlos a develar el misterio, aunque en eso se le vaya la vida.  Esta variante del género está sujeta a las leyes del cine: prevalece la acción sobre el racionalismo deductivo. La resolución del problema es contra reloj porque la demora genera nuevos crímenes.

Los ingredientes principales de este género son la angustia, el suspenso, el miedo. Se sabe que algo muy malo está por suceder y se teme no poder resolverlo a tiempo para evitarlo. Se ahonda en la perspectiva psicológica profundizando la identificación con la víctima, que podría ser cualquiera de nosotros. En algunos casos el personaje devela el problema y se salva, pero en otros no y el desenlace inevitable es la muerte.

El héroe no es ya el detective, sino la víctima que, sin saberlo, ha sido condenada. Si logra que el tiempo juegue a su favor, puede salvarse y eliminar al asesino. Suele darse un mano a mano entre asesino y víctima: uno de los dos debe terminar muerto para acabar con el acoso y la violencia.

Los lectores de obras literarias buscan una trama que interese, entretenga y deje un mensaje. En el caso del policial, debemos su mutación a un lector activo y demandante, que no se conforma con pensar que la literatura es ficción. Quiere verse representado, sentir miedo y como todo amante del género, resolver el caso antes del final del libro. El lector siente un placer indescriptible si usa sus conocimientos, inteligencia e intuición para ayudar a una víctima que se mete en la boca del lobo por ignorancia o exceso de confianza.

Este género reafirma lo que ya había puesto sobre la mesa el policial negro: todas las personas pueden cometer delitos, aún aquellos en los que más confiamos. Hecho ligado a los cambios sociales, al avance del capitalismo con su carga de desigualdad e injusticia. La inseguridad nos vuelve personas desconfiadas, sin fe, despojadas de simpatía hacia los hombres porque pensamos que su esencia es la maldad. ¿No lo confirman a diario los medios de comunicación? Desapariciones, asesinatos, secuestros, violaciones. La paranoia se refleja en la gente que camina aferrada a sus bolsos, que no sale después de cierta hora, que llena su hogar de rejas y alarmas. Ante esto sólo hay dos opciones: o continuamos por el camino del individualismo que genera odio y violencia o nos levantamos como comunidad, trabajamos para cambiar nuestras mentes y empezamos a confiar en la bondad de los seres humanos, de nosotros mismos.

El policial nos habla de una sociedad corrupta, oscura, enferma, pero también de nuestras propias bajezas, de los disvalores que día a día perpetuamos en el hogar, en el trabajo, con nuestra pareja, con los hijos, con los vecinos. Y nos advierte -como todo género literario- que somos seres con libre albedrío y cada pizca de maldad puede ser mortal si la dejamos crecer.

La chica del tren

La novela La chica del tren, de Paula Hawkins, es un policial descontracturado, moderno, que combina diversas facetas de los subgéneros del policial. Tiene características del policial negro, por la manera en que está narrado -en primera persona a través de diarios personales-, por la crudeza con que muestra problemáticas como las adicciones, la violencia, la infidelidad, la ambición; por el realismo que utiliza al describir los hechos. El asesinato es narrado con la dureza propia de este subgénero que se especializa en provocar horror y asco en los lectores. Pero también la narración en primera persona nos permite afirmar que se trata de un policial de la víctima, que busca que el lector se ponga en el lugar del protagonista y sienta la inminencia del crimen, que intente resolverlo -al igual que el personaje principal- pero no llegue a vislumbrarlo antes del fatal desenlace.

La obra cuenta las historias entrelazadas de tres mujeres. La narración se enfoca en Rachel Watson, mostrando sus pensamientos más íntimos y la incertidumbre que la angustia: es una mujer de 30 años, divorciada, con problemas de alcoholismo y una vida miserable, aferrada al pasado y a lo que no pudo conseguir. Continúa atada a su ex marido, Tom, que tiene otra esposa y también una hija. Supieron formar una pareja feliz, pero todo se derrumbó cuando ella descubrió que no podía tener hijos. Su adicción al alcohol fue la manera de mitigar el dolor y la angustia mientras él comenzaba otra relación paralela que, al ser descubierta, precipitó la separación definitiva.  

Rachel ama los trenes. Le gusta viajar en ellos, escuchar su sonido y verlos pasar. Con su vida sin rumbo, los viajes en tren son oportunidades para imaginar vidas más felices. Así comienza a observar una casa que está de camino a su trabajo donde convive una joven pareja que parece enamorada y feliz. Hasta que las noticias anuncian la desaparición de la mujer que ella tanto observaba. Rachel, envuelta en el misterio, encuentra un motivo para luchar, aunque le pueda costar la vida.

Megan es una joven que vive con su esposo en una casa a la orilla de las vías del tren, cerca del ex marido de Rachel y su nueva esposa. La caracteriza su belleza física, pero también la oscuridad de un pasado turbulento de rebeldía y drogas. Se la muestra como una mujer inquieta, que no puede encontrar la paz interior y recurre a las transgresiones para sentirse emocionada y plena. Se plantea, a través de sus diarios, su decepción por interrumpir su carrera de artista para convertirse en esposa y ama de casa y su desinterés por ser madre, uno de los tantos mandatos sociales a los que debemos enfrentarnos las mujeres. Con la desaparición de Megan, debe enfrentar las más terribles suposiciones que no tienen que ver con qué le pasó sino con cómo era y qué hacía de su vida. En la obra se plantea el machismo imperante en la sociedad, que juzga y presupone en voz alta, generando dolor y sufrimiento en la familia de la joven.

El tercer personaje es Anna, la nueva esposa de Tom, una mujer muy hermosa -al igual que Megan-, que se dedica a cuidar su cuerpo y su aspecto para agradar a su esposo. Pero está agobiada por su rol de madre y la pérdida de su vida anterior, sus relaciones sociales y su trabajo. Su marido ejerce el más terrible patriarcado, disponiendo de su vida y la de su hija con la excusa del padre protector. El velo de ternura y exigencia cae y Anna deberá mostrar su verdadera fortaleza.

En la novela impera el androcentrismo, el género masculino es el centro del universo y ejerce violencias hacia las mujeres despojándolas de todo valor propio como personas y sujetos sociales. El hombre se presenta como un premio que debe ganar la mujer a partir de su esfuerzo –tanto físico como espiritual- para sentirse plena y realizada. Los roles de esposa, novia, amante y madre se convierten en su única salida.

Rachel sufre por este trofeo que perdió a manos de una mujer más bella y con un cuerpo más cuidado. No se habla de otra cosa que no sea la atracción sexual como determinante del éxito o fracaso de una relación marital. Anna luchó, perjudicando a otra mujer, para ganar la atención de un hombre al que le ofreció su cuerpo como un objeto de deseo y que ahora, como madre, la “labor” impuesta de satisfactor de necesidades ajenas está en peligro y eso la aterroriza.

Anna considera que ganó el premio mayor por la hermosura de su cuerpo. Gracias a su encanto y destreza en la cama Tom fue rescatado del infierno en el que vivía con su esposa depresiva y descuidada. A su vez, la joven Megan sólo encuentra satisfacción cuando puede seducir a los hombres, ocultando la insatisfacción que la consumen por dentro.

La autora presenta un término muy usado en la actualidad: “sororidad”. La alianza entre mujeres que sufren a causa del machismo, el dogma de la belleza exterior. La obra destaca por el misterio constante, el manejo de las situaciones oscuras, los escenarios cotidianos y felices que en realidad ocultan horrores y pesares. Las representaciones sociales están muy bien trabajadas y reflejan conductas asimiladas como correctas en cuestiones básicas de igualdad de género como la imposibilidad de luchar por la realización personal. Las reflexiones de las protagonistas muestran la angustia e imposibilidad de disfrute de las personas preocupadas por la frivolidad y la competencia feroz que impone el sistema, provocando enfermedades como ataques de pánico, ansiedad y adicciones.

Si bien el tratamiento literario es sencillo y puede que encontremos algunos baches en cuanto a recursos, la historia presenta la novedad de nuestros tiempos en un lenguaje moderno, con escenarios y situaciones próximas a los lectores. La autora muestra una capacidad de observación y análisis social que vale la pena experimentar y disfrutar.  

Empatía, un concepto olvidado en estos tiempos, significa ponerse en el lugar del otro. Hoy en día, cuando se habla de justicia por mano propia, libertad a genocidas y deberíamos replantearnos por qué nos identificamos con una víctima pero no fuimos capaces de develar el misterio antes de que la muerte llegara como fatal desenlace. Porqué nos atrae el morbo de los accidentes, de los crímenes entre bandas, por qué nos gusta que los noticieros muestren imágenes escalofriantes o porqué en los grupos de WhatsApp circulan videos de accidentes, decapitaciones y muerte. Porqué como sociedad nos conmovemos cuando una mujer aparece asesinada, pero continuamos diciendo frases como “mirá como salen vestidas las pibas, después se quejan si les hacen algo”, “cómo va a salir sola a esta hora”. Nos indignamos cuando un joven roba y asesina, pero miramos para otro lado cuando ese mismo joven no tenía para comer, ni dónde vivir, ni cómo ir a la escuela. Jugamos el juego de inteligencia del policial casi todos los días. Pero no se trata de ser Sherlock Holmes, sino de prestar atención a las señales de ayuda, porque por este camino estamos fracasando como personas. 

Una vez más la literatura nos pone a pensar, nos da esa cachetada de reflexión para ser conscientes de nosotros mismos y de los demás. Podemos dormir tranquilos: el arte siempre estará para despertarnos y mostrarnos la realidad que no queremos ver y abrirnos los ojos ante los problemas sociales. Mientras haya gente con visión y compromiso existirá un arte para emocionar y enriquecer. Pero hay que estar atentos, ser curiosos y sensibles.

Hasta la próxima entrega.   

Danisa Andrea Pérez
- Profesora de Lengua y Literatura -