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Se presenta "La cabeza de Mariano Rosas", de Sergio Schmucler
Civilización o Barbarie
Foto: Sergio Schmucler, autor de \"La cabeza de Mariano Rosas\".
La novela describe la desesperada búsqueda de Lucio V. Mansilla para dar con la cabeza del cacique que inspiró su célebre "Una excursión a los indios ranqueles". Se presenta el miércoles en Río Cuarto. El autor estará acompañado por los escritores Antonio Tello y Daila Prado.
Publicada el en Libros

El próximo miércoles 8 el escritor cordobés Sergio Schmucler presentará en Río Cuarto su novela “La cabeza de Mariano Rosas”, editada por Marea Editorial e inspirada en la figura del general argentino Lucio V. Mansilla, político, periodista y autor del célebre libro “Una excursión a los Indios Ranqueles”, un clásico de la literatura nacional.

 “Durante su exilio en París –cuenta Schmucler-, el anciano Lucio Mansilla vive atormentado por la culpa. Los recuerdos y las pesadillas lo abruman y encuentra un solo camino para darle sentido a su vida y a su inminente muerte: emprender el viaje de regreso a la Argentina para acometer una misión temeraria: robar la cabeza del jefe de los ranqueles, Mariano Rosas, que está en una vitrina del Museo de Historia Natural de la ciudad de La Plata, para devolverla a Leubucó, de donde fue robada por las tropas del General Roca en la última Campaña al desierto”.

Relato histórico atrapante y vívido de la primera a la última página, el disparador de la ficción de Schmucler es la crónica del esperado encuentro entre  el general Mansilla y el cacique Rosas, producido en 1870. El autor lo describe así: “Dos hombres se van a encontrar. Uno es coronel del incipiente Ejército Argentino. El otro es el cacique más importante del pueblo ranquel. Durante veinte noches, las que dura la travesía que deberá realizar el primero para llegar a la laguna de Leubucó, donde vive el segundo, soñarán el uno con el otro. Se encontrarán. Convivirán algunos días. El coronel regresará a su cuartel y escribirá un libro que lo convertirá en uno de los escritores más notables del país. Morirá en París mucho tiempo después. El Cacique ranquel vivirá unos años más, sin salir de su toldería. Su cráneo será exhibido en el Museo de Ciencias Naturales de ciudad de La Plata más de cien años. El diálogo entre ellos pondrá en tensión las ideas que fueron cimiente de una nación y que aún hoy separan a sus habitantes”.

La novela de Schmucler será presentada el miércoles 8 del corriente a las 19 en el bar Havana (Constitución 733, al lado de Librería Superior) y el autor estará acompañado por los escritores Antonio Tello y Daila Prado.

Se reproducen a continuación, a modo de anticipo, los primeros dos capítulos de la novela:

I.-

El coronel Racedo escarba con furia. La tierra reseca que cubre la tumba hace que sangren sus manos. Se le arrancan las uñas. Primero alcanza el cuero de uno de los tres caballos enterrados encima del cadáver. Después la lanza, el cinturón con monedas de plata y el facón. Finalmente llega al cuerpo, envuelto en cuatro ponchos. Las costillas están sueltas, trozos de una delgada capa de grasa seca, amarilla, recubren partes del esternón.

Desgarra las telas hasta apresar con fuerza la cabeza entre las dos manos y después de forcejear un momento, la desprende del cuerpo. Está llena de lombrices y gusanos, que caen sobre su cara y sus hombros cuando la levanta hacia el cielo y grita desaforado.

No es la primera vez que Mansilla tiene una pesadilla con esa cabeza, pero esta noche la visión tuvo una particularidad. Todo era igual: la tierra gris, mil ladridos, el cielo teñido de un ámbar imposible, el grito desaforado y la lluvia de lombrices y gusanos. Sin embargo esta vez el Coronel Racedo tiene otro rostro. No lo reconoce pero sabe quién es. Piensa que esto le pasa porque está en Argentina. Este país le cambia los rostros a mis sueños, piensa.

Está agitado. La garganta reseca. Se incorpora hasta quedar sentado. Quiere despabilarse del todo, pero las almohadas se deslizan bajo su espalda y no logra acomodarse bien. Se siente ridículo, despierto antes del amanecer, sólo, en una cama del hotel Nueva York de la ciudad de La Plata. Incómodo. Miserable. Toma el libro que está a su lado, Jean-Christophe, y con la escasa luz de la lámpara, lee lo que había dejado señalado antes de dejarse vencer por el sueño.

Todos encontramos las penas, todos encontramos la esperanza desesperada y la locura de los siglos. Todos ponemos nuestros pies en las huellas de los que vivieron, de los que lucharon antes que nosotros contra la muerte, que negaron la muerte, y ya han muerto.

Deja el libro a su lado sobre la cama y busca el vaso de agua que está junto a la lámpara de kerosene pero su mano tiembla y el vaso termina derramándose sobre el acolchado de plumas. Vuelve a ponerlo sobre la mesa de luz y con la palma abierta de la mano derecha ayuda a que el agua se escurra suavemente hacia la alfombra.

La locura de los siglos escribió Romain Rolland. Las penas y la locura de los siglos.

Acaban de sonar las campanadas del reloj que está en la plaza frente al hotel Nueva York. Son las cuatro de la mañana, decide no intentar volver a dormirse, porque dentro de dos horas la salva de cañonazos con la que comenzarán los festejos del centenario lo volvería a despertar. Cierra los ojos. En ese momento se da cuenta: esta vez el rostro del coronel Racedo, que levanta la cabeza tumefacta de Mariano Rosas y grita desaforado, sobre el que caen lombrices y gusanos, es el suyo.

II.-

En la penumbra del cuarto del hotel Nueva York, la noche antes del centenario de la independencia Argentina y de intentar cumplir con un compromiso que considera sagrado, en duermevela, Mansilla repasa mentalmente el epitafio que ha escrito hace seis meses, cuando decidió finalmente realizar el viaje.

No pude decidir qué nombre llevaría tu lápida, por eso haré esculpir los dos. Mariano recordará al que se vestía como gaucho elegante y hablaba y escribía la lengua de los que masacraron a tu pueblo, al que aceptó al dios cristiano, al ahijado de Juan Manuel de Rosas, mi tío, el dictador, el benefactor.

Panguitruz será para siempre el otro, el enemigo, el extraño, el zorro cazador de leones, el viento que galopaba en las pampas salvajes y en los medanales y en los bosques de caldén. Mariano el futuro, Panguitruz el pasado. Mariano civilización, Panguitruz barbarie. O quizás fue al revés.

Entre los dos nombres que de aquí en más constituyen la manera en que te recordará la historia, transcurre la vida de esta patria incierta que, como todo lo humano, tiene dos caras. Nunca podrán verse entre sí como si fueran las superficies opuestas de una moneda. Patria ciega. Pero también entre tus dos nombres ocurre mi propia vida porque ¿qué hice yo más que caminar por la frontera que te desgarró hacia uno u otro sinsentido?

Panguitruz Mariano. Yo tuve que ir en búsqueda de tus márgenes para tratar de entenderme.

Por encontrarte a vos me encontré a mí. Y te inventé. No hubiera sido nadie sin conocerte, vos no serías ni una sombra si no te hubiera buscado. Tu imposibilidad fue la mía, dos fantasmas tratando de encontrar el artificio que los integrara a cuerpos terrenales.

Vos y yo competimos en la intensidad de nuestro fracaso. Vos, que hundís tus raíces en los más profundo y misterioso de las ignotas tierras que se pierden en el confín del mundo, heredero de cuatro linajes que lucharon inútilmente por la sobrevivencia de una raza cuyo destino era desaparecer. Yo, concebido por uno de los militares más brillantes de la época y la mujer más hermosa, sobrino bienamado de un hombre que fue capaz de suscitar tanto el temor y el odio como la devoción y el respeto en cantidades legendarias, y nacido entre algodones, y acunado con el canto alegre de un país que se creía transitando la niñez que, como un fracaso de la naturaleza, nunca terminará de constituirse.

Fuimos dos fallidos engendrados por una misma idea, el Progreso, esa aterradora y persistente voluntad.

Vos ya sos nada, y ni siquiera siendo nada te puedo nombrar sin impedir que uno u otro de los que fuiste reclame al cielo por el vacío de quien descubre su infinito desarraigo.

Vos, el que no puede ser nombrado, al que un viento indiferente arrastrará hacia la oscuridad eterna. Descansa finalmente en paz.”

Redacción El Sur
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