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"Bombo, el reaparecido", de Mario Antonio Santucho
Por qué luchamos
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La opera prima del hijo del líder del Ejército Revolucionario del Pueblo ausculta las motivaciones profundas que dieron origen a la lucha armada y reflexiona sobre las posibilidades actuales de resistencia a la trampa del sistema.
Publicada el en Libros

Inicialmente, este libro se presenta como una investigación novelada sobre la vida de Julio Ricardo Abad, nacido en Santa Lucía (Tucumán) en 1953. De familia humilde, este personaje conocido en su pueblo como “Bombo Ávalos” ingresa a las filas del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) a los veinte años, utiliza el nombre de guerra Armando y llega a obtener el grado de Capitán dentro de la organización. Hacia 1975 es unos de los guerrilleros más buscados del país y es reconocido por sus importantes dotes de combatiente. En 1976, durante un viaje a Buenos Aires y cuando el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) estaba casi desarticulado, fue secuestrado por un grupo de tareas y continúa desaparecido hasta el presente.

La curiosidad por este personaje se le despierta al autor cuando en 2013 algunos habitantes del pueblo natal de Bombo Ávalos afirman haberlo visto fugazmente en San Lucía. A partir de allí se narra el recorrido del autor por distintas partes del país en busca de otros testigos, de familiares de Bombo, de militares y de ex compañeros de militancia para tratar de reconstruir el destino de este personaje, desde sus orígenes hasta su desaparición, y desde allí el derrotero siempre borroso de “Armando” por los distintos campos de concentración donde, confusamente, aparece dado por muerto o trasladado, pero siempre con su nombre real, su apodo y su nombre de guerra superpuestos, intercambiados o confundidos.

            A su vez, y esto es lo que el lector intuye desde el inicio, Mario Antonio Santucho cuenta en paralelo y mediante algunos destellos la historia de su padre, Mario Roberto, y por ende su propia historia. El padre aparece ante todo como fundador del PRT y líder del ERP, al mando de la Compañía del Monte Ramón Rosa Jiménez, cuyo bautismo de fuego fue en marzo de 1974 con una incursión a la selva tucumana.

Durante el relato, el padre ocupa un lugar en la trastienda, es evocado por otros como un líder, como un militante de enorme condiciones intelectuales y éticas envuelto en leyendas. El hijo intenta establecer las condiciones de la desaparición de sus padres (Mario Roberto y Liliana Delfino) ocurrida el 19 de julio de 1976 y se entrevista con un oficial de la inteligencia militar (Carlos Españadero), quien se adjudica entre otras cosas haber liberado al entonces bebé Mario Antonio unos meses antes, en diciembre de 1975, situación que efectivamente le permitió al niño sobrevivir, salir hacia Cuba y vivir allí hasta los dieciocho años.

            La particularidad de este libro (si se lo compara con varios similares escritos por hijos de militantes y de desaparecidos) es que el autor no pone en primer lugar su historia de vida ni se construye como víctima o como huérfano. Santucho habla acerca de un personaje con el que se engancha (un “aparecido”) sin saber por qué y se pregunta incluso si no sería más lógico contar la historia de su padre. Se responde que tal vez este libro sea justamente un acercamiento indirecto a esa otra historia y un primer paso hacia la propia. Por sus características y las reflexiones finales, este es más político que biográfico, en el sentido de que trata de precisar las motivaciones justas de la militancia en ese entonces (describe la situación crítica de los trabajadores de los ingenios alrededor de 1970) y, sobre todo, y esto es lo verdaderamente interesante, la vigencia de esas causas justas en el presente.

La posición de Santucho se va perfilando desde que en el apartado 42 de la parte V presenta las ideas del sociólogo Roberto Carri sobre los bandidos rurales, antecedentes de los militantes obreros y no intelectualizados de provincias como Tucumán o Santiago del Estero. En su libro Formas prerrevolucionarias de la violencia, Carri habla de personajes como Segundo David Peralta (Alias Mate Cosido) y Juan Bautista Bairoletto, quienes optaron por un modo de vida delincuencial (el bandolerismo) pero por motivaciones sociales y, en definitiva, portadoras de un germen revolucionario basado en el uso de las armas contra la autoridad. A partir de esta referencia, Santucho va fijando su posición según la cual el sistema democrático y la acción política basada en el consenso, ayer como hoy, tiene sus límites y es necesario buscar otros medios para transformar la realidad.

            Un segundo acercamiento a esa idea aparece cuando nos presenta su encuentro con Víctor Alberto Abad, alias “Ceferino”, hermano de Bombo Ávalos. También militante, preso político y liberado en condiciones terribles en 1977, Ceferino pasó el resto de sus años hasta el presente alternando breves períodos de libertad en los que intentó en vano insertarse en la sociedad con épocas de vida delictiva y de presidio recurrente. Para este hombre, que actualmente vive en el conurbano bonaerense profundo y participa de las asambleas de la Corriente Clasista y Combativa, el problema sigue siendo el sistema democrático burgués.

“A mí se me cruza por la cabeza la idea de hacer una lucha armada. Porque ¿qué le vamos a pedir al gobierno? (…) Con el corazón en la mano te digo, si hay una revolución en este momento, yo me olvido de mi familia y me voy con las armas. Esa cuenta quedó pendiente. (…) La revolución se hace con las armas, lo demás es política” (Santucho, 196-197). Sobre estas palabras Santucho saca conclusiones que van afirmando su posición: “El advenimiento de la democracia significó para él [Ceferino] apenas un leve cambio en los códigos de la guerra. Su calvario pone en evidencia que cuando los clarines de la paz política suenan sin que ninguno de los problemas que causaron el conflicto encuentren resolución, pues las hostilidades prosiguen en sordina (…) hasta que en algún momento ese antagonismo silenciado vuelve a emerger, como un volcán demoledor y destructivo” (Santucho, 194). Es decir que las contradicciones fundamentales se mantienen más allá del paso de la dictadura a la democracia y, aunque superficialmente las cosas aparentan ser distintas, en el fondo el statu quo permanece inalterado.

En esa situación, argumenta Santucho, quien tiene conciencia política, o lucha e intenta cambiar el mundo o asume la derrota, no hay otra posibilidad. Pero “la gran lección de Ceferino -agrega– consiste en recordarnos hasta qué punto la batalla perdida no es apenas un evento del pasado; el fracaso siempre estará vigente hasta que la historia dé un vuelco” (Santucho, 195).

En ese estado de cosas Mario Antonio Santucho deja que Ceferino le dicte el mandato paterno y lo transcribe: “Tu padre decía que había que prepararse, mañana podemos no estar pero seguirán otros, nos vamos superando. Hay que abrir los ojos, saber por qué luchamos” (Santucho, 197). Sin embargo, al dejarlo hablar de la revolución y de tomar las armas hoy, Santucho hijo también quiere dejar en evidencia que la posición de Ceferino es deudora de un voluntarismo que poco tiene que ver con las posibilidades reales existentes.

El joven sociólogo sabe que el problema de la relación entre violencia, política, lucha armada y la correlación de fuerzas entre bandos es arduo. Dice, en el momento clave del libro puesto que define una posición política enmarcada históricamente: “mi generación nació demasiado pronto como para desprenderse del sueño revolucionario, pero maduró cuando las posibilidades de una ruptura con el sistema ya se habían esfumado. Por eso oscilamos entre la dificultad para dar vuelta la página setentista y la tentación de arrojarnos a los brazos de un cinismo cáustico, lúcido, pero renegado” (Santucho, 200).

El sistema democrático se basa en la legitimación de una violencia organizada para sostener la explotación (con las dosis necesarias de represión, disciplinamiento social y asedio a líderes políticos de impronta populista con proyección); lo que distingue a nuestra época de la de los ‘70, dice Santucho, es que “la violencia organizada ya no constituye un recurso al alcance de los oprimidos. Las armas han sido expulsadas de la política y hoy están exclusivamente al servicio de los negocios, de las policías, de los militares, de los criminales” (Santucho, 201).

La precisa argumentación de Santucho lo va conduciendo hacia un callejón sin salida: la política, en su versión moralmente aceptada, implica: vocación de servicio, consensos, construcción de mayorías, acceso al poder del Estado y el impulso de cambios. Esa camino es “muy loable, pero también falaz” ya que la historia nos prueba que “el sistema construye una trampa”, el espejismo de que se puede avanzar hacia la toma del Estado para producir cambios, lo cual nunca ocurre. “Se hace necesario destruirlo [al sistema], trocar sus estructuras” (Santucho, 202).

Si durante décadas se intentó diseñar sociedades mejores y tratar de transformar el mundo, ahora, a la luz de los fracasos históricos, ¿qué queda? Ante la falta de respuestas certeras el autor apela a un dato de la realidad que funciona poco menos que como la expresión de un deseo difuso: “Lo que tenemos son indicios de una rebeldía que no se apaga, que recomienza a pesar de todo, tanto más explosiva cuanto mayor sea su contenido plebeyo. La reaparición de Bombo que aguarda Ceferino solo será posible cuando esa rebeldía se transforme en rebelión” (Santucho, 202).

Es importante notar la leve agramaticalidad de la frase, el paso del indicativo al subjuntivo, de la presentación de una realidad (los indicios que tenemos) a la expresión de un deseo (cuanto mayor sea su contenido plebeyo). Es claro que lo que domina el presente son las imágenes falsas de variedades en un sistema reinventándose para expandir su identidad aceleradamente, este libro de Santucho es la expresión de que no se sabe cómo interrumpir esa lógica pero que imaginar la salida es la única tarea posible.

El espectro de Bombo y todas las tentativas basadas en acciones colectivas son indicios de la dimensión de la tarea pendiente.

Ficha técnica:

Bombo, el reaparecido, de Mario Antonio Santucho,

Buenos Aires: Seix Barral, 2019, 203 páginas

Pablo Dema
- Escritor -