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La elección nacional en Río Cuarto
Dilemas del votante del Imperio
Foto: Con Pichetto, Macri suma al socio menos pensado: Humberto Roggero.
El escenario electoral expresa un nuevo momento de la política del país y la provincia. La sorpresiva reaparición de Roggero y la ausencia de candidatos del sur en las listas del oficialismo nacional plantean nuevos interrogantes.
Publicada el en Reflexiones

Río Cuarto ocupa una nueva centralidad política en el debate de cara a las PASO de agosto próximo. Ante el agotamiento del kirchnerismo como expresión de futuro y la decepción del macrismo, el peronismo cordobés –ratificado en forma contundente en las urnas- intentó articular una tercera alternativa federal que implosionó en la recta final.

El sur de Córdoba tendrá un protagonismo particular en la elección. Uno de sus dirigentes, Carlos Gutiérrez, encabeza la lista corta del oficialismo provincial. Y el capitalino Mario Negri, postulante del oficialismo nacional, logró la inesperada adhesión tanto de Humberto Jesús Roggero como de Juan Jure y Antonio Rins. Otrora enconados adversarios, hoy son las patas peronista y radical de la alianza Juntos por el Cambio en Río Cuarto.

En la calle se respira desesperanza y decepción ante un presidente que busca su reelección sin lograr (re)generar expectativas. La crisis económica golpea sin tregua la economía familiar: inflación, recesión, suba de tarifas y desempleo campean la agenda cotidiana, que alimenta la incertidumbre incluso más allá del “veranito” del dólar estable.

La supremacía moral que exhibía el votante oficialista colapsó tras la incorporación del senador Miguel Ángel Pichetto a la fórmula presidencial. También generó ruido en la cantinela oficial de confrontar con el peronismo como incorregible legado populista. La flamante reaparición pública de Roggero suma a los memoriosos su inescindible epílogo político de la mano de lo peor del menemismo: la corrupción.

Hasta la incorporación de Pichetto, el oficialismo nacional parecía apostar su escaso crédito a explotar hasta las últimas consecuencias el antikirchnerismo, antiperonismo y antipopuismo que alimentó fervorosamente a lo largo de sus tres años y medio de gestión. Pero sus estrategas parecen haber tomado nota de que el discurso anti no alcanzaría ni siquiera para garantizar una segunda vuelta. Recalculando.

Como contrapartida, Alberto Fernández despliega sus fichas en un tablero cada día más generoso, que superó las propias expectativas. Allí confluyen Unidad Ciudadana, el Partido Justicialista y el Frente Renovador como vértices de un cada vez más amplio conglomerado de fuerzas políticas opositoras a Cambiemos.

La decisión de nombrar a Carlos Caserio para conducir el bloque que dejó vacante Pichetto puede leerse como una señal positiva de Alberto Fernández hacia los cordobeses. Pese a que Schiaretti se plantó con su “boleta corta” y sigue reacio a acompañar abiertamente la fórmula opositora, Caserio ya avisó que trabajará para el triunfo de los Fernández.

Lamentablemente, en Córdoba rige todavía la vieja maquinaria política que se muestra incapaz de construir los puentes necesarios para superar los vicios que determinaron las derrotas de 2013, 2015 y 2017. Alarma la persistente inercia que reasegura los viejos mecanismos trotskistas que aspiran al diez o quince por ciento de los votos, a meter uno o dos diputados, olvidando la trascendencia histórica de una elección bisagra para el destino del país y la posibilidad cierta de una victoria en la provincia.

En el oficialismo provincial, la apuesta por la “lista corta” aparece riesgosa: es un arma de doble filo que puede sumar o restar en un escenario de notoria polarización política. El riesgo no es menor para un gobernador que fue refrendado recientemente por casi el 57 por ciento de los votos.

El macrismo no lleva candidatos del sur en su lista de diputados nacionales –que siempre encabeza Negri- y su crédito para generar expectativa aparece agotado. No será fácil para Roggero, Jure y Rins –estos dos últimos enfrentados hasta hace dos meses- entusiasmar a sus bases para que acompañen al binomio Macri-Pichetto.

El núcleo duro de cada espacio político no cambiará su postura. Ante el evidente descalabro de la economía, la demonización del kirchnerismo no alterará un ápice a sus votantes. Pero los decepcionados del cambio seguramente emigrarán con sus votos hacia los Fernández, Lavagna u otras opciones más alentadoras.

El gran interrogante es qué harán los electores “blandos”, los no fanatizados ni por el antikirchnerismo ni por el antimacrismo. Ellos tienen en sus manos la decisión de inclinar la balanza. Y certificar si la apuesta de Schiaretti por la “lista corta” fue un acierto o un grave error que terminó dividiendo a un electorado hasta ayer homogéneo que enfrenta a radicales, juecistas y macristas juntos para el Cambio.

Aquiles Anderson
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