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El fascinante mundo de Yabar
Foto: El taller escuela de Yabar, una inabarcable exposición de pintura y arte.
Gabriel Yabar Cafa se levanta todos los días a las cuatro de la mañana a la espera de que las musas inspiradoras toquen a su puerta. Reconocido historietista, dibujante y pintor, abre las puertas de su casa taller para compartir una apasionante recorrida con El Sur.
Publicada el en Entrevistas

A los 92 años, Gabriel Yabar Cafa se levanta todos los días a las cuatro de la mañana. “Me levanto para dibujar y pintar, eso es lo que me hace feliz”, dice mientras degusta un café en su taza transparente con el logo de Boca y come unas masitas. Mientras habla comienza a trazar líneas sueltas usando como pincel la cuchara y como color la propia infusión que toma. Las líneas se unen formando la silueta de una mujer con sombrero. Así, cuenta, terminó de pintar “Boquita pintada”, uno de los tantos cuadros que lucen en su taller. El cuadro estaba terminado, pero sentía que le faltaba algo: y lo terminó de pintar con la punta de una cuchara.

Yabar adquirió la costumbre de madrugar en 1965, cuando comenzó a atender un kiosco ubicado frente de la Clínica del Sud. Se levantaba todos los días a las seis de la mañana para abrir a las siete. Le iba muy bien, tenía muchos clientes –sobre todo médicos y enfermeras- y en los momentos libres aprovechaba para dibujar. Pero sentía que no le alcanzaba el tiempo y empezó a poner el despertador a las cuatro, dibujaba hasta las seis y media y se iba a atender el kiosco.  La gente comenzó a comprarles sus dibujos y le pedían retratos y caricaturas. Llego a vender algunos dibujos hechos en servilletas.

En una casa antigua color marrón clarito con rejas negras, el otoño pinta la vereda con hojas amarillas. Cuando se abre la puerta, Yabar aparece portando una campera azul celeste, un pantalón color verde militar, medias azules y unas ojotas que le quedan grandes. Las paredes están cubiertas de cuadros, uno al lado del otro, que reflejan historias, temas y técnicas diferentes. Son todas creaciones del dueño de casa, que me hace pasar y se sienta en un sillón unitario con almohadones y mantas,  al lado de un ventanal que da a la calle. Pone la pava eléctrica sobre una pequeña mesa ratona, donde ya están acomodadas las tazas y masitas.

Apenas empieza la charla, Yabar se levanta y se pierde por el pasillo. Vuelve con una pila de recortes de diarios y revistas.

- Acá están todas las entrevistas que me hicieron, ahí está toda la información que necesitás-, me dice.

Muestra una historieta emblemática: Hora cero. Comenta imágenes, títulos, opina, suma información.  Se ríe de la nariz que le dibujó Magalú en un retrato publicado en esta revista hace varios años.  Magalú es la hija del reconocido humorista gráfico Jericles y  fue su primera alumna de dibujo. “Tenía mucho potencial para las caricaturas, con un estilo muy original”, comenta. Otra caricatura lo muestra más joven y la misma nariz prominente: “Este es de Héctor Alfonso, otro alumno”, acota mientras se ríe del pincel destripado que muestra la caricatura: “Lo dibujó así porque yo pinto con cualquier cosa, me las ingenio”.

En el pasillo, entre tantas pinturas, destaca una de un caballo. “Ese caballo no existe”, advierte Yabar. “Al caballo lo imaginé, está todo en la cabeza y en la memoria, para pintar uno tiene que ser capaz de ver una vez algo y poder acordarse de los elementos y los detalles”, explica.

Pasamos por una pieza rosa que parece haber pertenecido a una niña, donde se amontonan pilas de cuadros. A ambos extremos de la habitación hay dos mesas con cuadros terminados, en el suelo hay cuadros enmarcados y sin enmarcar, una silla con algunos cuadros pequeños, dibujos en papel y diplomas. Yabar toma un cuadro con ambas manos, lo levanta con suavidad, muestra las siluetas y dice: “Este cuadro quedo muy lindo, me gusta”. Repite el movimiento con otros seis cuadros, pero al levantar el séptimo dice: “Este no me gusta como quedó la silueta, lo voy a mejorar”. Cinco cuadros después, levanta otro, lo mira, lo apoya y pasa su mano sobre el lienzo: “Mirá esta textura que hice con espátula, quedó bárbaro”.

La vida de Yabar son los cuadros.

- ¿Querés que te cuente la historia de los hermanos gemelos y las hermanas gemelas que se enamoraron?-, pregunta.

Antes de que pueda asentir, cuenta esa historia en dos cuadros: en uno reflejó el encuentro de las dos parejas de hermanos; en otro se ve a las hermanas con un embarazo pronunciado y a los gemelos con claras señales de agotamiento. 

El Chaplin argentino

Yabar muestra ahora una pequeña ilustración de Carlos Chaplin.

- A Chaplin lo hice domando, pescando, tomando mate, esperando a un amor con flores rojas, y después triste porque lo plantaron, siempre con el pañuelo del traje rojo y las medias rojas.

Sus obras de Chaplin no están a la venta. Se acumulan en su casa taller porque eligió dejárselas a su familia como herencia. Sí las expuso alguna vez en la Tintorería Japonesa. A quienes quisieron adquirirlas les entregó copias láser de buena calidad, pero los originales siguen en su casa. Están todos en una habitación de  la que cuesta saber el color de las paredes porque están virtualmente tapizadas de cuadros, uno al lado del otro, uno arriba del otro, del piso al techo. También sobre una cama de una plaza. Y dentro de un armario, apilados. Yabar sabe dónde está cada cuadro y, por supuesto, cuál es su historia:

- Este es el primer Chaplin que dibujé, lo hice con un papel que tenía a mano y un fibrón negro, sentado en un café. Una señora se acercó, le encantó y me lo quiso comprar, pero me gustó tanto como quedó que no lo quise vender y le hice otro.

De aquella exposición recuerda una anécdota: a su hija, responsables de la Tintorería Japonesa, se le ocurrió poner todas las ilustraciones de Chaplin juntas en una pared, como si fueran parte de un gran mural. Durante la exposición una mujer se le acercó y le pidió que le tomara una foto con el mural de fondo. Con la amabilidad que lo caracteriza, Yabar le tomó la foto sin contarle que era el autor de esas pinturas.

Muchos de los cuadros que guarda Yabar tienen su propio marco, otros no. Cuando alguien va a su casa para comprar una obra, él toma la pintura elegida y la coloca sobre otra ya encuadrada, de la misma medida. “Mirá, cuando le ponés un marco, aunque sea sencillo, la presentación cambia por completo”, explica.

Al final de una larga fila de cuadros sobresale la pintura de una mujer mayor que mira desafiante: su rostro parece irradiar luz propia mientras el resto de su cuerpo se apaga en los tonos oscuros de su vestimenta hasta su mano esmerilada que sostiene un mate.

- Este fue el cuadro más difícil, el que más trabajo me llevó. Esa mujer no existe, la inventé, pero igual me hizo renegar-, confiesa Yabar.

La zona de confort

Salimos al pasillo que conecta las habitaciones y entramos a la cocina. De nuevo las paredes llenas de cuadros. Pasamos el lavadero y abrimos la puerta que conduce al lugar más fascinante de la casa, el lugar donde ocurre la magia, donde pinta y crea junto a sus alumnos: el taller, que funciona en el garaje de la vivienda.

- Le puse la zona de confort porque acá todos estamos felices y cómodos, todos pueden crear de forma libre-, explica.

La zona de confort es amplia, más larga que ancha –podrían entrar hasta dos autos si se usara para lo que fue construida- y sobre varias mesas se apilan decenas de cuadros, pinturas, pinceles, paletas, óleos, lápices y bocetos. También hay un gran atril con un trabajo en proceso que muestra a Lionel Messi alzando la Copa del Mundo.

- Es de una alumna-, aclara Yabar.

Casi al final resalta un gran cuadro en el que predomina el color azul en diferentes tonalidades donde conviven el rostro joven de Yabar pintando, distintos detalles de sus gestos y la figura de Chaplin dormido. La obra, que parece ocultar muchos rostros –o muchos Yabar- es un regalo que le hizo una alumna en el 2010.

No es el único. Hay muchos retratos de Yabar en su taller, todos de autoría de sus alumnos y alumnas. Pero el regalo que más lo emocionó –y está enmarcado- no fue una pintura, sino un poema. Se lo regalaron en 2004, para el día del maestro. Lleva colgado veinte años en el mismo rincón de la zona de confort. Y todo indica que seguirá allí mucho tiempo más.

Al volver por el lavadero, giramos en dirección opuesta a la cocina y entramos a una galería cerrada con grandes ventanales. La luz da de lleno sobre más cuadros, pero también sobre libros, diarios, estanterías y un escritorio.

- Mirá, acá estoy yo y ese es Joaquín Sorolla, un genio de la pintura, al que admiro mucho. Quería una foto con él, así que nos pinté-, dice Yabar.

Después señala otro cuadro, una naturaleza muerta en la que destacan una pera y una manzana sobre un fondo de color verde oscuro. Sobre el cuadro hay un papel con una frase manuscrita: “El tiempo no pasa, queda en nuestro cuerpo y en nuestras cosas”.

Y en los cuadros de Yabar.

María Ángela Butigue
- Estudiante de Comunicación Social -