La noche del accidente Verónica estaba en una reunión. Su celular no tenía carga, pero no se preocupó porque estaba todo en orden: había dejado la comida medio hecha, a los gemelos Gastón y Nicolás en casa con su papá y a Santiago, de 16 años, en su clase de tela hasta las diez de la noche. El auto estaba estacionado en la esquina de un sanatorio. Cuando salió de la reunión se encontró a los amigos de Santiago. La estaban buscando por toda la ciudad. Le contaron que su hijo había tenido un accidente. Su respuesta fue: “Si escucha y ve, no pasa nada entonces, está todo bien”. Nadie había podido ubicar a Eduardo, su esposo, el papá de Santiago. Estaba en una reunión con un amigo y, como nunca, se había puesto a desarmar su teléfono celular para limpiarlo mientras charlaba.
Eduardo se enteró porque los profesores de tela llamaron al teléfono fijo de la casa. Atendió Nicolás y fue corriendo hasta la casa donde estaba su papá -estaba cerca- para avisarle lo que había pasado. Los gemelos se quedaron a dormir ahí. Eduardo y Verónica tuvieron que irse volando a Córdoba. La madrina de confirmación de Santiago estaba con su mamá en la reunión y los acompañó. Fue todo el viaje rezando mientras Verónica pensaba: “Menos mal que no es tan grave, solo hay que operarlo porque se quebró una vértebra”. Esa noche hubo tormenta, pero llegaron a tiempo al hospital para que lo operaran. Santiago viajó en ambulancia. Siempre estuvo consciente, despierto.
Cuando los médicos salieron del quirófano les informaron que su hijo tenía una lesión medular que causó una cuadriplejía e iba a quedar así de por vida. “Fue un baldazo de agua fría”, recuerda Verónica. “No entendía nada, no sabía qué era una lesión medular. Por negligencia o por falta de empatía de ciertos profesionales, no nos acompañaron ni orientaron en momentos clave, tuvimos muy mala experiencia en Córdoba, no así en Buenos Aires”, acota.
En Buenos Aires fueron al Instituto Fleni, donde les dieron otra perspectiva: había cosas por hacer. “Nos dijeron que era una lesión medular incompleta, que había una luz en ese canal de la médula que podía hacer que Santiago recuperara funciones. Nos empezamos a aferrar a eso”, evoca la mamá del “Colorado”, quien doce años después aún deja caer alguna lágrima. Con el paso del tiempo y mucha rehabilitación, Santiago pudo recuperar algunas funciones: hoy puede mover su cuello, brazos y manos.
Santiago
“El Colo es de esa gente que nos hace bien, llega a nuestras vidas para transformar”, dice Gabriela Comugnaro, directora del colegio Santa Eufrasia, donde Santiago hizo la secundaria. “En eso he sido una privilegiada porque lo conocí, compartí, me trascendió y me enseñó a pensar cada vez más en el otro”, agrega. Sus seres queridos lo describen de mil maneras, pero todos admiten que la palabra resiliencia lo identifica como ninguna otra. Su mamá dice que tiene una forma especial de dirigirse a las personas, una forma que te hace salir adelante. “Sólo con abrir la boca llega a todos los límites del alma”, escribió Hamlet Lima Quintana en su poema Gente Necesaria.
“El Santa era mi segunda casa”, cuenta Santiago. En el Santa Eufrasia la materia Educación Física está orientada a lo artístico, a las acrobacias. Y a él fascinaba todo lo relacionado con trucos y piruetas. A partir de cuarto año los alumnos pueden participar del Semanarte, una presentación artístico-pedagógica que se hace a fin de año. “El Colo” estaba tan emocionado por participar que empezó a ir a clases de acrobacia para mejorar sus trucos y asegurar su lugar en el escenario. Se accidentó en una de esas clases. “Mis piernas son muy importantes, mamá”, dijo cuando se enteró de su diagnóstico. “Era difícil de creer que esto le estuviera pasando justo a él”, acota Verónica. A pesar del accidente, Santiago participó de la presentación: sus profesores y compañeros subieron un auto arriba al escenario y lo sentaron adentro, inmóvil, mientras hacían piruetas alrededor. Todos trabajaron para que él pudiera ser parte.
Santiago egresó hace diez años, pero sigue yendo a visitar el colegio.
La Universidad
Al “Colorado” le gusta leer ciencia ficción, ver películas de drama y animación, y escribir. De chico quería ser actor. “Siempre me interesó el mundo artístico – cuenta-, pero después del accidente me empezó a llamar la atención todo lo que veía alrededor mío, los médicos y todo eso”. Cuando terminó la secundaria empezó el cursillo de Medicina en la Universidad Nacional de Villa María, pero a mitad de año lo dejó. “No era lo mío”, admite, riéndose. En 2016 empezó una carrera que sí era para él: Diseño y Producción Audiovisual.
Eligió la UNVM por su accesibilidad. Dice que es una universidad hermosa y muy humana. Disfrutó mucho la cursada y formó un lindo grupo de amigos, que lo acompañaron siempre. Los parciales escritos los hacía en la computadora o en su tablet, aunque prefería rendir oral porque dice que se expresa mejor hablando. Los primeros años siguió viviendo en Río Cuarto. Viajaba tres veces en la semana para cursar. A partir de tercer año se empezó a quedar toda la semana en Villa María porque encontró a César, su acompañante terapéutico hasta el día de hoy. Tienen una relación muy cercana.
Santiago se recibió en noviembre de 2023. Se sacó un 10 en su trabajo final y fue invitado al Semanarte a presentarlo. Era un corto audiovisual. Dio una charla, ya como profesional, en un ida y vuelta con los estudiantes, contándoles lo que había logrado en la universidad.
Volvió a vivir a Río Cuarto, donde maneja las redes de algunas empresas privadas, pero le gustaría irse a una ciudad más grande para dedicarse de lleno a lo que estudió. Buenos Aires es una opción. Otra es España. Su idea es especializarse, hacer un máster y conseguir un trabajo allá, donde dice que hay más oportunidades.
“El Colorado es un inquieto mental”, lo describe una amiga de la familia. Le interesan los idiomas, estudió inglés cuando era adolescente y ahora está estudiando portugués. César dice que lo va a acompañar haga lo que haga, vaya a donde vaya. “Si ya lo acompañé en el proceso, no me voy a ir cuando se haga famoso”, augura, convencido.
La familia
Verónica y Santiago se instalaron en Buenos Aires después del accidente. Eduardo iba y venía para estar presente en las sesiones de la Unicameral de Córdoba, donde ocupaba una banca de legislador en representación de la Unión Cívica Radical. Fueron cuatro meses de rehabilitación. Los gemelos viajaban con su papá los viernes y volvían los domingos a la noche. En Río Cuarto vivían con sus abuelos. “De pronto estábamos todos separados, fue muy traumatizante”, recuerda Verónica. “Todos nos pusimos la meta de ayudar a Santiago y sacarlo adelante”, agrega.
“Le tratamos de poner buena onda, tenemos personalidades muy positivas”, dice Verónica. “Decían que era imposible que le buscáramos el lado bueno a algo tan traumático, pero es la única que te queda”, asegura. Está convencida de que si no hubieran sido tan positivos, Santiago no hubiera progresado como lo hizo.
Mientras la casa de Río Cuarto estuvo desocupada, una arquitecta hizo las remodelaciones necesarias para que fuera accesible a una persona que de ahora en más andaría en silla de ruedas. Pusieron rampas en el living, que tenía dos niveles. Volver a entrar a su casa reformada fue duro para los gemelos: “Uno de ellos, Nicolás, no quería asumir la realidad, decía que la remodelación era innecesaria porque el Colo se iba a poner bien”, recuerda Verónica.
Al tiempo se mudaron a la casa donde viven actualmente, de una planta, más chica y con adaptaciones accesibles y funcionales. Fue construida con el criterio de diseño universal: tiene canillas de goma, porta llaves con imán, persianas eléctricas, muebles de fácil acceso, tachos de basura con sensores para que se abran y cierren solos, entre otros detalles. “La otra casa tenía dos pisos, pero desde que se accidentó Santiago, el segundo piso se dejó de usar. Había dos habitaciones que no las volvimos a usar, como si no hubieran existido”, cuenta Verónica.
Los gemelos Gastón y Nicolás son muy unidos con su hermano mayor, aunque actualmente están viviendo en Córdoba. Su espontaneidad fue clave en todo el proceso. Su mamá todavía se ríe de sus ocurrencias. Una vez, cuando terminaron de comer, le pusieron la vajilla en la falda a Santiago y le dijeron: “Vos también podés ayudar”, y le hicieron levantar la mesa. Esos desafíos cotidianos ayudaron a Santiago a ganar independencia. Es el objetivo que se pusieron como padres: que su hijo pueda manejarse solo más allá de su condición.
“Y uno se va de novio con la vida desterrando una muerte solitaria, pues sabe que, a la vuelta de la esquina, hay gente que es así, tan necesaria”, escribió Hamlet Lima Quintana.
“La fuerza de Santiago”
Eduardo Yuni escribió un libro sobre lo vivido como padre cuando “el Colo” se accidentó. Se llama “La fuerza de Santiago” y fue presentado en el salón del hotel Howard Johnson en diciembre de 2014. “Tenía que contarle a mi familia, como legado a mis hijos y como legado para el “Colo”, y para achicar la distancia de los que están sufriendo. Para demostrarles que hay una familia que sí pudo salir adelante”, dijo Eduardo durante la presentación. Verónica volvió a agarrar el libro después de varios años “Intenté leer el libro de nuevo, leí la primera página y no pude seguir, me largué a llorar. Había muchas cosas que había olvidado como mecanismo de defensa”, admite. Lo mismo le pasó a Santiago, que también lo quiso volver a leer.
La Fundación
En 2014, a partir de la experiencia que vivió la familia, Verónica Pipino, la mamá de Santiago Yuni, decidió crear una fundación con el objetivo de asesorar y acompañar a personas que tuvieran que pasar por una situación similar a la de su hijo. Este año la fundación cumple diez años y su madrina sigue siendo Gabriela Comugnaro, la directora del colegio Santa Eufrasia, quien le dio especial contención a Santiago luego del accidente. “Nos tuvimos que preparar para este “Colo” que iba a necesitar mucho de su escuela y de sus compañeros”, dice Comugnaro. Y agrega: “El único camino era trabajar en comunidad, por eso creamos rampas de madera y hacíamos jornadas para que los estudiantes las pintaran”. Siente como un honor su designación como madrina de la fundación, pero sobre todo valora seguir cerca de la familia Yuni.
El nombre de la fundación es Santiago Yuni. El “Colo” se ríe y admite que solo le “presta” su nombre porque casi no participa de sus actividades, aunque su mamá no pierda la esperanza de que algún día se haga cargo de dirigirla. Los Yuni también abrieron un centro de rehabilitación, NeuroCET, con el objetivo de acompañar y guiar a personas con lesiones musculares y otras patologías neurológicas. Santiago concurre allí tres veces por semana.