Con menos votos que cuatro años atrás, el radical Ramón Mestre retuvo la intendencia de la segunda ciudad del país. El resultado de la elección en la capital mediterránea fue tan sorprendente como el proceso electoral mismo, donde el travestismo político estuvo a la orden del día y el electorado respondió en consecuencia: Tomás Méndez, el periodista que puso en aprietos a De la Sota y Mestre con sus denuncias televisivas, terminó capitalizando el voto bronca y se alzó con el segundo lugar en la compulsa.
En una ciudad que no logra levantarse desde que el huracán Kammerath la dejara en ruinas, el futuro intendente tiene el respaldo de apenas tres de cada diez votantes. Una situación que, al igual que sucede a nivel provincial, habla del vetusto sistema electoral mediterráneo, que no contempla ni las PASO ni el balotaje, con lo cual el ganador carece de la legitimidad popular que tienen otros distritos del país.
El triunfo de Mestre consolida el “cordobesismo” que supo imponer José Manuel De la Sota en su largo período de hegemonía política en la provincia, al consolidar la convivencia entre peronistas y radicales en los lugares más expectables de la gestión. El resultado de las urnas reafirma el pacto de convivencia entre De la Sota y Mestre, cuyo primer capítulo fue la nula participación del ahora reelecto intendente de la capital en la campaña electoral que consagró gobernador a Juan Schiaretti.
La gran sorpresa del domingo fue sin duda el periodista Tomás Méndez, que parece destinado a repetir el fenómeno del hoy alicaído Luis Juez: sin estructura política y sin otro capital que sus denuncias periodísticas contra los gobiernos provincial y municipal, los cordobeses lo premiaron con un generoso 23 por ciento de los votos, lo que ubica a su flamante partido ADN como la segunda fuerza política en la ciudad. Habrá que ver si es capaz, sin cámaras ocultas y códigos profesionales de dudosa ética, de mantener el rol de paladín contra la corrupción con que los cordobeses parecen haberlo premiado.
El travestismo político del (todavía) candidato a senador por Cambiemos parece haber comenzado a escribir el epitafio de su vertiginosa carrera política: pasó de ser intendente de la segunda ciudad del país a disputar palmo a palmo la gobernación para luego cobijarse en una banca de senador nacional mutando del kirchnerismo al macrismo con escala en el socialismo. A partir de diciembre, será concejal de un bloque minoritario (y ajeno) de la ciudad de Córdoba. Su increíble alquimia electoral asociándose a la mujer que había denunciado por corrupta lo relegó a un lejano cuarto puesto y terminó de pulverizar un partido (el Frente Cívico y Social) que en algún momento parecía destinado a romper el bipartidismo cordobesista.
Para Olga Riutort, regalarle una banca a Luis Juez fue el peor negocio de su vida: su nuevo socio político le restó casi la mitad de los sufragios que había obtenido como candidata cuatro años atrás (nada menos que el 27 por ciento de los votos). ¿Qué hubiera pasado si mantenía su candidatura y buscaba aliados más coherentes? Es un misterio, pero seguramente hubiera menguado el caudal electoral de Esteban Dómina, que pese a haber quedado tercero hizo una elección decorosa con la boleta de Unión por Córdoba al subir dos puntos porcentuales (pasó del 15 al 17 por ciento) en una ciudad que sigue sin perdonarle a De la Sota la herencia de su ex socio Germán Kammerath, hoy sentado en el banquillo de los acusados en absoluta soledad.
El otro gran fracaso electoral fue el de Daniel Giacomino, candidato por descarte de un kirchnerismo que no pudo, no supo o no quiso capitalizar la buena elección provincial que había hecho el intendente de Villa María, Eduardo Accastello.
La izquierda, dividida, estuvo muy cerca de obtener una banca, lo que hubiera matizado al menos un poco el panorama político de una ciudad cada día más conservadora.