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#SoñarCastillosDeJusticia
La memoria en donde ardía
Foto: Foto de Alberto Pinto intervenida por Leo Fagiano.
A partir de su encuentro casi fortuito con la placa de una sala del Centro Cultural Del Andino y su legajo de estudiante en la UNRC, el historiador Eduardo Escudero reconstruye la vida y el calvario de Alberto Pinto, víctima del terrorismo de Estado.
Publicada el en Libros

No es una biografía. Tampoco un ensayo. Ni siquiera un libro de historia. “Soñar castillos de justicia. Alberto Pinto (1937-1979)” es una búsqueda intensa, apasionada y angustiante; la pesquisa de las huellas de un intelectual, docente y militante que pasó parte de su corta vida en Río Cuarto, pero que el tiempo del terror y la ignominia del olvido convirtieron en una placa, un poema y recuerdos dispersos. Con esas pocas pistas, el autor encara una incesante y metódica indagación de testimonios, legajos y documentos que van forjando la acotada biografía de un militante político asesinado a los 42 años. Y abre con lucidez una puerta que el terrorismo de Estado pretendió clausurar, invitándonos  -como lectores, pero sobre todo como ciudadanos- a sumarnos a esa búsqueda colectiva que las tenaces mujeres de pañuelos blancos reflejan en la conmovedora restitución de 133 identidades.   

Alberto Pinto no está desaparecido, pero su imagen convive con los miles de rostros eternamente jóvenes inmortalizados en las pancartas en las que los organismos de Derechos Humanos reclaman memoria, verdad y justicia. Cuando comenzó su investigación, Escudero no sabía mucho más que lo que habían resumido esos organismos: que había sido detenido sin orden judicial, que fue salvajemente golpeado en las distintas cárceles en las que estuvo recluido y que lo dejaron morir como a un perro en un lejano penal de La Plata.

Escudero empezó a hurgar en los papeles, como buen historiador, y descubrió casi por accidente que el legajo de estudiante de Pinto en la UNRC estaba intacto; que en los documentos policiales y militares –a los que accedió a través del valioso Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba- la kafkiana burocracia del terror había dejado constancia de la cruel indiferencia de los médicos que hicieron la vista gorda los padecimientos que, al encierro y la tortura, agregaba su condición de epiléptico. También encontró las cartas de Carlos Moisés Pinto solicitando –suplicando casi- a cuanta autoridad militar y/o eclesiástica pudo llegar que intercedieran para que su hermano continuara su injustificada prisión en su casa para atender su enfermedad hasta la concreción de un juicio improbable, porque la exhaustiva investigación de Escudero tampoco deja dudas al respecto: Alberto Pinto fue un preso político cuyo único delito era pensar, militar, rebelarse… soñar castillos de justicia.

Vital y soñador

El autor se propone rescatar al Pinto menos conocido. No el del martirio final, sino el de los inicios. El joven inquieto y soñador, el lector de Miguel Hernández, el docente crítico y apasionado, el vendedor de libros, el militante del Peronismo de Base. Recrea gracias al valioso testimonio de otros sobrevivientes la historia vital de un claro exponente de la generación que soñó un país más justo y un mundo mejor...soñar castillos de justicia.

Viviana Macchiarola y David Andenmatten, además de sus recuerdos, aportaron documentación vital para esa recreación: los ejemplares de la revista “Charlando”, que la primera atesora en su archivo personal; y las mencionadas cartas del hermano de Pinto pidiendo clemencia a las autoridades militares, que Andenmatten guardó celosamente como parte de su tenaz tarea militante de preservar, desde su lejano exilio, la memoria viva de las víctimas del terrorismo de Estado con quienes compartió algún tramo de su vida, como fue su siempre conmovedora evocación de la joven alfabetizadora Berta Perassi… soñar castillos de justicia.

En “Charlando” –editada entre 1967 y 1969- Pinto publicó algunas críticas literarias y de cine junto a su gran amigo Carlos Ezquerro, lo que le permite al historiador rastrear tanto su posicionamiento político–claramente adscripto al progresismo- como sus inclinaciones filosóficas, políticas y literarias. Además de su lucidez y audacia, que lo llevaron a polemizar con el ya por entonces consagrado escritor vernáculo Juan Filloy.

Pinto llegó a la ciudad junto a su familia a mediados de la década del ´60 y se inscribió en el Profesorado de Filosofía y Pedagogía en el instituto Superior de Ciencias y el mismo año que asumió Augusto Klappenbach como rector de la UNRC comenzó a cursar el profesorado y la licenciatura en Ciencias de la Educación. Los testimonios recabados por Escudero permiten evocar a un Alberto Pinto de activa participación en los debates académicos y políticos que retumbaban con fervor en las aulas mientras desplegaba su tarea militante en el Peronismo de Base y dictaba clases de Historia, Filosofía y Psicología en el Bachillerato Acelerado de Adultos que comenzó a dictar la UNRC… soñar castillos de justicia.

Legado y profecía

A los testimonios que alimentan la reconstrucción de Pinto –a los de Macchiarola y Andenmatten se suman Antonio Tello, Oscar Olmedo, Abelardo Barra Ruatta, Marcela Bettiol, Ricardo Carrera, Hugo Pérez Navarro, Rosita Salinero, Carlos “Caco” Fernández, Norma Senn de Fernández, Juan Muzzolón, Cecilia Lladser, Cristina Mola y Olga García-, las constancias judiciales y los diarios de época que rememoran su paso por Río Cuarto se suma un documento literario que inspira el bello título del libro. Se trata de un fragmento del “Poema robado”, de Celia Caamiña, profesora y amiga de Pinto, una personalísima evocación del Pinto poeta: “Me remonto a treinta años atrás. Mi confidencia levantó tus cabellos, arqueó tus cejas oscuras y abrió enormes tus ojos redondos. Te conté que estaba contagiada, que me habían prendido los ardores de Alberto por la gente como prenden las eruptivas en los niños. Te conté que él me entregó su visión de la utopía y me enseñó –en aquella esquina de sol mientras las hortensias se ponían cada vez más azules-, que ser poeta es soñar castillos de justicia”.

Su inclusión como documento histórico habla de la audacia y la sensibilidad del autor, que no se aferra a los cánones ortodoxos de la academia sino que bucea en las huellas -más o menos “objetivas”- de la historia vital de su biografiado para (re)construir su figura con la necesaria carga de subjetividad –y compromiso- que requiere la semblanza de una víctima del terrorismo de Estado. Llama la atención, en cambio, la omisión de los nombres de los “condenados a muerte” por la Triple A en un panfleto de época cuyo texto se reproduce parcialmente (esperamos que no por sugerencia del inefable Comité de Ética (COEDI), que funciona desde hace un tiempo como inexplicable censor de investigaciones académicas en la UNRC).

Detenido en la vía pública en abril de 1977 por policías de la provincia –que operaban a las órdenes del inefable comandante del Tercer Cuerpo de Ejército, Luciano Benjamín Menéndez-, Pinto fue incomunicado y encerrado en un calabozo por “averiguación de antecedentes”. Tres meses después fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y derivado a Holmberg, desde donde casi un año después fue enviado a la temible Unidad Penitenciaria N° 1 de Córdoba (UP1). El 27 de octubre de 1978,  en un estado de salud deplorable por la desatención médica de su epilepsia crónica, Pinto fue trasladado a la UP de La Plata. Su lacerante agonía fue el corolario de un largo calvario de encierro, torturas y vejaciones. El 5 de marzo de 1979 su cuerpo no resistió más.

Alto, pintón, ojos saltones, mirada penetrante, por momentos ensimismado pero siempre afable conversador, hombre culto, lector voraz, poeta inquieto y soñador, la figura desgarbada de Alberto Pinto rompe el encierro de la fría placa que lo evoca en el primer piso del Centro Cultural del Andino, a metros del Archivo Histórico, para proyectarse joven y vital ante los lectores y lectoras que acceden a su historia en el libro de Escudero. A escasas cuadras, en la Casa de la Memoria, “Soñar castillos de Justicia” suma un casillero a la preciada biblioteca Jorge Harriague, enriqueciendo el valioso acervo documental del lugar, siempre vivo. El cuidado trabajo de Ediciones del Puente, la magnífica intervención artística de Leo Fagiano en la foto de tapa del libro y el propio apéndice fotográfico hacen de “Soñar castillos de justicia” además una delicada pieza bibliográfica.

Esta notable investigación de Eduardo Escudero, que integra la Comisión Municipal de la Memoria en representación del Observatorio de Derechos Humanos de la UNRC, revitaliza la lucha por memoria, verdad y justicia y el afán siempre vigente de aquella generación –y de la nuestra, que toma su legado- de construir castillos de Justicia.

En abril de 1968, cuando se cumplió el 26 aniversario de la muerte de Miguel Hernández, Alberto Pinto –que moriría años después casi en idénticas condiciones que el poeta español- escribió: “Lo necesitábamos vivo y otros no lo quisieron. Lo mataron, pero no pudieron. Demasiado joven para morir, lo suficientemente grande para caminar los tiempos, Miguel, invicto, alimenta nuestros días, arrimando claridades, entibiando sueños, anunciando mañanas”.

Así sea.

Soñar castillos de justicia. Alberto Pinto (1937-1979),

de Eduardo Escudero, Ediciones del Puente,

Río Cuarto, Córdoba, 2024, 128 páginas.

 

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -