¿Están buscando un libro para el verano? Agéndense éste: “Cartagena”, de la uruguaya Claudia Amengual. No lo van a encontrar en la mesa de novedades y, para ser sinceros, no va a ser tan sencillo que aparezca por estos días en los anaqueles por la sencilla razón de que se publicó en 2015. Pero vale la pena insistir en las librerías para localizar un ejemplar.
La novela de 272 páginas tiene los ingredientes necesarios para mantenernos atrapados bajo la sombrilla. Amor, engaño, muerte, dolor son parte de la trama que pivotea entre un pequeño diario de provincia, en Uruguay y las calles de la efervescente Cartagena, la ciudad caribeña donde vivió sus mejores años el prócer de las letras, un tal Gabriel García Márquez.
La mención al eterno Nobel que por estos días está siendo homenajeado con una serie en Netflix no es antojadiza. Gabo no sólo está relacionado con la historia que cuenta la novela, sino que también tiene una participación secundaria en sus páginas, aunque lo suficientemente potente como para no quedar en un simple “cameo” cinematográfico.
El protagonista de “Cartagena” es Franco Rossi, un periodista que en su madurez tomó una decisión temeraria que le valió un reconocimiento en su profesión pero que, a la vuelta de los años, sigue mortificándolo. Su reportaje consagratorio lo obtuvo en tierras colombianas, en un viaje a Cartagena que Rossi solventó con sus propios fondos, convencido de que iba a lograr la entrevista con el hombre que lo desvelaba, Pedro Ángel Pastor.
De aquel periplo caribeño Rossi regresa no sólo con el artículo que anhelaba sino también con un título catástrofe: Pastor asegura que los libros con los que García Márquez cimentó su fama en realidad fueron plagios de sus propios textos, los de aquel escritor desconocido.
La nota es un éxito arrollador. Rossi consigue un premio y hacerse un nombre en su país. Poco le importa si el artículo tuvo repercusión en tierras caribeñas y de qué manera eso afectó a los protagonistas. Al menos eso fue lo que experimentó el reportero por entonces, en la cima de su éxito.
Sin embargo, la novela, magistralmente escrita, no sólo describe un salto geográfico sino también temporal.
Ahora Rossi tiene setenta años. Todavía sigue aferrado a la profesión y, a su modo, se las ingenia para mantener cierto prestigio en una redacción donde las nuevas horneadas de reporteros parecen más predispuestos a manejar con solvencia las redes sociales que a enfrascarse en historias de largo aliento. Esas que implican sudor, constancia y no siempre garantizan el éxito de lectores.
El jefe de Rossi es un incompetente que heredó el cargo de su padre, el fundador del diario. Su puesto de director peligra porque los accionistas mayoritarios hace tiempo se percataron de su falta de oficio. Por eso, el director decide dar un golpe de timón que lo ayude a atornillarse en el anhelado sillón y su apuesta tiene nombre y apellido, es el viejo Franco Rossi. Así es como le pide que vuelva a viajar a Cartagena –esta vez con todos los gastos pagados por el diario- y rastree a su personaje fetiche. “Quiero que le cuentes a nuestros lectores qué fue de la vida de Pastor”, le exige con la prepotencia suficiente como para que Rossi no pueda negarse.
Hasta ahí, parte de una trama que mantendrá en vilo al lector.
Como sucede con las lecturas atrapantes, cuando se llega al final uno se siente tentado a expandir el libro y buscar textos relacionados. Así fue como dimos con la interesante entrevista que una periodista de estas geografías, Verónica Dema, le hiciera a Amengual en las páginas de La Nación. Allí la escritora confiesa que la muerte de García Márquez la sorprendió cuando estaba en el tramo final de su novela. “Fue tanta mi desazón que pensé en dejarla inconclusa y la abandoné durante meses. Un buen día la retomé y su escritura, transformada en tributo, me ayudó a entender que Gabo no iba a morir nunca. En 2014 la novela fue finalista del Premio Herralde. Sentí que era también una forma de homenajear al gran Nobel colombiano”, dijo.
Aunque no llegó a ganar el Herralde –en esa edición se lo dieron a la mexicana Guadalupe Nettel por “Después del invierno”- al año siguiente Alfaguara publicó “Cartagena” y Amengual, acompañada por un puñado de lectores uruguayos que decidieron recorrer la ciudad a partir de los lugares que mencionaba la novela, presentó el libro en el Museo Histórico de Cartagena de Indias. Cuentan que esa noche, entre la multitud que se dio cita al museo, hubo varios familiares de Gabo.
“El realismo mágico existe”, dijo Amengual.