La memoria es un río subterráneo que nunca deja de fluir, aunque algunos intenten secarlo o desviarlo. En Argentina, ese río lleva consigo los nombres de quienes fueron arrancados de sus vidas, las ausencias que aún duelen y los ecos de las marchas que exigen verdad y justicia. Sin embargo, en tiempos donde el negacionismo se instala en el discurso oficial, ¿cómo seguimos navegando sin perder el rumbo?
Los pueblos se construyen sobre relatos compartidos. Pero, ¿qué sucede cuando el relato intenta ser tergiversado, cuando se minimiza el horror o se niega lo que la historia ya ha escrito con sangre? En una sociedad que ha luchado por hacer de la memoria un pilar fundamental, las voces que buscan encubrir el pasado no son solo un peligro: son un intento de borrarnos a nosotros mismos.
El presente nos enfrenta a un espejo. Observamos, por un lado, el reflejo de una lucha incansable, de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo que convirtieron el dolor en una bandera de resistencia. Pero, al mismo tiempo, emergen discursos que buscan empañar ese espejo, que pretenden instalar la duda donde ya hay certezas, que nos invitan a olvidar cuando lo que necesitamos es recordar.
La verdad, como el sol tras las nubes, puede ser opacada, pero nunca desaparece. En los juicios de lesa humanidad, en los archivos desclasificados, en las historias que las víctimas nos legaron, la verdad está escrita con tinta indeleble. Pero, ¿alcanzan los hechos para contrarrestar la narrativa de quienes niegan? ¿Es suficiente la justicia cuando aún hay sectores que se resisten a aceptarla?
La justicia, por su parte, no solo es una sentencia; es también un compromiso cotidiano con la memoria. No se trata solo de tribunales y condenas, sino de una sociedad que se reconoce en su historia y que no permite que los crímenes del pasado queden impunes en la conciencia colectiva. ¿Cómo evitamos la indiferencia? ¿Cómo hacemos para que las nuevas generaciones abracen la memoria y la lleven consigo como un faro?
En tiempos donde algunos buscan hacer del olvido una política de Estado, la resistencia se vuelve un acto de amor. Amar la memoria es amar la verdad. Defender la justicia es defendernos a nosotros mismos. Y si el río de la memoria intenta ser bloqueado, seremos quienes con nuestras voces lo desbordemos, porque el ocultamiento y la negación nunca serán una opción.
Nos debemos seguir preguntando, seguir recordando y narrando, seguir mirando el espejo, seguir siendo la voz que no se calla. Porque, al final del camino, la memoria no es solo el pasado: es el futuro que elegimos construir. Como señala Tzvetan Todorov (2000:37), “lejos de seguir siendo prisioneros del pasado lo habremos puesto al servicio del presente, como la memoria -y el olvido- se han de poner al servicio de la justicia”.
Nunca más el silencio
nunca más el miedo
nunca más la muerte.
Que los lápices sigan escribiendo
y que el viento no se lleve los sueños del pueblo.
Sigamos de pie,
sigamos luchando,
que nuestras voces resuenen al unísono:
¡30,000 presentes, ahora y siempre!
y
¡NUNCA MÁS!