El lugar parece un escenario de la por estos días mundialmente famosa historia de El Eternauta. Pero es el territorio de una propia y real distopía. Un cementerio de trenes, aquellas máquinas que supieron traccionar la prosperidad y la cultura de la “pujante ciudad del noroeste cordobés”, como la definió Raúl Scalabrini Ortiz, el primer historiador de los ferrocarriles argentinos. Lo que las mató fue el “ferrocidio”, expresión de otro historiador del riel: Juan Carlos Negro Cena.
“El principio del fin”, nombran los cruzdelejeños memoriosos a aquel 15 de mayo de 1978, cuando el dictador Jorge Rafael Videla y su ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz firmaron el decreto 2164/78, hace 47 años. La orden de cierre y demolición de los talleres ferroviarios marcó un antes y después en la vida de la comunidad. Un millar de trabajadores quedaron en la calle y la región perdió el motor principal de su actividad económica. Decenas de industrias y cientos de comercios cerraron sus puertas en un inexorable proceso de decadencia que ubicó a la zona entre las más castigadas del país por la desocupación, que alcanzaría el 50 por ciento en tiempos del neoliberalismo menemista.
Eran tiempos dorados
Inaugurado en 1890, el predio ferroviario de Cruz del Eje pertenecía a la línea estatal General Belgrano. En sus mejores épocas llegó a cobijar a tres mil obreros, que se desempeñaban en los talleres, almacenes, máquinas, guarda, vía y obras, contabilidad y en la estación, estratégico nudo vial por el que transitaban trenes de carga y de pasajeros hacia el noroeste argentino, y cochemotores hacia Córdoba y Deán Funes.
“Los talleres de Cruz del Eje son sanos, bien ventilados e higiénicos, teniendo todos los aparatos de protección y precaucionales necesarios”, ponderaba Juan Bialet Massé en su célebre Informe sobre el Estado de las Clases Obreras Argentinas, publicado en 1904. La valoración contrastaba con la insalubridad y explotación en los ferrocarriles de capital inglés o francés.
En el estatal taller cruzdelejeño los trabajadores se iniciaban a los doce o trece años, ingresando a la vez en la Escuela de Aprendices (luego Enet Nº 1). “Gracias al ferrocarril yo pude estudiar, porque en esa época no había escuela nocturna y necesitaba trabajar”, supo contar Dreifo Tuti Álvarez, abogado y ex ferroviario fallecido en agosto de 2013. “Cuando entré, todavía era un chico de trece años y me encontré con esa mole impresionante, y fue muy emocionante. Aunque no lo crea, lloré cuando cobré el primer sueldo”, rememoró quien años después fue director de La Idea.
Sirenas en sueños
Hoy pocos recuerdan el ferrocarril, sólo quienes allí trabajaron y los que viven del saqueo del material que queda en la estación y el viejo depósito. El predio no ha sido conservado de un modo que estimule la memoria, ya que una parte fue reciclada como espacio de la Fiesta del Olivo, un uso hiriente para los ex ferroviarios que aún escuchan en sueños la potente sirena que a las cinco de la mañana los llamaba al trabajo. El resto, es zona muerta.
A otro que ya no está, Ismael Brion, le tocó la “ingrata circunstancia” de ser el último jefe del taller ferroviario: “Como se pensaba que podía haber descontrol o desbordes, se envió un tren completo de la Policía Federal que tenía la función de mantener el orden. Se produce la notificación y la gente va saliendo, hasta un poquito alcoholizada porque era el último día de contacto con el compañero. Y cuando salían y gritaban y pateaban puertas, el comisario me dice: ‘¿Quiere que los detengamos?’ ‘No, por favor, déjelos. Es la manera de desahogarse que tiene la gente. Si ellos tuvieran un revólver nos sacan la cabeza’”.
Y tenía razón. En Cruz del Eje no hubo un Juan Salvo que asumiera el liderazgo de la resistencia colectiva, imposible en una comunidad azotada por la represión dictatorial, con 18 de sus hijos e hijas víctimas del terrorismo de Estado.
Memoria de acero
La estación de Cruz del Eje resucitó para una obra del cine nacional que parece de ficción, pero cuenta una historia real y dolorosa: el largometraje Ferroviarios – Memoria de acero en una ciudad sin tren (INCAA, 2011), de la cruzdelejeña Verónica Rocha. Restauración, vestuario y efectos visuales mediante, allí se volvió a ver la estación de los tiempos dorados, tal como la recordaba la escritora Lucila Nieto cuando era un ámbito de paseos y amores juveniles.
Esa escena contrasta con la imagen actual de sus ruinas. “Verónica camina ahora entre los restos de un taller ferroviario y piensa que ahí sí hubo una catástrofe”, dice el relator. Pero no fue una catástrofe. Fue un proyecto político de entrega al capital internacional. Lo explica en la película la profesora Cristina Cafure: “Había una política previa que venía minando las bases de sustentación de los transportes. (…) Es decir, el reemplazo del ferrocarril por el automotor, de Inglaterra por Estados Unidos, por decirlo esquemáticamente”. Para eso “tuvo que haber esta dictadura, que acallara toda voz, que acallara todo intento de edificar una sociedad diferente”.
Barrotes por rieles
“Muchos comerciantes decían que en buena hora que cierren ese nido de vagos y de ladrones, que ahí se iba a producir el despegue de Cruz del Eje, y fue todo lo contrario”, recuerda con bronca Hugo Evando Álvarez, ferroviario cesanteado por la dictadura y profesor jubilado de la escuela técnica. Le da la razón la brutal debacle de la industria, el trabajo y el comercio en las décadas posteriores.
Ya en democracia, las promesas no cumplidas del gobernador Eduardo Angeloz y el neoliberalismo privatizador de Carlos Menem dispararon las cifras del desempleo en una región considerada “inviable” por el ministro de Economía Domingo Cavallo. La necesidad y la memoria del despojo llevaron al pueblo a decir basta y Cruz del Eje se convirtió en un foco nacional de conflicto social.
En el contexto de la “pueblada” de mayo de 1997 en la ruta 38, el gobernador Ramón Mestre anunció la construcción de una cárcel en el mismo predio donde se hubieran edificado los “talleres nuevos” que no llegaron a ser. El entonces senador nacional José Manuel de la Sota se opuso, pero al asumir como gobernador y recrudecer la beligerancia en el noroeste cordobés reactivó el proyecto. En la misma ruta 38, el 9 de junio de 2000 una masiva asamblea popular rechazó la cárcel, pero no fue escuchada.
El 22 de junio de 2006, se inauguró el hoy Complejo Carcelario Nº 2 “Adjutor Andrés Abregú” y De la Sota declaró: “Con la cárcel se recupera el trabajo que se perdió con el ferrocarril”. Una sentencia que decretaba la muerte del Estado de bienestar y su reemplazo por el Estado policíaco-carcelario. Cruz del Eje fue el laboratorio de esa mutación.