Al anochecer del 10 de junio de 2000, un Renault Express blanco chocaba de frente contra un camión en la salida de Cruz del Eje, en el noroeste cordobés. Las ocupantes del utilitario, Viviana Avendaño y Laura Lucero, fallecieron. Los desocupados con los que habían compartido una semana de lucha quedaron sumidos en el dolor y la sospecha de que así se concretaba la advertencia recibida por una de las víctimas en la víspera. Ellos gestaron el mito de “la Vivi”, aquella compañera que llegó para devolverles la dignidad.
Viviana era hija y nieta de madres solteras. Llevaba el apellido de su bisabuelo materno, Tristán Avendaño, obrero en San José de las Salinas. Ella nació en la Maternidad Provincial de Córdoba, el 29 de noviembre de 1958. Se crio con su madre, Pituca Avendaño, referente de Villa El Libertador, y con su hermana mayor, Juana del Carmen. Maestra, estudiante de Ciencias de la Educación y militante revolucionaria, Juana fue presa del régimen de facto del general Alejandro Agustín Lanusse, liberada por la amnistía del presidente constitucional Héctor Cámpora y desaparecida en el campo de La Perla por la dictadura de Videla y Menéndez.
De Villa El Libertador a Moscú
De su madre y su barrio, ambas hermanas se nutrieron de vocación política, sensibilidad social y conciencia de clase. Desde la participación en los grupos juveniles de la parroquia, identificada con el movimiento tercermundista, pasaron a la militancia política. Primero Juana en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y su Ejército Revolucionario del Pueblo, y luego Viviana en la Juventud Guevarista. En 1974, la menor participó en el Grupo de Teatro de Villa El Libertador, del que cuatro integrantes serían secuestrados por la dictadura.
Viviana fue detenida el 6 de octubre de 1975, con dos compañeros de la Juventud Guevarista con los que asaltaron una pinturería. No se llevaron dinero, sino cuatro tarros de pintura para hacer pintadas en homenaje al Che Guevara al día siguiente, en el octavo aniversario de su muerte. Siendo menor de edad, ella fue condenada como cabecilla de esa supuesta “asociación ilícita” orientada a “imponer sus ideas por la fuerza y el temor”, y estuvo presa hasta el 6 de abril de 1981, en el D2, el Buen Pastor, la Penitenciaría de barrio San Martín y la cárcel de Villa Devoto, en Buenos Aires.
Al salir regresó a Córdoba y al barrio. Antes de finalizada la dictadura, comenzó a militar en la Liga por los Derechos del Hombre y tras el retorno democrático en la Federación Juvenil Comunista. En 1987 viajó a la escuela de juventudes comunistas de Komsomol, en Moscú. Al regresar se trasladó a Buenos Aires y siguió militando en la Fede y luego en el Partido Comunista. A mediados de los 90 fue educadora popular y trabajó en la revista América Libre. En 1998, saturada de la ciudad, desilusionada de la estructura partidaria y motivada por su pareja, se fue a vivir a San Marcos Sierras. Desde allí continuó vinculada al Centro de Educación Popular Juana Azurduy y asistía a los encuentros de cooperación de la Cooperativa Integral de Carlos Paz.
Guevarista en el noroeste cordobés
Hacia el 2000, Cruz del Eje era el foco de conflicto social en Córdoba. Desde el cierre de su taller ferroviario en 1978 y la pérdida de dos mil puestos de trabajo, comenzó una debacle socioeconómica, agravada en los ´90 con más desempleo, desigualdad y corrupción.
En mayo de 1997 los desocupados mantuvieron cortada la ruta nacional 38 durante cuatro días y lograron un flujo de planes de empleo y ayuda social. Tres años después, la caída de los planes y las promesas incumplidas del flamante gobernador José Manuel de la Sota reactivaron la protesta, cuya primera expresión fue una pequeña carpa de nylon negro al costado de la ruta.
Una tarde de otoño del 2000, Viviana Avendaño bajó la pendiente de ingreso a Cruz del Eje al volante de su Renault Express. Iba a llevar a su vecina Andrea Marchiano a la escuela de Bellas Artes, donde dictaba clases de cerámica.
—Andrea, ¿viste esa carpa de los desocupados que está en la ruta? ¿Sabés algo?
—Mirá, yo sé que hay quilombo, como en todo el país. ¿Estuviste ahí?
—No, para nada. Bueno, estuve mirando. Fui sólo a tomar unos mates…
—Negra, no te quiero ver tomando mate con los muchachos. Vos ya tuviste suficiente de esa historia...
En realidad Viviana estaba más al tanto de lo que admitió a su amiga. Hacía poco había comenzado una relación con Laura Lucero, profesora de educación física y jugadora de básquet del club local Olayón. Con ella comenzó a participar en las primeras asambleas y se sumó al movimiento de desocupados, sin buscar el protagonismo que el desarrollo de los hechos le terminaría otorgando.
En la mira represiva
El 8 de junio, unos 400 desocupados que marchaban por la ruta fueron brutalmente desalojados por la Guardia de Infantería y la División Canes, comandadas por el comisario general Luis Iturri, jefe de la Policía de la provincia. Varios manifestantes resultaron heridos con balas de goma o mordidos por los perros y cinco fueron detenidos. La represión multiplicó la protesta por diez.
Al día siguiente, en una asamblea en el centro de la ciudad, Viviana Avendaño dijo:
— ¡Responden al hambre del pueblo con palos y balas! Es lo que han hecho en Salta, en Chaco, en Corrientes y lo que siguen haciendo. Entonces, si estamos dispuestos a enfrentar eso, este modelo de país que nos ha dejado afuera… Porque seamos conscientes, nos ofrecen 120 pesos porque sobramos. ¡Somos la basura de este sistema! ¡Para ellos no somos nada!
Unos cuatro mil cruzdelejeños –los desocupados represaliados en la víspera, sindicatos, centros de estudiantes, colegios profesionales, entidades agrarias y el Centro Comercial– volvieron a copar la ruta 38. Años después, el comisario Iturri recordaría a una mujer que “los exacerba, los exalta… los conmina a ir de nuevo a la ruta. Entonces, cuando veo eso, yo vuelvo a pedir más refuerzos, porque se ponía muy fea la cosa. La cuestión es que la chica dice: ‘Vamos a la ruta’. Y a las cuatro de la tarde, Cruz del Eje tenía de tres a cinco mil personas en la ruta”.
A esa hora, Julio “Pantera” Quevedo, uno de los referentes de la protesta, había visto que a pocos metros del puente carretero “Iturri, el jefe de Policía, la llamó a Viviana, la metió dentro del grupo de policías y la apuraron ahí. ¿Y vos te creés que Viviana hizo o dijo algo? No nos dijo nada, para que no fuera a ser cosa que nosotros dijéramos que ‘nos vamos por Viviana’. No, se la aguantó ella sola”. A esa hora, el poder político y la policía ya le habían puesto el rótulo de infiltrada.
La Viviana que se sumó a la protesta cruzdelejeña era más que eso. Imbuida de la idea de poder popular, había superado el vanguardismo de su juventud, pero seguía creyendo en la revolución para el pueblo y con el pueblo. Sobre todo, seguía siendo guevarista en el sentido de lo que el Che dejó escrito para sus hijos: “Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo”. El delasotismo no podía a permitir que alguien con su historia condujera un movimiento social, y por eso concentró en ella la inteligencia y la represión.
El cuerpo de la memoria
La pueblada del 9 de junio de 2000 obligó al Gobierno provincial a abrir una mesa de concertación y gestionar la liberación de los detenidos durante la represión, a cambio de levantar el corte de ruta. Los jóvenes recuperaron la libertad esa misma noche, un rato después de que en la vereda de la comisaría se repitiera la escena entre Iturri y Avendaño, esta vez presenciada por Liliana Rivadero y Mario Robles.
La tarde del sábado 10 de junio, Viviana y Laura volvieron de San Marcos a Cruz del Eje a cobrar un trabajo. Al regresar, chocaron de frente contra un camión. Viviana murió en el acto y Laura entró en coma y falleció dos días después. Sus compañeros acusaron a la policía y la despidieron con una masiva muestra de dolor e indignación. Alguien había visto una moto que las perseguía y provocó el choque, pero la Justicia nunca convocó a ese testigo. Ni investigó las amenazas recibidas por una de las víctimas el día anterior. En el lugar de la muerte de las chicas, las desocupadas y desocupados cruzdelejeños construyeron una ermita.
Más de dos décadas después, deteriorado por el tiempo y oculto por el monte, el sitio parecía condenado al olvido. Pero la memoria y solidaridad popular lo revivieron, una tarde de verano en que militantes de Córdoba capital y Cruz del Eje compartieron trabajo, recuerdos y esperanzas. Para Luce, una de las impulsoras de la jornada, “es muy importante traerlas al presente, homenajearlas y nombrarlas con fuerza, como Viviana se nombraba y la nombran sus compañeros: piquetera, lesbiana, luchadora… Por eso estamos acá”.
Juan De Cicco fue uno de esos compañeros y es hoy un referente de la Mesa de la Memoria de Cruz del Eje: “Es inmenso el cariño, el respeto y la camaradería que se ganaron en el corto tiempo que estuvieron entre los cruzdelejeños. Lamentablemente, uno lo dimensionó después que pasó ese dudoso accidente. Cuando fue el velorio en el Polideportivo Municipal, nunca vi tanta gente y tanto dolor”.
“En medio del caos que vivimos, conocer sus vidas, saber qué hicieron, pensar por qué se involucraban por los demás y se arriesgaban, es un ejercicio muy importante”, dijo Belén Ardiles.
Pituca Avendaño tiene 93 años y el duelo por sus dos hijas aún inconcluso. De Juana del Carmen, la Megacausa La Perla le entregó una verdad y una condena contra sus victimarios, pero no hay un cuerpo para enterrar. De Viviana, tiene una tumba donde llevarle flores y una sospecha, pero no una verdad definitiva ni mucho menos justicia. Esa mujer que no tiene el cuerpo de su hija mayor, aceptó que el de la menor sea trasladado al cementerio de Cruz del Eje, para que los compañeros y compañeras de su última lucha la puedan visitar.
Cuando se presentó la biografía de Viviana Avendaño en el salón de la Escuela Normal de Cruz del Eje, estaban presentes esos hombres y mujeres que compartieron sus últimos días de vida. Era el 26 de noviembre de 2015 y cuatro días atrás había ganado la elección presidencial el candidato que –ya se sabía– volvería a criminalizar la protesta. Esa noche, Pituca se paró y dijo: “Yo no perdí a mis hijas para que ustedes se pongan a llorar. ¡Levántense y sigan la lucha!”.
El mandato vale para el contexto actual.