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El Eternauta en el Uritorco
Por | Fotografía: Gentileza herederos de Solano López.
Foto: Héctor Solano López, el ilustrador de El Eternauta.
En una entrevista realizada en 1997, el dibujante Francisco Solano López –fallecido en 2011– confirmó que se aprontaba a retomar las aventuras de El Eternauta en la revista Nueva, que se distribuía en Córdoba y otras provincias. El cordobés Pablo Maiztegui, que por entonces tenía tenía 27 años, guionó, ayudó a dibujar y coloreó aquella historieta que comenzaba en el mítico cerro Uritorco: “El mundo arrepentido”.
Publicada el en Entrevistas

Francisco Solano López, cocreador de El Eternauta junto al guionista Héctor Oesterheld, había vuelto al país a fines de 1994, tras su segundo exilio. Por aquellos días había comprobado entre los fans que lo visitaban y los que participaban en los eventos sobre historietas que se realizaban en Buenos Aires que El Eternauta seguía vigente en la memoria de varias generaciones. Y en consecuencia había decidido volver sobre el personaje con nuevas aventuras.

Mientras dibujaba para editoriales norteamericanas comics tan disímiles como Alien, Jonny Quest o una adaptación del clásico cinematográfico Freaks, de Tod Browning, Solano planificaba el regreso de Juan Salvo. 

En septiembre de 1997, yo, que recién me estaba lanzando a la arena periodística y hacía columnas radiofónicas sobre historieta, me había enterado de que ese nuevo Eternauta aparecería pronto en la revista Nueva –dominical que integraba la edición de varios diarios del interior del país, entre ellos La Voz del Interior– y gestioné que “el maestro” me brindara una entrevista.

El guion de la nueva aventura eternáutica –titulada “El mundo arrepentido” –comenzaba con “el navegante del porvenir” corporizándose en el cerro Uritorco frente a un grupo de científicos de distintas provincias, a quienes pronto les contaba sus recientes peripecias en Marte. Lo había escrito el cordobés Pablo Maiztegui, por entonces con 27 años de edad, quien generosamente me había franqueado el acceso a Solano López.

A raíz de ese vínculo, la primera pregunta que hice al célebre dibujante en su departamento del barrio porteño de Belgrano fue sobre cómo había surgido que Maiztegui guionara el regreso de El Eternauta: “Después de algunos proyectos con otros guionistas que no se concretaron, le dije a Pablo, que ya llevaba varios años ayudándome en el dibujo: ‘A ver, ¿vos qué idea tenés, qué harías con este personaje?’. Y él hizo un proyecto muy bueno, que fui a proponerlo a la revista Nueva. Al director le gustó, pero como era para diarios del interior, me dijo: ‘¿Por qué no hacen una aventura que tenga relación con el interior del país?’, contó Solano. Y agregó: “Entonces les propusimos una historieta que inicia y concluye en las sierras de Córdoba. Así que también está aquella  saga más larga que ideó Pablo, que la dejamos en suspenso para dedicarnos a hacer esta, que salió muy linda también. A mí me gusta mucho cómo Pablo comprende el personaje, cómo lo respeta en su esencia y cómo maneja la ciencia  ficción. Tiene una manera de escribir y contar la historia que ensambla muy bien con mi visión del personaje”.

De inmediato, a causa de mi inexperiencia, dejé de explorar ese filón de  rabiosa actualidad y, siguiendo mis curiosidades de fan, torcí el cuestionario hacia la época en que había nacido El Eternauta original, en 1957. Quise saber, ante todo, cómo Solano había resultado elegido para dibujar esa historieta por entonces tan novedosa: “Cuando Oesterheld vio el momento de agregarle un suplemento semanal a su revista Hora Cero, me preguntó qué historieta me gustaría hacer a mí –comenzó a responder–. Entonces le pedí que me hiciera una historia de ciencia ficción, pero no al estilo de Rolo, el marciano adoptivo u otras que hacíamos en la época, sino una más realista, con personajes que fueran más creíbles, cotidianos, de manera que el lector sintiera que la cosa pasaba de verdad. Y entonces escribió esa historia con un padre de familia, en una casa común de clase media”.

Y lo que López relató después, visto a la distancia, de alguna manera explica la esencia de El Eternauta: “Esa historia era lo que yo esperaba para desarrollar una parte de mi trabajo que me interesaba: salir del héroe de historieta clásico, estereotipado, que anda a las trompadas, tiene la cara cuadrada y todo eso. Quería que se sintiera que, además de estar viviendo la aventura, eran personas con su propia vida, que reaccionaran como un ser humano de acuerdo con ciertas características de su personalidad, su psicología. Pensaba que mi dibujo daba para eso. Y me di cuenta de que el sistema offset que usaba la editorial era muy bueno, lograba una limpieza de impresión que daba para trabajar con mucho detalle las expresiones de los personajes, para poder reflejar estados de ánimo, hacer una composición de los personajes más completa, como en una buena película o en una novela. Creo que ese fue uno de los muchos motivos por los cuales El Eternauta tuvo una aceptación grande del público”.

-¿En qué momento de la historieta nacional y de su trayectoria ocurrió eso?

-Y… en esa época las revistas de historieta de aventuras y entretenimiento para chicos y jóvenes que estaban en los kioscos y andaban bien, como Misterix, Patoruzito o alguna de Editorial Columba, vendían alrededor de 200 mil ejemplares por semana. Misterix, donde trabajábamos Héctor y yo, vendía 220 mil. En ese momento Héctor tuvo la idea de hacer una editorial para publicar por su cuenta. Y cuando la puso en marcha también llegó a vender cerca de 200 mil ejemplares semanales. Pero le metían la mula: el imprentero le confesaba la mitad de la edición, y la otra mitad la hacía en complicidad con el distribuidor. Entonces, a pesar de que igual era buen negocio, nosotros nunca lo vimos como bueno: nunca recibimos los frutos del buen negocio, porque Héctor nunca nos dijo lo que le pasó. Al principio no se enteró, y cuando se enteró, que no sé cuándo habrá sido, nunca nos dio cuenta a nosotros. Yo me enteré por la viuda, años después. Él, a pesar de ser muy simpático, y aparentemente un buen compañero con nosotros, de muchas cosas no nos enteró. Supimos después que Hora Cero semanal vendía al menos 180 mil ejemplares.

-¿En la época en que incluía El Eternauta?

-Sí, y de eso el distribuidor le declaraba a Héctor que vendían 90 mil, pero vendían otros 90 mil truchos que hacía el impresor. Misterix en esa época bajó la venta a 40 mil: los que compraban Hora Cero dejaron de comprar Misterix. Era una época muy buena porque las cosas que escribía Héctor eran muy buenas. Y tanto Hugo Pratt como Arturo del Castillo, Alberto Breccia, otros y yo estábamos muy contentos con ese trabajo, porque trabajábamos sobre un material que era realmente muy bueno, que nos gustaba mucho.

-¿Es verdad que en los guiones de Oesterheld, que le llegaban manuscritos, no había mucha descripción de las imágenes?

-Sí, siempre hubo mucha libertad para… Es decir, cuando leía una historia, yo iba representándome mentalmente qué ocurría. Y a veces ni me daba cuenta si  estaba siguiendo las instrucciones del guionista en cada cuadro o mi propio ritmo, mi propio movimiento de cámara. Y Oesterheld, por lo menos en los guiones que me daba a mí, era muy parco en la presentación de las escenas. Salvo cuando aparecían ciertos personajes, que uno los iba configurando de acuerdo a lo que pasaba en la historia. Si un Gurbo, por ejemplo, era un ser extraterrestre que empujaba edificios y los tiraba abajo y mientras caminaba dejaba unas huellas enormes sobre el asfalto, quería decir que era un bicho muy grande, muy pesado. Y si ni los cañonazos le hacían nada, era porque tenía debía tener un… ¿Cómo se llama…?

-¿Caparazón?

-Sí, un caparazón o unas defensas muy fuertes. O el “mano”, con esa inteligencia fría, que tenía unos controles que manejaba a gran velocidad y todo eso… De acuerdo con la manera en que Oesterheld lo describía en su comportamiento, era forzoso que había que hacerle una mano con muchos dedos. Si Favalli era un profesor universitario, un tipo serio, reposado, pero al mismo tiempo fornido, así salía Favalli. Y a Juan Salvo lo hice con un pelo rubio cortito, como en esa época no se usaba, y ojos azules. Como había hecho varios personajes morochos de facciones fuertes, afiladas y ojos negros, con este dije: “Voy a hacer lo contrario, porque la Argentina es un país donde hay todo tipo de gente, una mezcla de razas”. Además iba a tener un destino extraterrestre, cósmico, entonces a su apariencia yo la planteé con una cosa medio extraña, que sirvió para acompañar su aparición en el escritorio de Germán. Venía bien que tuviera esa pinta de tipo un poco diferente del común de la gente de su barrio, con esos ojos intensos y claros; y ya gastado por las generaciones que llevaba vagabundeando por ahí.

Regreso al presente

Es mayo de 2025. Tras el estreno de la serie Netflix de producción nacional basada en la historieta primigenia, El Eternauta se ha convertido en un suceso cultural de impacto mundial. Pablo Maiztegui  atiende mis mensajes con la misma generosidad con la que 28 años atrás me habilitó ingresar a los entretelones creativos de Solano López en la intimidad de su domicilio.

Como los años ofrecen nuevas oportunidades, puedo preguntarle a este artista oriundo de Berrotarán –que ahora tiene 55 años y está laboralmente concentrado en la realización de story boards publicitarios y cinematográficos–cómo llegó a guionar aquella aventura cordobesa de Juan Salvo. Y puedo profundizar en detalles de su labor junto al legendario historietista. Pablo –Pol para los amigos, y a veces como seudónimo– rememora entonces que conoció a Solano de manera totalmente fortuita en 1992, cuando trabajaba como mozo de bar y vendía artesanías en El Rastro, en Madrid. En cada pausa de sus laburos, Pol – que había desplegado fugazmente su notable habilidad en la historieta subte cordobesa– dibujaba en servilletas. Una nueva amiga lo vio en acción y le comentó:

–Mi papá también dibuja.

El padre de Viviana López –así se llamaba la chica– resultó ser Francisco  Solano López.

– ¡Es Maradona! –exclamó Pablo, impactado.

Presentación social y muestra de servilletas mediante, un año después Maiztegui se estaba mudando a Río de Janeiro para integrarse al equipo de ayudantes del tan reconocido dibujante de El Eternauta.

-¿En qué consistía tu rol de asistente de dibujo?

-Sobre todo en terminar a lápiz los fondos, entintarlos y entintar los vehículos y demás elementos que completaban los cuadros. El diseño de viñetas y las tomas las armaba Solano, pero uno completaba. Y en la medida en que uno se iba poniendo más canchero, él le iba dando más para hacer. Llegué a dibujar los cuerpos de varios personajes. Las caras, eso sí, las hacía siempre él.

-¿Y cómo fue que te propuso escribir la nueva historia de El Eternauta en Córdoba?

-Yo había estudiado cine en Córdoba. Entonces tenía algo de confianza para escribir guiones, por lo menos desde lo técnico. Cuando Ricardo Barreiro, el guionista con el que él contaba para hacer cosas fuera de lo que hacía para Inglaterra, empezó a andar mal de salud, le ofrecí escribirle unas historias cortas sobre los indios del Amazonas y otras basadas en noticias absurdas de los diarios. Empezamos a hacer esas historietas, que están publicaditas acá pero se hicieron para Italia. Mi labor como guionista fue improvisada en ese momento, pero me divertí muchísimo y me dio confianza para cuando Solano decidió volver a hacer su historieta más famosa. Como no podía contar con Barreiro, me dijo: “Che, estas historietas que hacemos tan bien… ¿Querés que hagamos unos Eternautas?”

-¿Cómo ideaste “El mundo arrepentido”? ¿Qué conceptos o ejes tenías en mente?

-Como iba a salir en diarios del interior, dije: “Hagámosles algo en el Uritorco, que del Uritorco sé porque soy de Córdoba”. Y Solano me dijo: “Podemos convertir al Eternauta en una franquicia”. Quería que pasara como con Batman. Quería tener algo para disfrutar como jubilación y dejar como herencia. Por eso le hicimos el traje con el símbolo del infinito. Y armé la historia de manera que no tocara nada del original y sirviera para lanzar al personaje como viajero de la eternidad, con el que luego se pudieran hacer aventuras de todo tipo, como con cualquier franquicia. Le metí esos bichos vacunos como un chiste a mí mismo, de hacer algo que sucedía en el interior pero a la vez en Marte. Eso se relacionaba con el mito del Minotauro, porque cuando apenas se descubrió ese planeta se hablaba de laberintos, que después resultaron cañadones naturales, pero los utilizamos igual. La historia era sobre todo una alegoría política, de esas que siempre estuvieron en boga en la ciencia ficción, sobre civilizaciones que se destruyen a sí mismas.

-¿Aunque ya guionabas, en esa obra continuaste como colaborador en el dibujo?

-Sí, y además la coloreé. Ensayamos por primera vez con color por computadora. Y salió ese experimento en todo sentido que fue “El mundo arrepentido”, que es redondita, porque la hice con criterio de historieta completa.

Durante la siguiente década, Maiztegui y Solano desarrollarían las sagas de El Eternauta más largas y complejas que habían dejado en suspenso: “El regreso” y “El fin del mundo”.

Pero esa es otra historia.

Iván Lomsacov
- Periodista -