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#VuelvenLasHinchadasVisitantes
Memorias de un barra brava
Por | Fotografía: Gentileza Barrabrava.net
Foto: La barra brava deSan Lorenzo, más conocida como La Butteler.
El testimonio de A.B., que supo ser integrante de la barra brava de San Lorenzo, reaviva los fantasmas de la violencia en el fútbol en momentos en que vuelven las hinchadas visitantes a los estadios. Viaje al corazón de la sinrazón de una pasión que supo desbordar las tribunas y la AFA procura reencausar en una convivencia pacífica.
Publicada el en Entrevistas

A.B fue barra brava de San Lorenzo durante 30 años. Miles de anécdotas, peleas y tragedias pasan por su cabeza al recordar el pasado. Tiene el ceño medio fruncido, la capucha puesta y fuma. Para evitar problemas pide que no se divulgue su nombre ni se ponga una foto de su cara. La nostalgia se refleja en su rostro cuando recuerda y una sonrisa asoma cuando evoca a “los pibes”, sus compañeros de la barra brava de San Lorenzo.

La historia que más lo marcó no es precisamente la más feliz: “Una vez nos fuimos a Mar del Plata para un torneo de verano, contra Boca, un miércoles a la noche. Yendo para la cancha, a mitad de camino, nos cruzamos con un micro de una peña, les robamos la bandera, les pegamos y seguimos. Ya en el cacheo, yo estaba hablando con dos pibes y en un momento lo agarran a uno por atrás y  le dicen “aguante Boca” y le dan dos puñaladas en la espalda. Cuando cae, el otro me dice “guarda” y me empuja. Me voy para adelante y  veo como le atraviesa a otro pibe en el hombro una varilla de construcción. Las usaban como lanza. Después fue un quilombo bárbaro: tiros, piedras, botellas. Fue una carnicería ese día. Lo único que me acuerdo fue que agarre la bandera, di dos pasos para el molinete y me desperté en el hospital. Al que apuñalaron no murió, pero no fue nunca más a la cancha”.

No es la anécdota más feliz. Tampoco la única.

Cuando tenía diez años, A.B. vivía en Santa Fe debido al trabajo de su padre. “Jugaba con figuritas de chapas y redondas, donde venían los jugadores con las camisetas de los clubes. Me llamaban la atención los colores de San Lorenzo y por eso empecé a informarme más, los seguía y lo miraba. No tanto porque en esa época la tecnología no era mucha”, recuerda. A los 14 años se mudó a Buenos Aires, a Almagro. Todavía no era fanático del club, pero se hizo un grupo de amigos en el barrio y uno de ellos tenía un conocido que iba a ver a San Lorenzo, aunque no era de la hinchada.

- ¿Cómo fue la primera vez que fuiste a la cancha?

- Me le escapé a mi viejo porque no me dejaban salir. En esa época era menor y el régimen de la dictadura no era algo alejado, por eso tenía miedo de que me llevaran en cana o me pasara algo. Mentí, dije que me iba de compras. Fui al lugar de la cita y esperé a mi amigo, pero nunca llegó. Tomé el bondi y me mandé solo. En plata de hoy tenía tres mil pesos en el bolsillo. Cuando llegué no sabía cómo entrar, necesitaba a un mayor y no podía estar mucho tiempo ahí porque la policía era bastante estricta.

- ¿Y cómo entraste?

- Para entrar tenés que tener un padrino de cancha, que es el que te lleva a la barra, te presenta y te hace entrar. Estaba afuera cuando apareció un chabón, tendría 25 años, que me dijo: “¿Querés entrar?, vení, entrá conmigo”. Y con él entré por primera vez a la cancha. Fue una emoción bárbara. Me dijo que tenía que esperar a más pibes. Entraba y salía, hablaba con todo el mundo y yo pensaba ¿cómo hace este?, porque no le pedían nada. En un momento lo pierdo de vista y al rato cae con toda la hinchada. Le dijo al que se encargaba de las banderas. “Él es mi ahijado, cuídamelo”. Ya mí me miró y me dijo: “Y vos le haces caso a él”. Entre por primera vez a la cancha con uno de los que manejaba la barra, y no lo sabía”.

La Butteler (nombre de la barra brava de San Lorenzo) se divide en tres grupos: tercera, segunda y primera línea. Los que están en tercera línea son los del fondo, a los que les dan las entradas que sobran, que sólo están en la previa. Los de segunda línea van siempre, se juntan dos días antes del partido y seleccionan qué llevar. Rodean la mesa chica y pueden participar, pero con límites. Y por último, la primera línea o “mesa chica”, son los que se encargan de todo: viven en el club y nunca son más de cinco. Manejan las banderas, los bombos, las entradas, la comida, los micros y la gente. “El que está en primera línea tiene que pelear por la plata necesaria para todo. Para arreglar con la policía y que no te rompan las bolas, para la comida y las entradas para toda la gente”, cuenta A.B.

-¿Llegaste a estar en primera línea?

- Si, estuve cuatro años. Me costó doce llegar. Estaba siempre en el club. Me peleaba hasta con la misma gente porque todos te comen el hígado, te quieren bajar. Están todos enfierrados, todos enfacados. Cuando estás en la mesa chica se te alivia un poco el tema de la pelea porque tenés a los soldaditos, que son los que te salvan. Son ellos los que te dicen “fijate que acá están armando un grupito, van a hacer esto, te quieren hacer aquello o te quieren bajar”. Todo porque se maneja mucha plata. En mi época no le dábamos bola, con los pibes que estábamos en la mesa chica nunca decidimos agarrar la plata para nosotros. Todo era para la banda. Además, San Lorenzo es una banda muy familiera, no es como otras hinchadas.

-¿Se podría decir que fuiste alguien muy conocido ahí adentro?

- Fui conocido y sigo siendo muy conocido todavía. Voy a la cancha y tengo entrada para mí y para los que están conmigo. Estuve en la época en la que San Lorenzo no tenía cancha, entonces alquilábamos en Ferro, River, Boca, Huracán. Pero siempre había que pelear con alguien, con los policías, con la barra del club que alquilabas y la barra visitante.

- ¿Alguna cancha era más difícil que otra?

- En la cancha de Huracán era una carnicería. Cada vez que había un partido nos agarrábamos. Si no nos esperaban, los íbamos a buscar, de bronca no más. En uno de esos tantos quilombos fue cuando matamos a Ulises, en los 90, que era un hincha de Huracán. Después matamos a un hincha de Boca, Saturnino, en su cancha. En esa pensé que no la contaba. Antes los bombos eran con parches de cuero, no se veía lo que había adentro. Tres cuadras antes del cacheo los desarmábamos y envolvíamos en los buzos las cosas para meterlas adentro. Como sólo los hacían girar, no se notaba. Por eso nos salvamos ese día y salvamos a la familia.

Saturnino estaba en la hinchada cuando la barra de Boca comenzó a atacar a San Lorenzo en busca de venganza. Un grupo de simpatizantes del Ciclón les habían robado una bandera de un conventillo del barrio, días antes del partido. Para algunos, una bandera es un simple trapo, con colores, dibujos y letras, pero para un barra brava el significado es completamente distinto: es oro puro, junto con los bombos. Se cuidan siempre: “Ese es uno de los códigos. La bandera y los bombos se cuidan como un hijo o como una madre. No se mojan, ni se pisan, ni se tocan, ni se empujan. Era un problema si te robaban la bandera y la veías en la tribuna de enfrente. Para recuperarla tenías que pelearte con la policía, meterte en la tribuna y buscarla”, cuenta A.B.

- Cuando matas a un hincha todo vuelve, y vuelve el doble. Después de lo de Saturnino, nos vinieron a buscar cuatro semanas seguidas-, recuerda A.B.

- ¿Cómo era la relación con tu familia?

- Ni veía a mi familia. Desaparecía. Con suerte, aparecía cada tres meses. Estaba en el club o con los pibes. No sabían nada de mí y yo nada de ellos. Después me di cuenta del tiempo perdido. De repente veía a mis sobrinos, cuanto crecían, y me daba tristeza. Capaz los veía una vez por año. Lo mismo con mis viejos.

- Si tuvieses la oportunidad de volver ¿volverías?

- A veces cuando voy a la cancha y veo a los pibes me dan ganas de volver, pero ya no me da el cuerpo. Si lo hiciese, con la salud como la tengo, moriría en cuatro años. Pero no lo haría, sería dejar todo de vuelta, volver a atrás. Yo estoy tranquilo ahora, me manejo con mis tiempos, veo más a mis hermanos. Igual, a pesar de todo lo que viví, a veces pienso que no hice las cosas tan mal. Cada vez que vuelvo me cruzo gente que me saluda re emocionada, me dice que yo le regalé entradas en algún partido, y eso lo hice con un montón de gente. Me invitan a conocer a su familia. ¿Quién invitaría a la mesa donde está su mujer y sus hijos a un barra? Eso me lleva a pensar que dentro de todo hice cosas bien. Siempre pensé en los pibes.

“Con la azulgrana voy a morir, sin el ciclón no sé vivir”, dice unos de los cantos de La Butteler. Pasaron diez años desde que A.B. se alejó de la barra brava de San Lorenzo. Pero la barra sigue formando parte de él. Con nostalgia, cariño y un poquito de  bronca, guarda sus recuerdos y las experiencias vividas. La familia no se elige, pero él encontró una fiel. Y aunque la abandonó hace diez años, no puede olvidarla.

Valentina Díaz
- Estudiante de periodismo -