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Ariana Harwicz
La voz de una oscuridad salvaje
Por | Fotografía: Gentileza Ariana Harwicz
Foto: Radicada en Francia hace casi dos décadas, Ariana Harwicz es una de las escritoras más intensas de la literatura argentina actual.
Su primera novela, “Matate, amor" (2012), será llevada al cine por Martin Scorsese en agosto. Nacida en Buenos Aires en 1977, la escritora argentina habla del nacimiento del arte y la escritura desde la oscuridad de un lugar bajo tierra.
Publicada el en Libros

Vivía en Buenos Aires. Daba clases y se trasladaba en bicicleta. Pero a la hora de escribir sentía que ese esquema no la ayudaba, como a otros escritores. Se identifica más con la figura del escritor que se va, se aísla, lo deja todo. Por eso, a los 29 años, dejó Argentina. Primero se fue a vivir a París y después, al campo. Actualmente tiene 47 años y vive en una zona que es todo menos burguesa, en donde también viven los “plouc” (obreros) o los marginados, como les dice ella.  Es una zona desclasada que, si le preguntan a un parisino dónde queda, no tiene idea. Allí Ariana Harwicz encontró por fin su rincón para escribir. Un rincón donde solo hay oscuridad, naturaleza animal y enemigos que se encuentran afuera y dentro de uno mismo. Sus obras literarias cuestionan el orden natural de las cosas y hablan al oído con una voz que susurra verdades incómodas. Entre ellas "Una trilogía involuntaria", sobre maternidad y locura; “Matate, amor”; “La débil mental”; y "Precoz”. Su cuarto libro, “Degenerado”, se introduce en la mente de un pedófilo. “Perder el juicio”, su último libro publicado, trata sobre una madre que secuestra a sus hijos.

- ¿De dónde surge la escritura en tu vida?

- La escritura surge siempre de la necesidad, por lo menos cuando es Cuando no hay algo programático de querer publicar algo, dedicarse a esto como una profesión, como un trabajo rentable. Lo único que hay es necesidad, no sé, diría necesidad espiritual y de ahí surge la escritura. De la angustia y de la necesidad y bueno, del deseo. Esas tres cosas, angustia, necesidad y deseo.

- Como narradora sostenés que el arte te permite hacer cosas que no harías nunca en la vida real. ¿Cómo surge ese lugar, es puramente artístico o también hay una parte mental?

- Ni es puramente mental, ni es puramente intelectual, ni es intuitivo. Es decir, el arte permite claramente tomar revancha sobre la vida, vengarse, hacer justicia por mano propia y no depender de un Estado o de una Justicia corrupta. Hay una metáfora de una valla que suelo usar mucho: la valla es el engaño. El engaño del poder, el engaño de la época. Algo que siempre existió y fue así. Frente a eso la escritura ha sido una salvación. A veces ha habido que esconder los escritos, guardarlos en sótanos, bajo tierra, hasta que pasara un gobierno que no permite publicarlos. Han sido clandestinos. Y es ahí cuando el arte no puede existir si no es subversivo, porque su única misión parte de la medida en la que cuestione el orden. Y creo que no podría ser de otro modo.

- En una entrevista dijiste que “la hipótesis del arte es la violencia de que el otro empiece a pensar distinto”. ¿Cómo considerás al lector en ese proceso?

- Esa violencia que invoqué es la violencia característica del arte, uno se impone a sí mismo pensar distinto para poder escribir. No es que uno escribe en acuerdo total con uno mismo, en una especie de adecuación filosófica o espiritual con uno mismo. Es decir, uno también hace el ejercicio de la praxis, de discutirse a sí mismo, de ser su propio enemigo, de auto cambiarse la visión. Y eso es lo que le tiene que pasar al lector también. El lector tiene que poder ver todo de otra manera para que exista el milagro del arte. Es algo recíproco para que el que escribe y el que lee puedan ver y pensar distinto todo. Ir al origen de la cosa y volver a pensarla. Es como apuntarse al cráneo uno mismo.

- Para quienes todavía están a tiempo de leer el libro antes de ver la película de Scorsese, ¿con qué pozo oscuro te encontraste para escribir esa historia?

- Por supuesto que yo estaba adentro de un pozo, sino no hubiera podido ver lo que vi para escribir “Matate amor”. No se puede estar en un estado normal para ver algo que se encuentra bajo tierra. Es como el ejercicio de traducción: implica estar en otro estado. Y toda la novela se reduce a eso, a tener una visión de lince e ir hasta el lugar más oscuro.

- El título de “Matate, amor“, tu primera novela, comienza con un coloquial insulto argento y termina con una delicadeza campestre. ¿Cómo enriquece la narrativa la combinación de lenguas y culturas?

- Es cierto que “Matate amor” empieza con un insulto de melodrama ¿no?-esboza una sonrisa irónica, como si la idea del título fuera en complicidad con Argentina-; el título es como de una telenovela de drama cómico argentino. Claro que la combinación de lenguas y culturas enriquece la narrativa, porque crea una tercera lengua. El hecho de escribir en una lengua influenciada por otra, esa fricción, ese entrecruzamiento genera una tercera lengua. Una lengua inventada, que es lo que uno tiene que hacer al escribir. Otra vez la metáfora de la valla: en este caso saltarse la valla de la lengua de la comunicación e inventar una nueva. Y para poder hacer eso tuve que irme y mirar todo con otros ojos.

- ¿Por qué elegiste vivir en Francia y no en otro lugar? ¿Surgió allí una perspectiva diferente de Argentina?

- Francia surgió quizás un poco de manera arbitraria, un poco caprichosa. Francia por la lengua, es decir, yo quería hablar francés, quería estudiar la lengua. Quería tener esos sonidos en la boca -se ríe por la expresión que hace- y bueno, fue un poco por eso que vine a estudiar a Francia. No hay una razón mucho más profunda o certera que esa. Y cambió todo. Vos me preguntabas si cambió algo en mi perspectiva sobre nuestro país y yo diría que cambió todo. Es como una obligación, como un servicio militar de la mirada. No hay manera de que se vuelva a ver lo mismo de la misma forma que si estuviese en Argentina, es como un cambio muy salvaje, muy violento. Para bien y para mal, te obliga a ver un mismo objeto de infinidades de formas distintas. Y eso para mí es muy favorable a la escritura. Eso también me indujo a escribir.

- ¿Qué recordás de la estudiante que fuiste en Argentina?

- Mi vida de estudiante en Argentina fue muy larga. Fue un periodo muy largo y muy luminoso que se extendió porque me cambie de Artes a Filosofía una y otra vez. Hice muchas materias en PUAN, la Facultad de Filosofía y Artes en la Universidad de Buenos Aires; también estudié en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, en el EMAD, la carrera de Dramaturgia; y también estudié cine en la escuela dependiente del Enerc, en el INCAA. Estudié mucho y todo lo que puedo pensar, todo lo que sé ver, es a raíz de haber educado y entrenado mi visión. Mi vida en Argentina –suspira- ha sido en su totalidad una larga educación de la mirada.

Tiare García
- Estudiante de periodismo -