Más allá de los festejos de Macri y la decepción kirchnerista por el resultado a nivel nacional –que obliga a una definición en balotaje el 22 de noviembre-, la elección en Córdoba tiene un gran perdedor: José Manuel De la Sota, quien no pudo retener los votos obtenidos en las PASO, relegando a la lista de Sergio Massa a un lejano tercer lugar. El alcalde de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, capitalizó los votos de una sociedad cada día más conservadora, en tanto que Daniel Scioli apenas logró perforar el techo histórico del kirchnerismo al cosechar muy pocos de los votos peronistas que emigraron del delasotismo. La gran pregunta de aquí en adelante es qué hará el gobernador electo Juan Schiaretti, observador privilegiado de un movimiento electoral zigzagueante que lo catapultó a su segundo mandato, al poco tiempo ratificó al radical Ramón Mestre como Lord Mayor de la Capital y ayer le dio un triunfo contundente a Macri.
La diáspora de los votos delasotistas, inevitable ante la no postulación de El Candidato, sin duda fue a engrosar las arcas de Macri, desoyendo las directivas de un gobernador que hasta ayer parecía imbatible en las urnas y que sin embargo debió resignarse a competir palo a palo con el kirchnerismo en su provincia.
Más allá del triunfalismo que invade al PRO por la excelente elección de su candidato a presidente y sobre todo por el sorprendente triunfo de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, el camino hacia el balotaje no está definido ni mucho menos. Daniel Scioli ganó la elección por escaso margen y ahora la duda es qué harán los votantes de Massa ante la disyuntiva continuidad/cambio que propone el nuevo escenario electoral.
Un triunfo de Scioli aseguraría en principio la continuidad de un modelo productivo que apuesta al consumo interno, la redistribución del ingreso y el desendeudamiento como ejes de una política de Estado a la que seguramente el nuevo jefe de Estado le imprimirá su impronta, como el prometido incremento del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias, uno de los puntos que más controversia generaron durante el mandato de Cristina Fernández de Kirchner.
Un triunfo de Macri, en cambio, supondría una vuelta a las viejas prácticas neoliberales que sumieron al país en una de las peores crisis de su historia. El discurso ambiguo, vago, cargado de los lugares comunes del marketing ante K no logra ocultar las verdaderas ideas de quienes acompañan al alcalde de la Ciudad de Buenos Aires, que tienen como think thank económico al inefable Carlos Melconián y sus conocidas políticas de ajuste.
Antes de asumir su segundo mandato en Córdoba, Juan Schiaretti deberá optar entre apostar por la continuidad de un gobierno peronista a nivel nacional –que ahora tiene a Scioli como único referente-, alinearse decididamente con el espíritu conservador que exhibió la provincia el domingo al votar a Macri o seguir haciendo la plancha a la espera de que los argentinos decidan en definitiva quien gobernará el país los próximos cuatro años. Esta última opción no parece la más adecuada si se tiene en cuenta el protagonismo electoral que adquirió la provincia en la última elección.
Entre Schiaretti y De la Sota se repartieron las últimas dos décadas de poder en la provincia, pero la hegemonía de Unión por Córdoba parece explicarse más por las debilidades de una oposición sin vocacíón real de poder –Juez, Aguad, Mestre y compañía- que por los méritos de una gestión que hace rato muestra evidentes síntomas de agotamiento.
La sublevación policial, el florecimiento de los narcopolicías –Leonardo Hein y Rafael Sosa marcan una coherente continuidad funcional-, la perpetuación de un Código de Faltas inconstitucional y la falta de transparencia son claros indicadores del fracaso de una gestión que ha convertido a Córdoba en vanguardia del modelo conservador y represivo a nivel nacional. El endeudamiento crónico, la creciente presión impositiva –multas de la Policía Caminera, Tasa Vial, etc.- y el manejo discrecional del Estado completan un modelo de gestión que tiene en el discurso chauvinista y el rechazo al gobierno kirchnerista su principal logro.
¿Cómo hará Schiaretti para mantenerse distante de la compulsa que se viene a nivel nacional? ¿Se alineará con De la Sota en su aparente respaldo a Macri? ¿O se sumará a la campaña del alicaído Scioli? Seguramente esperará para definirse las primeras encuestas, pero está visto que los estudios de intención de voto han vuelto a demostrar un fracaso estrepitoso. Nadie aventuró una diferencia tan exigua entre Scioli y Macri y ningún encuestador arriesgó el pronóstico –hasta ayer casi temerario- de que el imbatible peronismo de la provincia de Buenos Aires sucumbiría a los encantes de la vicejefa de gobierno porteño.
A partir de diciembre, el país tendrá nuevos actores. La gran incógnita es cómo se acomodará Schiaretti al nuevo escenario, antes y después del balotaje. Habrá que ver qué margen de independencia política tiene para despegarse del otrora líder indiscutido del peronismo cordobés. ¿Seguirá Claudia Rucci, la efímera compañera de fórmula del precandidato De la Sota, integrando el directorio de Lotería de Córdoba junto a la mano derecha de la flamante diputada nacional electa Adriana Nazario? ¿Seguirá manejando Marta Zavala la generosa caja de la Lotería de Córdoba y los insondables recursos económicos de las campañas electorales del peronismo de Rio Cuarto junto al inefable Hugo Irusta?
Schiaretti cumplió su pacto con De la Sota y aunque no trabajó para la candidatura de Massa –apenas sumó su imagen a un spot de compromiso-, tampoco se sumó a la diáspora de dirigentes justicialistas que se pasaron al sciolismo para no quedar al margen -¡otra vez!- del nuevo escenario nacional. Al quedar solo dos candidatos y al forzar el debate entre dos modelos de país, el gobernador de una provincia que se ha convertido en virtual árbitro de la elección nacional tendrá que adoptar un posicionamiento claro.
El arrollador triunfo de Macri en Córdoba y la forzosa salida de Massa –y De la Sota- de la próxima contienda electoral supone barajar y dar de nuevo en una provincia en la que el recambio dirigencial parece inevitable luego de tantos años de hegemonía de Unión por Córdoba. Por historia, pujanza, riqueza y hasta posición geográfica, Córdoba se merece más que un gobierno conservador que siga los caprichos del eterno candidato. De las nuevas generaciones de dirigentes políticos dependerá que el “cordobesismo” renazca de sus cenizas o sea enterrado en el cajón de los recuerdos para forjar una identidad política distinta, que honre las mejores tradiciones de una provincia que con la Reforma Universitaria, los gobiernos del Brigadier San Martin, Arturo Zanichelli y el Cordobazo, supo ser alguna vez el faro del país.
Aunque el domingo el “Cordobazo” macrista le haya dado el triunfo a la Restauración Conservadora.