Posiblemente Luis Alberto Spinetta ni siquiera supiese de su enfermedad cuando las consolas de los estudios La Diosa Salvaje empezaron a registrar sus zapadas junto a Rodolfo García y Daniel Ferrón. Todo lo coloquial y lo poético que se descubre en el disco puede ser fruto de lo casual que termina por explicar el mundo o, también, de una clarividencia única, audaz e impertinentemente incómoda. Hacía poco menos de un año que el trío, que el histórico plomo de Spinetta, Anibal Barrios, bautizó como “Los Amigo” se juntaba a zapar y a crear atmósferas musicales que de a poco se fueron convirtiendo en canciones. Cuando Luis murió, el unísono del llanto y el vacío colectivo encontraron una grieta en la noticia que se fue diseminando por todo el ambiente artístico argentino. Había más. Más canciones. Más Spinetta.
La recuperación y la puesta a punto del material fue un producto conjunto de García y Ferrón a la par de Dante, Catarina, Valentino y Vera, los hijos de Luis Alberto. A medida que el tiempo fue pasando y las escuchas lo fueron sugiriendo, las grabaciones originales recibieron los aportes de los teclados de Juan Carlos “Mono” Fontana y unos arreglos de Claudio Cardone ejecutados por la Kashmir Orquesta. Todo bajo la atenta mirada de Mariano López, uno de los ingenieros de grabación más queridos y admirados por Spinetta. En la tapa, se vuelven a conocer nuevas obras de Luis, en este caso producto de la inmersión en el arte digital.
El resultado es un disco que por emotivo no pierde profundidad y belleza. El trío termina sonando como una banda sólida que por momentos se asemeja mucho a la última etapa de la obra spinettiana pero también tiene saltos en el tiempo y puede encontrar algunos reflejos en aquel primer disco solista de Luis Alberto que se llamó “A 18 minutos del sol” y se editó en 1977. El común es la atmósfera de libertad que se mueve entre las escalas del jazz. “La inmensidad azul sin tu querer/ no sabe a nada/ y la distancia no podrá más que el tiempo” dice la primera expresión lírica del trabajo y todo parece derrumbarse sobre un mar de emociones ancladas en aquellas cosas que ya no están. Pero el fluir de la música logra volver a poner todas las sensaciones en tiempo presente.
“Iris”, el segundo tema del disco, está dedicado a Ana Spinetta, inmortilizada en el cancionero popular en aquel “Ana no duerme” del primer larga duración de Almendra. Es el corte de difusión del disco, el elegido para rotar en las radios y el que busca proyectar la voz de Luis en el aquí y ahora. Ahí, los arreglos de Cardone aparecen como fundamentales para aportar a una base que termina entregando una pieza con las características propias de las últimas grandes canciones de la obra de Luis Alberto. Aparece en escena “Bagualerita”, el tema que ya había sido grabado por Liliana Herrero, en una versión marcada por la presencia de la distorsión de la guitarra de Spinetta y el aporte del Mono Fontana que termina por conceptualizar el sonido definitivo de la canción.
Dos piezas instrumentales transparentan la idea de las zapadas que originaron el encuentro del trío. “El cabecitero” y “El gaitero”, están marcadas por el andar libre de la guitarra del hombre nacido en el porteño barrio de Nuñez que transportan al escucha a algunos de los momentos más altos de su obra, en la segunda parte de los setenta. El pulso roquero aparece en “Canción del lugar”, en donde Cardone vuelve a aparecer en escena para pincelar el paisaje con los sonidos necesarios para terminar de redondear las intenciones originales de Los Amigo. “Asciende al resplandor, si/ que ya no te asusta el dolor/ y ayúdame a saber de mí/ no aprendo como soy/ soy un hueco como un pie descalzo/ y por donde mires veras/ las azucenas del aire” reza uno de las fragmentos cuyas marcas se encastran a la perfección en los vaivenes históricos de la prosa spinettiana.
El disco se completa con una versión acústica de “Iris” y un bonus track llamado “Río como loco”. Una melodía tarareada por Luis a la que su hijo Valentino agregó su participación desde un piano Rhodes. Un final sonoro casi fílmico para un disco tan esperado en el último tiempo como inimaginable en medio de la despedida a Luis Alberto, allá por Febrero del 2012.
El disco póstumo de Spinetta aparece entonces como uno de los primeros cierres de un año en el que las cosas se concentraron en otra parte, pero la música siguió y las obras fueron apareciendo, incluyo aquellas que podía quedar destinadas a perderse en algún lugar indómito. Según las palabras de sus propios hijos, estas canciones no serán lo último que habrá en el universo Spinetta. El material que Luis fue abarrotando está siendo descubierto lentamente por sus herederos que han prometido ir trabajando para que la obra de su padre se conozca y permanezca para siempre en ese lugar seleccionado de la cultura popular argentina, que él mismo se supo construir.