A comienzos de la década del 80, la serranía cordobesa fue testigo de uno de los hitos más importantes en la historia del rock argentino. En el verano que inauguró los tiempos en los que convivieron los últimos años de la dictadura, la guerra de Malvinas y el retorno rengo de la democracia, en La Falda comenzaba el Festival Argentino de Música Contemporánea. Por allí iban a pasar los representantes más significativos del movimiento rock argentino, que por esos años apenas rondaba los 15 años de existencia. Los encuentros se sucedieron año tras año, ininterrumpidamente hasta 1987, cuando todo explotó y las condiciones obligaron a parar. Néstor Pousa es el periodista que como un entusiasta adolescente inquieto estuvo en toda y cada una de las ediciones de aquellos conciertos. El paso de los años lo llenó de maduros recuerdos, que acompañaba con archivos, emociones y reencuentros con aquellos artistas que había admirado y descubierto en el suelo de la ciudad que lo vio nacer. Hace uno años, logró resumir todas esas cosas en “La Falda en tiempo de Rock”, un relato pormenorizado de los días en los que festival supo copar las sierras cordobesas inaugurando una experiencia que años más tarde iba a tener su réplica en todo el territorio nacional, con el Cosquín Rock, tal vez como espejo más desarrollado de aquel inicio.
Pero tendríamos que empezar por el principio. “Mario Luna es el gestor de toda esa movida, que va mucho más allá que este festival” dice Pousa mientras la tarde cae en un café céntrico de la capital provincial. “Es el gestor, el organizador, el hacedor de las ediciones más importantes de festival pero además es el hombre que impulsó una movida cultural mucho más importante que empieza en la ciudad de Córdoba. Desde su programa de radio “Alternativa” desarrolló una tarea de difusión demasiado importante que hasta el día de hoy se lo valora, se lo reconoce y se le agradece (N.R: El ciclo se inició en la primavera de 1973 por LV3 y al año siguiente se mudó a Radio Universidad, desde donde se emitió hasta el año 1989). El festival fue una idea de él a la que le puso el cuerpo y toda la energía que tenía en esos momentos. Cuando no dio más, en el ´88, se fue y se vino a Córdoba a hacer otra cosa muy importante, que fue el Chateau Rock. Obvio que solo no lo hizo, hubo gente que trabajó con él. Pero él fue el impulso”.
- El festival tuvo diez ediciones en total ¿Se pueden identificar etapas a lo largo de todo ese tiempo? - Sí, claro. Aunque eso no está desarrollado en el libro de esa manera, creo que la historia se podría dividir en tres etapas. Una que va desde el comienzo, que es la etapa dorada, hasta el año ´84. Sucedieron muchas cosas ahí. Es el momento en el que se forjó el mito de La Falda. Después viene una segunda etapa donde las cosas siguen su rumbo, un poco a los tumbos. Fueron tres ediciones particulares. La del ´85 que se hizo una sola noche; la del ´86, cuando quisieron hacer algo histórico, tanto así que le pusieron “El festival del siglo”; y el del ´87 que fue un caos total. En esa edición fue cuando se comenzó a crear la imagen de “festival violento” que derivó en el fin de todo. Hay una tercera etapa que podríamos señalar como la etapa de los renacimientos, porque la constante fueron los intentos de reflotar aquello que La Falda había significado: en el ´92, con la vuelta de Mario Luna y en 2002 con Palazzo y “El Perro” Emaides.
Ese último intento por remontar la idea de La Falda como plaza roquera quizás haya sido el inicio de la historia del libro. Era 2002, José Palazzo y “El Perro” Emaides decidieron volver a La Falda para pensarla como un espacio de conglomeración de sonidos y tribus ancladas en el micromundo que había sabido habitar la ciudad una década y media atrás. Eran, paralelamente, los tiempos simultáneos al nacimiento del hoy mítico y tradicional Cosquín Rock. La historia siguió su curso para que el último se logre imponer como símbolo de estos tiempos y La Falda quedará sólo en una especie de ensayo para un regreso que nunca se concretó como tal. Pero la edición 2002 se hizo. Allí, a Néstor Pousa le pidieron que se sentara a escribir todo lo que él sabía, como joven coleccionista de oído atento de otras épocas, sobre todas las ediciones del Festival de La Falda. “Sos el único que podés hacerlo porque sos el único que tenes todo el material”, le dijeron. El “click” fue premonitorio. Aquellas sinopsis cargadas de información dura que se publicaron en la web oficial del festival fueron el puntapié inicial para contar la historia completa. A ellas les siguieron notas y columnas en diarios y semanarios, hasta que en el año 2007, las colecciones y las recopilaciones comenzaron a tomar forma de libro.
- ¿Cuánto había de seguidor de las grandes bandas y cuánto de inquietud por conocer nuevas cosas en ese público que claramente no tenía el acceso que tienen los jóvenes de hoy con respecto a las bandas más chicas? - En el festival todos tenían su espacio. A partir de ese lugar, las bandas de Córdoba y de otras provincias que también participaban en esos momentos tenían la posibilidad de mostrarse en el escenario. La suerte posterior dependía de la capacidad que esas propuestas tenían para defenderse ante el gran público. Se vieron un montón de bandas que luego se proyectaron hacia los grandes centros de difusión nacional. Los Músicos del Centro, Posdata, Tamboor, Pasaporte, hubo varias que supieron aprovechar ese espacio. Pero no sólo bandas cordobesas. Virgem, de Santa Fe; Redd, de Tucumán, o Los Enanitos Verdes, de Mendoza, eso pasaba todo el tiempo porque el lugar estaba. El público estaba ávido por llegar temprano, apenas se abrían las puertas la gente entraba y se encontraba con esas propuestas que tal vez no hubiesen conocido de otra manera.
- ¿Qué fue lo más impactante que viste en el festival? - Para mí fue muy importante ver a Charly García y a León Gieco por primera vez. Ver a Serú Girán fue algo que no me había imaginado, creo. Haber tenido la oportunidad de tener a Almendra, a Manal y a Vox Dei juntos fue algo increíble también. Pero si lo analizas a la distancia, me parece que yo nunca viví algo parecido a lo que fue el primer show de Baglietto en el ´82. Estaba lleno el Anfiteatro. Baglietto había sido programado a último momento en reemplazo de Virus, que no se habían animado a venir por lo que le había pasado a Los Abuelos de la Nada o a Cantillo Punch, que había recibido un rechazo muy fuerte. El nombre Juan Carlos Baglietto no decía nada en ese momento, sin embargo fue una cosa impresionante lo que sucedió cuando salió al escenario. Con el tiempo nos enteramos que Mario Luna le había dado una manija muy grande desde la radio pero más allá de eso, lo que sucedió fue notable. Yo nunca había visto, y creo que no volví a ver, que un artista debutante tuviese ese recibimiento ante un gran público. Fue algo trascendental. Tanto que al día siguiente, el dúo Pedro y Pablo se retrasó porque venían de tocar desde otro lado, y él se volvió a subir sólo en el escenario para ganar tiempo y la actuación volvió a recibir una ovación tremenda. Él tiene sentimiento encontrados al respecto, yo lo hablé con él. Se le mezclan los sentimientos por lo que fueron esas actitudes del público con lo que significaba también cierta violencia que había en la desorganización. Era todo prueba y error, mucho “hacer a los ponchazos”, pero eso pasaba en todos lados. Eran los primeros festivales con esa magnitud. Ahora es más común.
- ¿Y cómo era la ciudad durante los días del festival? - La Falda era un quilombo hermoso. Eran siete mil u ocho mil personas sin posibilidad ni recursos para alojarse en un hotel. Algunos iban con una carpa y otros simplemente con una frazada. La ciudad no tenía una infraestructura para contener esa llegada de gente. Dormían en las plazas, debajo de un alero, en el portal de una casa. Eso se criticó mucho en su momento. Pero yo creo que, en estos casos, la gente no duerme incómoda porque le gusta, lo hace porque no le queda otra. A aquellos pibes que venían de todo el país, no les quedó otra. No tenían la posibilidad económica para un hospedaje ni había un camping que pudiese contener a ocho mil personas. Esa fue una falencia grande de la ciudad, que no acompañó el Festival. Un poco porque no le interesó, otro poco por imprevisión o porque no se dieron cuenta. Con el paso del tiempo, algunos se lamentan y otros están aliviados de que no se haya hecho más. Por otro lado, en ese quilombo se convivía con los músicos, que andaban dando vueltas por la ciudad todo el tiempo y se mezclaban con los pibes que iban a hacer las veces de público. Vos imagínate que Fito Paéz, por darte un ejemplo, tenía 18 años. Se juntaba con los pibes y conversaba, filosofaba, era todo muy de entrecasa. Salvo algunos casos excepcionales, no tenía mucho que ver con la forma en que los músicos se comportan ahora.
- Mencionaste a algunos artistas que tuvieron actuaciones paradigmáticas en La Falda. ¿Hubo algunos que quedaron sin actuar? En materia de convocatoria ¿De qué crees que se perdió el festival? - Los Redondos podrían haber estado, pero ellos no tocaban con otras bandas, ni en festivales. Pudo estar Pastoral, pero Alejandro De Michelle se mató y tocó Erauquin solo. De los grandes nombres de la historia, los que no estuvieron era porque ya se habían separado o no estaban en el país. Pero si de algo se perdió La Falda fue de ver la presentación de “La, la, lá” (de Spinetta-Paez) y de Sumo. Ellos estaban en la ciudad, estaban programados, pero la fecha se suspendió. Esa fue la noche en que todo se desmadró en el ´87 y nos perdimos de tener a Sumo en La Falda.
- Mencionaste muchas veces la palabra “violencia”. ¿A qué se debe? - Violencia hubo en ese año ´87. Lo demás, eran expresiones del público para con los músicos. Expresiones que reprobaban algunas cosas que sucedían en el escenario. A Cantillo Punch se le dieron vuelta todos y se le pusieron de espalda, a otros le tiraban cosas o los chiflaban. Eso no sólo era una lástima sino que era feo y chocante para muchos músicos y para la gente que iba a verlos. A mí me pasó con Los Abuelos de la Nada. Iba a verlos con un entusiasmo muy grande porque me gustaban mucho y la gente los echó al segundo tema, algo indignante. Para los que no estábamos en esa actitud era algo feo, pero no había violencia, no había enfrentamientos, peleas, golpes de puño, nada de eso. Eso sólo sucedió en el ´87 y marcó el final del festival. Pasa que toda la gente suele asociar esa pequeña parte al todo y se empiezan a crear mitos en torno al tema. Una vez, por ejemplo, yo estaba charlando con Lito Vitale y apareció la famosa foto de Miguel Abuelo con un camino de sangre que le cruzaba la cara como si fuese una lágrima. Eso fue en un festival organizado por la Fm Rock and Pop en la cancha de Vélez en el año ´85. “Esto fue en La Falda” me decía Lito y estaba convencido de que eso era así. Pasa que en esos años, finales de la dictadura, comienzo de la democracia, eran años muy jodidos. Hay hechos en los que sí hubo violencia en otros puntos del país, se me viene a la cabeza lo que había sucedido con Riff en el Estadio de Ferro, por ejemplo. La situación social y ciertos cambios de paradigma que había en el rock hacían que la gente se pusiera un poco inquieta e intolerante y, así, la cosa se salía de los carriles. En la edición del ´87 fue terrible. Cuando la gente se enteró que la última noche el festival se suspendía, se robaron todo lo que había en el escenario. Vos veías a pibes corriendo con micrófonos, platillos, guitaras. Encima habían convocado a la Guardia de Infantería que empezó a enfrentar y a perseguir a la gente y como consecuencia de eso se rompieron vidrieras, negocios, ventanas de las casas. Eso no estuvo bueno. De hecho, hasta el día de hoy, hay gente que sigue diciendo que La Falda siempre fue eso. Y no es cierto.
La historia del Festival Argentino de Música Contemporánea se describe pormenorizadamente en las 235 páginas que Néstor Pousa utilizó para graficar cada uno de los momentos que vivió su ciudad durante gran parte de la década del ´80. La segunda edición, que acaba de ser publicada, cuenta además con un anexo fotográfico de Lucía Seguí -tomadas durante la edición del año 1983- y con entrevistas a protagonistas que habían quedado afuera de la edición original. “Yo soy muy fan de la bibliografía de rock y haber podido insertar en esa bibliografía un trabajo propio es una satisfacción personal muy grande” dice, feliz y orgulloso, Pousa. “Algún palo me comí también, pero en el balance eso es mínimo. Eso y el recibimiento de la gente es lo mejor y te dan ganas de seguir haciendo cosas”.