Con la muerte de Mariano Mores, ocurrida ayer en la Ciudad de Buenos Aires, el tango pierde a uno de sus últimos íconos vivos. Pianista, director de orquesta y compositor de excelencia, sus obras se enumeran entre esas que se inmortalizaron en el inconsciente colectivo de la música popular argentina y latinoamericana.
Algunas de sus canciones, compuestas a la par de las grandes plumas del universo musical argentino (Enrique Santos Discépolo, Cátulo Castillo o José María Contursi) han trascendido las fronteras del tango para ser reinterpretadas en numerosas ocasiones por artistas que las fueron recuperando en diferentes tiempos y espacios. Así, sin haberse arrimado nunca al submundo tanguero, sus canciones pueden ser reconocidas a simple escucha.
Su andamiaje artístico lo llevó a trabajar en teatro, radio cine y televisión. De hecho, más allá de sus aportes musicales al teatro y la TV, Mores tuvo una activa participación en el cine nacional, donde llegó a protagonizar ocho películas entre 1946 y 1981, llegando a trabajar con directores de la talla de Leopoldo Torre Nilson, Leonardo Favio y Hugo Del Carril.
PRIMEROS PASOS
Mariano Alberto Martínez había nacido el 18 de febrero de 1918 en el barrio porteño de San Telmo. Según sus propias palabras, se enamoró del tango a los 14 años, cuando se dejó seducir por la voz de Carlos Gardel y las composiciones de Alfredo Le Pera. Su padre le había hablado de “el morocho del Abasto” que, al ser descubierto por el jovial Marianito, determinó de una vez y para siempre el rumbo de sus días.
A los 18 años conoció a las hermanas cordobesas Margot Mores y Myrna Mores, que por entonces conformaban dúo, al que Mariano se sumaría para acompañarlas desde el piano. A partir de ese momento, su apellido se modificaría y lo elevaría a la eternidad.
Pese a su reconocida trayectoria como compositor, arreglador y pianista, la figura de Mariano Mores fue resistida durante mucho tiempo en el universo ortodoxo del tango. Se le exigía moderación, seriedad, compostura y se le achacaba ser portador de una inaceptable excentricidad, una extrema expresividad y una especie de sensibilidad melódica con la que lograba llegar con facilidad al gran público, lo que para muchos de sus coetáneos escondía una importante dosis de oportunismo. Pese a eso (o tal vez “por eso” que los tradicionalistas lo lograban comprender) Mariano Mores se convirtió en uno de los personajes más importantes de la música popular de mediados del siglo pasado, extendiendo su importancia en la escena musical del país hasta los últimos años de su vida.
EL DESPEGUE
Luego de realizar sus primeras grabaciones en 1938, Mariano Mores se sumó a la orquesta de Francisco Canaro. Allí, durante diez años, pudo imponer su impronta descontracturada y popular a partir de los espacios que se le abrían por iniciativa del propio Canaro, que algo sabía de todo este asunto.
Durante ese tiempo, también, compuso alguno de sus tangos más importantes, un puñado de ellos inmortalizados como los más celebrados de toda la historia del género. “El cine me apartó de la orquesta” contó en un reportaje del 1993 a la revista La Maga. “Me ofrecieron convertirme en el galán de una película y hacer cine en aquella época, en los años cuarenta, era muy importante. Canaro no lo tomó bien. A mí me parece que la gente de su entorno lo convenció que me iba para hacerle la contra. Él me dijo: “Mirá Marianito, este es un camino largo, muchos creen que de repente pueden tocar las estrellas y terminan estrellados. Vos ya tenés pantalones largos, podés andar solo”. No pudieron separarnos. Por si acaso dejé la música por un tiempo”.
Luego de partir de la orquesta, la independencia de Mariano Mores iba a amplificar la importancia de su figura, que comenzó a crecer a partir de trabajos que excedían el territorio estrechamente musical para expandirse por todo el espectro artístico del país.
LA CONSAGRACIÓN
Junto a otro numeroso puñado de artistas, Mores adhirió al peronismo con una activa participación en las acciones que tuvieran que ver con políticas de gobierno llevadas a cabo por el líder justicialista. De hecho, su relación con el gobierno peronista fue la que derivó en la concreción de uno de sus proyectos más importantes: el tango sinfónico.
De aquella época se destaca “Taquito militar”, la composición emblemática de aquel cruce entre la denominada música culta y la música popular que fue estrenada nada más y nada menos que sobre el escenario del Teatro Colón.
Ese tipo de trabajo sobre los arreglos y las melodías iban a marcar a fuego su obra, que se vio apenas amainada por la persecución de simpatizantes peronistas tras el derrocamiento del justicialismo en 1955. También pese a eso, Mores siguió.
Su primer larga duración fue editado recién en 1958. Contenía algunos temas trascendentales como “Tanguera” o “Gricel”, con una fuerte impronta orquestal puesta de manifiesto en cada interpretación. Ese mismo año debutó como actor en televisión protagonizando la tira “M ama a M”, en donde compartía cartel con Mirtha Legrand, bajo la dirección de Daniel Tinayre.
En las décadas que le continuaron Mores estuvo al frente de Sexteto Lírico Moderno, aunque nunca dejó de lado la impronta sinfónica, que se convirtió en marca estética a lo largo de toda su trayectoria posterior. Nunca se quedó quieto y continúo incursionando en las posibilidades que se abrían desde esa idea suya de la orquestación llevada al extremo.
CANCIONES INOLVIDABLES
A lo largo de su vida, Mariano Mores trabajó a la par de los autores más importantes de la historia del tango. “Uno”, “Cafetín de Buenos Aires” (con Enrique Santos Discépolo) “Gricel”, “El firulete”, “En esta tarde gris” (con José María Contursi) “Cuartito azul”, “Copas, amigos y besos” (con Enrique Cadícamo) o “Una lágrima tuya” (Con Homero Manzi) son algunos de los títulos surgidos de esas sociedades compositivas que incluso llegan hasta generaciones más actuales como lo demuestra su participación en el tema “Jugar con Fuego” compuesta junto a Andrés Calamaro y aparecida el disco “Honestidad Brutal”.
Con Enrique Santos Dicépolo, Mariano Mores compuso dos de los tangos más emblemáticos de la historia: “Uno” y “Cafetín de Buenos Aires”. El primero, una desgarrada historia de amor que fue llevada a varios géneros por artistas de todo el continente, que pusieron en acento en su trazo melódico y lírico. Luis Miguel, por ejemplo, la incluyó en uno de sus discos de boleros más vendidos en la historia del mercado hispanoparlante y Julio Iglesias la destrozó (junto a otras tantas piezas de la música porteña) en su disco “Tangos”.
“Discépolo era encantador, un bohemio divino. Un hombre singular. Tardó tres años en entregarme la letra de “Uno”, contó alguna vez el propio Mores. “Después hicimos “Cafetín de Buenos Aires”. Mientras hacíamos este tango, un día nos acompañaba el actor Arturo de Córdoba, yo repetía las notas en el piano y Enrique buscaba las palabras. Estaba estancado, y de pronto, vio el perfil de Arturo, que tenía la nariz como los boxeadores y nació aquello de “la ñata contra el vidrio”. Esa canción quedó inmortalizada por Edmundo Rivero y la Orquesta Anibal Troilo. Apareció en los comienzos del programa televisivo “Polémica en el bar”, el ciclo creado por Gerardo y Hugo Sofovich en 1963 y refritado con más penas que glorias hasta la actualidad. “Lo más fascinante de este tango, es el tributo que se le rinde a esa institución porteña llamada café (Hoy le decimos “café”; seguramente en tiempos de Discépolo sonaba mejor “cafetín”). Sin duda es entrañable la confesión de una vida (maravilloso eso de “Y la poesía cruel / de no pensar más en mí”) pero el espacio existencialista del café, con sus personajes típicos, con su confesionario improvisado trasciende los alcances de un sitio cualquiera para convertirse en un lugar casi sagrado” escribió Sergio Pujol, al analizar la canción en su libro “Canciones Argentinas”.
Según el propio Mores, su tango más popular fue “Adiós, pampa mía”, a la que define como “un homenaje al folklore de la llanura, un tango con ritmo de pericón y estilo”. La obra fue compuesta en compañía de Francisco Canaro y tiene letras de Ivo Pelay. Eran tiempos del nacimiento del peronismo y de la creciente influencia de las músicas de raigambre popular (con la influyente aparición de las rítmicas que llegaban del interior) en la escena porteña. “Adiós, pampa mía” está considerado como uno de los tangos más versionados de la historia, trascendiendo (este también) el universo del tango. Desde esa perspectiva, se destaca una versión interpretada en conjunto por la italiana Gigliola Cinquetti junto al Trío Los Panchos, la de la orquesta del francés Raymond Legrand que acompañada al cantante Tino Rossi o la del músico inglés Stanley Black. Este tema también fue uno de los destrozados por Julio Iglesias, vale aclarar.
Otros dos tangos trascendentales que llevan la firma de Mariano Mores y que circulan por el inconsciente colectivo desde diferentes lecturas con respecto a su origen son “Gricel” y “El firulete”. Ambos con letras de José María Contursi. El primero data las épocas de Mores en la Orquesta de Francisco Canaro, cuando fueron compuestas casi todas las obras aquí mencionadas. Está acompañada por una letra que también tiene aires de desamor trágico en donde el autor vive “enloquecido” por la pérdida de un amor que en la que se cruzan súplicas, abandono y el olvido. Este tango también fue interpretado por algunos de los más importantes artistas de la música popular de nuestro país ente los que se destacan Francisco Fiorentino acompañado por la Orquesta Aníbal Troilo, Roberto Goyeneche, Mercedes Sosa, Luis Alberto Spinetta o Adriana Varela.
“El firulete”, por su parte, es una milonga que fue grabada originalmente por la Orquesta de José Basso e inmortalizada por Julio Sosa junto a la Orquesta de Leopoldo Federico. Esta versión fue muy difundida (sobre todo para las nuevas generaciones) durante la segunda parte de la década del noventa, cuando la señal deportiva TyC Sports la rescató para utilizarla como marca identitaria de los segmentos en que se destacaban las jugadas más vistosas de los partidos de fútbol correspondientes a los campeonatos principales del torneo argentino.