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El drama humano detrás de los despidos
Melisa
Foto: Melisa murió de un paro cardíaco tras ser notificada de que se quedaría sin trabajo.
La trágica muerte de Melisa Bogarin es consecuencia de un gobierno que aplica políticas neoliberales sin medir consecuencias sanitarias ni sociales.
Publicada el en Reflexiones

Pensar en lo que podría decir el epitafio de un/a joven no es algo agradable. O por lo menos, no lo es para aquellos que pensamos la vida como una incesante producción de acontecimientos, conformados por caricias o cachetadas. Para que esa ida y vuelta de eventos sobrevenga necesitamos de algo primordial, me refiero al tiempo. El vivir es, entre tantas cosas, también una cuestión cronológica, de tiempo.  

En más de una oportunidad se me ha ocurrido pensar que muchas personas sorprendidas por la muerte no quieren dejar en la memoria de los vivos  (real o simbólicamente grabado en ellos) un adiós desdibujado, una partida confusa. Más bien creo que resultaría menos angustiante para los terrenales poder observar una inscripción, un mensaje en ese maldito y temprano final que deje una enseñanza. Es así como imagino lo hubiera deseado Melisa Bogarin, la comunicadora y reciente madre de 30 años muerta en el Chaco.

El 13 de abril la trabajadora integrante del programa ProHuerta, tras ser parte de una asamblea en su lugar de trabajo, se descompensó y mientras era trasladada hacia el hospital más cercano,  el paro cardiaco que la aquejaba fue incontrolable y provocó su deceso. Pero, ¿por qué sería importante darle una explicación más profunda a su muerte? Si un paro cardiaco es una instancia compleja de resolver médicamente una vez que ocurre. Si de tal eclosión mueren muchísimas personas en el mundo en el transcurso de un día. Ahora, en este mismo instante, debe estar alguien críticamente ante este padecimiento. Tales interrogantes ameritan tomar posición. La partida de Melisa merece una mayor descripción. Es ético hacerlo por su honor y en el de su familia.

Hacía poco el contrato de su pareja Germán -padre de su pequeña niña- había dejado de existir. Al igual que ella, él realizaba tareas comunicacionales en la Secretaría de Agricultura Familiar. Un desempleado más en la Argentina se había sumado, entraba dentro del creciente grupo de despedidos de la gestión pública, tras el advenimiento presidencial de Macri. Uno más, entre miles. El mismo no es un antecedente banal, tiene su peso, su significancia. La pérdida del empleo es una herida subjetiva altamente nociva. Se comienza repentinamente a transitar un proceso de duelo, a adquirir una de las etiquetas más penosas que puede portar un ser humano: el ser un desempleado. Propagando tal desenlace una terrible angustia familiar. Algo se perdió, están estos tres integrantes en un imprevisto velatorio. El compañero de Melisa ya no tenía más trabajo. El golpe es seco y duro. Son protagonistas de un film siniestro, lo conocido fue mutando y ahora ya no lo es más, el desconocimiento, por ende la incertidumbre, empezó habitar en ellos. El presente es problemático y las perspectivas de futuro aterradoras.

Quedaba ella. Melisa tenía su trabajo, hasta que es anoticiada: su contrato es solamente extendido por tres meses más. Solamente tres meses de trabajo para esta joven que desde hacía poco era único sostén económico de la familia. Si el despido de su pareja había sido pesado, todavía esta realidad le deparaba aún más golpes. La perplejidad la invade. La mala noticia que posee el mandato “de acá tres meses lo tuyo se acaba”, la empieza a carcomer. Para  tan corto tiempo, era mucho. Melisa estaba herida y contra las cuerdas. ¿Cómo tal instancia iba a ser pasajera y no traer consecuencias? ¿Quién puede llegar a ser inmune ante una pujante e insistente injusticia? 

¿Cuerpo y mente pueden ser indiferentes a los entramados sociales – culturales existentes en la realidad de una nación? La respuesta es No. La subjetividad se empapa, absorbe, en ella se inscriben los múltiples desenlaces que un país (un dolor país) puede desplegar. Por ejemplo, es incorrecto pensar que la crisis del 2001 no trajo aparejadas sus dolencias. No entenderlo así es reducir a un mínimo insignificante la complejidad de una época, que desprendió por sobre todas las cosas un gran malestar.

En antaño (aunque algunos profesionales de la salud todavía sostengan el caducado paradigma) quedó la lectura médica de entender que un huésped – agente externo ingresado a nuestro organismo- era el productor y causante de enfermedad. Había que encontrar y combatir a este, para que de esta manera la dolencia desaparezca. Así unicausalmente eran entendidas las “causantes” de enfermedad. El tiempo (la vida) trascurrió, y por tal motivo se debieron realizar una serie de replanteos, resultaba importante comenzar a hablar un poco más del término opositor a enfermedad, se debía pensar y hacer salud. ¿Por qué hablar durante tanto tiempo de enfermedad y no de salud?  

La salud es un derecho humano universal y un factor clave del desarrollo sustentable de las sociedades que el Estado debe garantizar. Me pregunto: ¿en la agenda del actual gobierno nacional está previsto accionar sanitariamente a raíz de los despidos que se están ejerciendo? ¿O más bien la estrategia es solamente despojar y dejar a la deriva a estas nuevas víctimas de un gobierno?  

Se está invisibilizando una emergencia sanitaria psico-social. Algunos medios pronuncian la palabra despido, pero nadie piensa en las consecuencias de tal atropello. Un lamentable desenlace es Melisa. A los grandes medios les es conveniente insistir con la demonización, prefieren “fomentar” estigmas que recaigan en los desocupados, hacer entender que esos expulsados han sido vagos, ñoquis, sinvergüenzas, entre otros.  Que lo merecían.

En 1986 se realizó la primera Conferencia Internacional sobre la Promoción de la Salud en Ottawa, donde se emitió una carta con grandísimo valor cuyo objetivo fue “Salud para Todos en el año 2000”. En uno de sus párrafos dice: “…El modo en que la sociedad organiza el trabajo debe de contribuir a la creación de una sociedad saludable. La promoción de la salud genera condiciones de trabajo y de vida gratificantes, agradables, seguras y estimulantes…”  

En el ADN de la política neoliberal que ejerce el actual gobierno está el desinterés de hacer que este evento devastador de salud no sea tratado, por el simple hecho de que desde su esencia misma se despenden tales mecanismos. Es justo y necesario hablar de la aberrante situación que estamos atravesando. En nuestras narices se están tomando estas acciones autoritarias, destructivas e insalubres. Esto nos debe convocar y manifestarnos. La acción y gesto político más cercano y digno que tenemos, es el No. Utilicémoslo. Compatriotas lo piden a gritos.

No más despidos. No más enfermedad. No más muertes.  

Gabriel Righetto
- Lic. en Psicología -