En 1816 ya existían la Bandera Argentina y el Himno Nacional, con categoría de símbolos patrios, aunque insuficientes para que no se notara la omisión, en evidencia desde el 25 de Mayo de 1810, de declarar la Independencia respecto a cualquier potencia extranjera. Para reparar el bache institucional, se convocó al Congreso que sesionó en una adecuada casa de familia de San Miguel del Tucumán, devenida en lugar histórico y motivo de miles de dibujos escolares.
Hubo provincias, como Entre Ríos, que no concurrieron a la cita, porque el país estaba enmarañado, con conflictos que persistieron en el tiempo. De cualquier forma, prevaleció la necesidad de prestar el demorado juramento.
En el subsuelo de la sede del gobierno de Entre Ríos se inaugurará el Museo del Bicentenario, que dará sentido a un espacio que dejará de ser desperdiciado. Se supone que en el acto de habilitación habrá alusión al hecho curioso: la celebración de un acontecimiento en el que la provincia no participó, hace dos siglos. Explicaciones al respecto no faltan y la cuestión es exponerlas, para la mejor comprensión del pasado, con el fin de entender las cosas del presente.
Apelamos a la investigación del historiador Hugo Chumbita para reseñar las circunstancias del álgido período. José Gervasio Artigas (1764-1850) se puso a disposición de la Junta revolucionaria de 1810, para combatir al foco contrarrevolucionario que funcionaba en Montevideo. Discrepancias severas con sucesivos triunviratos motivaron que Artigas promoviera el levantamiento del Litoral, en 1814, con la adhesión de Entre Ríos, Santa Fe, Misiones y los federales artiguistas de Córdoba y Corrientes.
Artigas fue un férreo defensor de la unidad de territorios, partidario de los derechos indígenas y propiciador de la justicia social. La invasión portuguesa a la Banda Oriental se produjo en 1816, con las autoridades porteñas haciendo la vista gorda, con tal de liquidar a Artigas y sus aliados del Litoral. Ni siquiera el intento de mediación de José de San Martín conmovió a los porteños. En ese panorama, es que no concurrieron al Congreso de Tucumán los delegados de la Liga Federal, salvo los de Córdoba.
En Europa se apagaba la estrella de Napoleón Bonaparte y España acariciaba el anhelo de conservar y recuperar sus colonias. Desde Cuyo, el General San Martín urgía proclamar la Independencia, para sostener la estrategia de liberación de la América del Sur, con ensamble en el conjunto del continente. Las provincias no plasmaban la unión esperada. La hegemonía portuaria imponía sus intereses y los imperios jugaban sus cartas de dominación, política, económica y cultural.
En la Casa de Tucumán, con sus columnas molduradas, se desecharon ideas que, a la distancia, parecen exóticas, como la de constituir una monarquía incaica. Al fin se encontró la fórmula de acuerdo, redactada en castellano y quechua, en nombre de los pueblos sudamericanos. Vale aclarar que el texto sancionado el 9 de julio, limitaba la Independencia respecto a la monarquía española; el 19 de julio, en sesión secreta, se agregó “(…) y toda otra dominación extranjera”.
Al margen de lo resuelto en Tucumán, el enmarañado no cedía y replanteaba posiciones. Francisco Ramírez (1786-1821) se desprendió del tutelaje de Artigas e instaló cuartel en la que hoy es la plaza Sáenz Peña, de Paraná. El 24 de junio de 1820, las tropas del entrerriano vencieron a las del caudillo oriental, en las proximidades del arroyo Las Tunas. Artigas marchó al Paraguay y allí permaneció hasta su muerte, a los 86 años de edad, retratado por Domingo Faustino Sarmiento en una semblanza denigrante.
Pancho Ramírez protagonizó la tragedia, anotada como efemérides el domingo próximo, por lo que cabe engarzar el recuerdo con la inminente celebración del bicentenario de la Independencia. Amaro Villanueva recogió las distintas versiones del sangriento suceso, que dio letra al mito y la leyenda, con el toque romántico de la presencia de La Delfina en el lugar de los hechos, el campo de batalla de San Francisco, el 10 de julio de 1821.
Lo cierto es que Ramírez falleció por un balazo y fue degollado, a los 35 años de edad. La cabeza fue expuesta como un trofeo, en una jaula de hierro, embalsamada, en el atrio de la iglesia matriz de Santa Fe, con anuncio de su ex coligado, el gobernador Estanislao López (1786-1838), a modo de escarmiento para los que, en lo sucesivo, “intenten oprimir a los heroicos y libres santafesinos”. Al parecer, la parte mutilada de Ramírez fue enterrada en un convento. En su imaginación, un conocido historiador de la vecina ciudad, prefiere ahora ubicarla en el jardín de su vivienda, como si la cabeza cortada tuviera modalidad o se multiplicara, por obra y gracia de la fantasía.
Feliz casualidad. Cerca de la Casa de Tucumán nació el 9 de julio de 1935 (Haydée) Mercedes Sosa, con tramo de sus raíces en Santiago del Estero. En ella pensamos, entonando versos de Bartolomé Hidalgo:
Cielo, los reyes de España
¡la p... que eran tan traviesos!
Nos cristianaban al grito
y nos robaban los pesos
Cielo, cielito, festivo,
cielo de la libertad:
Jurando la Independencia
no somos esclavos ya
Cielo, cielito y más cielo,
cielito, siempre cantad,
que la alegría es del cielo,
del cielo es la libertad
Cielo, cielito cantemos,
se acabarán nuestras penas
porque ya hemos arrojado
los grillos y las cadenas.