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Murió Ciro Roberto Bustos, el hombre del Che en Sudamérica
Judas redimido
Foto: Ciro Bustos acompañó al Che en sus dos proyectos revolucionarios en Sudamérica.
A los 84 años, en Malmo, Suecia, falleció de un paro cardíaco uno de los personajes claves del proyecto insurreccional del Che Guevara en América Latina
Publicada el en Crónicas

Llegó muy joven a Cuba, seducido por la voz de ese guerrillero argentino que hablaba de la revolución por Radio El Mundo, en el célebre reportaje realizado en 1958 por el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti.

Mientras hacía trabajo solidario en una fábrica de cerámica en el extremo oriental de la isla, conoció a Alberto Granado, el compañero de andanzas juveniles de Ernesto Guevara por América Latina, que trabajaba de médico en Santiago. Trabaron amistad en seguida.

Sus coincidencias políticas y su visión de la realidad latinoamericana lo llevaron al Ministerio de Industrias, donde el Che lo recibió algunos minutos durante una madrugada del verano de 1962. Le dijo que en esos días su custodia lo pasaría a buscar por el hotel donde estaba alojado en La Habana y que alguien le haría una propuesta en su nombre.

Al otro día, lo trasladaron a un barrio residencial de la capital cubana, donde lo recibió un argentino vestido de uniforme de miliciano: “El pelo cortado estilo militar, como un cepillo, ojos grandes de mirada franca, los pómulos y mandíbulas anchos, con una sonrisita canchera en los labios. En cuanto abrió la boca y saludó, supe que era argentino y que era Masetti. Fue muy rápida, inmediata, la identificación mental. Después de todo, era lógico: él, su entrevista en la sierra, su libro, me habían traído hasta aquí”, recordó en su libro de memorias “El Che quiere verte”, publicado por Ediciones B en 2007.

Su encuentro con Masetti, a quien admiraba, sería definitorio. Junto a otros tres argentinos –el porteño Leonardo Werhein y los chaqueños Federico Méndez y “Miguel”- y dos cubanos que habían combatido con el Che –Hermes Peña y Abelardo Colomé Ibarra- Bustos integraría el grupo fundacional del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP), con el que intentaría sin éxito instaurar la guerrilla guevarista en las montañas de Orán, al norte de Salta.

La historia es conocida: el EGP fue finalmente reducido por la Gendarmería y varios de sus miembros fueron apresados, torturados y condenados por la Justicia durante el gobierno de Arturo Illia. La traumática derrota del EGP incluyó el fusilamiento de dos guerrilleros –“Pupi” y “Nardo”- a manos de sus propios compañeros y la muerte de otros que, cercados por la Gendarmería, fallecieron desbarrancados o por inanición. Los únicos que murieron en combate fueron el cordobés Jorge Guille y el cubano Hermes Peña, cuyos restos serían trasladados décadas después para que descansaran junto a los de su jefe y alfabetizador en el imponente mausoleo del Che en Santa Clara, Cuba.

Bustos, que era el encargado de establecer los contactos urbanos con la guerrilla, sobrevivió a la derrota del EGP y se mantuvo clandestino varios años, hasta que el Che volvió a recurrir a él. En 1967, contactó y llevó al intelectual francés Regis Debray a la región boliviana de Ñancahuazu, donde el Che lideraba la que sería su última guerrilla. Ambos fueron apresados por las Fuerzas Armadas Bolivianas e interrogados por la CIA y desde entonces comenzó a escribirse una de las mayores infamias de la historia política contemporánea, que ubicó a Debray como un héroe y a Bustos como una especie de Judas que había delatado al Che.

En realidad, el que llegó a un acuerdo con la dictadura boliviana y la CIA norteamericana fue Debray, mientras que Bustos hizo una serie de dibujos adulterados de los guerrilleros para procurar ganar tiempo hasta que se descubriera su verdadera identidad. Ambos fueron condenados, luego indultados, y se exiliaron en el Chile de Salvador Allende, donde Debray fue recibido con todos los honores y Bustos inició un prolongado silencio de décadas, cargando con resignación revolucionaria el mote de “traidor” para no comprometer a ninguno de sus contactos.

Cuatro décadas después de los hechos, el brillante documental sueco “Sacrificio. Quién traicionó al Che”, puso las cosas en su lugar. En base al testimonio de Bustos, los realizadores demostraron quién fue el verdadero traidor, dejaron en ridículo al Pierre Kalfon –uno de los afamados biógrafos oficiales del Che- por la inconsistencia de sus fuentes y dejaron estupefacto al propio Debray, quien terminó huyendo de las cámaras ante la imposibilidad de afrontar su verdadera responsabilidad en los sucesos que terminaron con la captura y asesinato de Guevara.

Bustos pasó el último año nuevo con su familia, en el exilio sueco en el que eligió transitar el resto de su vida. El primer día del año que conmemora en octubre las cinco décadas del cobarde asesinato del Che, su corazón dijo basta.

Dejó como legado su libro, un apasionante relato autobiográfico donde cuenta las intimidades del itinerario revolucionario guevarista, que incluye el fracaso del EGP en Argentina y la caída del Che en Bolivia. Un legado precioso y preciso para historiadores y una reivindicación de su propia historia personal y política.

Aunque para entonces, ya todos sabíamos quién era el verdadero Judas.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -