El ocaso es evidente pero, de tanto en tanto, Carlos Saúl Menem reaparece en la consideración pública. Ahora mismo, porque se lo menciona como aspirante a permanecer en la banca de senador nacional, que ya parece vitalicia. Por las reacciones adversas que provocó el anuncio, da la impresión de que el metabolismo devorador de apoyos, borró del mapa a los menemistas y engrosó las filas de los renegados. La evaluación liviana indicaría que Carlos Saúl Menem fue una estrella fugaz, que se opacó tan rápido como brilló. Nada de eso. Su vocación de poder tiene historia y el menemismo impregna las prácticas políticas y sociales, como lamentable elemento cultural.
Desde 1973 hasta 1995, Carlos Saúl Menem se mantuvo electoralmente invicto. En la primera vuelta de 2003 tuvo 4,8 millones de votos. En tres períodos fue gobernador de La Rioja y durante una década continuada se desempeñó como jefe de Estado de la República Argentina, marca excepcional en el sistema democrático. Tarea para profesionales de las ciencias sociales, la de establecer qué hizo posible el ascenso de un dirigente de provincia hiperempobrecida, en un país macrocefálico y centralista. Si el personaje, y sus circunstancias, no se desmembran, surgen apuntes que asientan hipótesis.
Carlos Saúl Menem nació en Anillaco, el 2 de julio de 1930. Se recibió de abogado en 1955, en la Universidad Nacional de Córdoba. Identificado con el peronismo, la proscripción y los golpes de Estado demoraron su acceso a cargos electivos, pero amasó popularidad con su carácter afable y cuidado de detalles en el vestir, el cabello abundante y las patillas anchas y largas, como las de Facundo Quiroga, su modelo preferido de héroe. En simultáneo expuso su gusto por el azar, el deporte, el riesgo y la seducción. Compartió salones sofisticados y el mate y asado en ranchos periféricos y rurales. Integró la delegación que acompañó a Perón en el breve regreso de noviembre de 1972.
En 1973 los habitantes de La Rioja sumaban 140 mil, la mitad en la ciudad capital. El 11 de marzo compitieron por la gobernación siete candidatos. Carlos Saúl Menem recibió casi el 58 por ciento de los votos. Prometió reformas estructurales, expresó la adhesión a la profética pastoral de monseñor Enrique Ángel Angelelli. Su movimiento pendular se derechizó y las relaciones feudales persistieron incólumes. De cualquier forma, la represión militar desconfió. Lo detuvo primero y lo confinó después, desde 1976 hasta 1981. En 1984 recuperó la gobernación y ratificó el mandato en 1987.
A la Nación
Antes del golpe, en encuentros fuera de registro, Carlos Saúl Menem nos confió su ambición de proyectarse al plano nacional, con la presidencia en la mira de la estrategia. Pensamos y le dijimos que era un delirio. Su perspicacia no se inmutó. Una empresa publicitaria con prestigio irradió su imagen en la metrópolis. Nota de tapa y noticia en revistas de actualidad, entrevistas en radio y televisión. Impacto del cruce de la cordillera de los Andes, a caballo y en mula, por el precario paso de La Rioja a Chile. Carlos Saúl Menem fue atento anfitrión de figuras del espectáculo y el deporte, en esos iniciales años de la década de los ’70.
La derrota del peronismo de 1983, en los comicios presidenciales, agitó las aguas de la renovación partidaria. Carlos Saúl Menem requirió democracia interna y puso en juego la penetración vertical en la base social, sin intermediarios. En 1988 se impuso al “aparato”, encabezado por Antonio Cafiero. En el proselitismo de 1989 convocó a multitudes, con promesas fervorosas que, con tiempo y cinismo, reconoció que eran falsas, para cosechar votos. En el poder, incurrió en trasgresiones ideológicas. Convenció que la reforma del Estado y la convertibilidad eran los únicos remedios a la crisis. Se asoció con Álvaro Alsogaray. Indultó. Logró la adhesión automática de la Corte Suprema de Justicia. Demolió la red ferroviaria. El atentado a la Amia careció de investigaciones honestas.
Menos las patillas y el corte de pelo, Carlos Saúl Menem ejerció el concentrado poder central con los modos y el carácter que exhibió en La Rioja. No le fue mal. En 1995 fue reelecto por casi 8,7 millones de votos (49,94 por ciento). La corrupción no mellaba el caudal de respaldos. Gobernadores, senadores, diputados, intendentes y concejales se colgaron de la lista victoriosa. Empresarios, sindicalistas y nuevos ricos debieron aportar su grano de arena. A los que fueron y creen que hoy no son menemistas, cabe apuntarles la definición del periodista Rogelio Alaniz: “se es menemista cuando no se dicen las cosas por su nombre y, para no afrontar la realidad con sus desprolijidades y durezas, se construye una ideología que deja indefensas las instituciones, paraliza la sociedad y habilita a que los aventureros impongan sus deseos”.
En la tangente del tema, una anécdota. En setiembre de 1999, Editorial Sudamericana imprimió 10 mil ejemplares de un libro de Carlos Saúl Menem, titulado Universos de mi Tiempo.Un Testimonio Personal (325 páginas). Dice el prefacio: “El doctor Menem será recordado como El Gran Transformador, ya que es indudable que la Argentina que él recibió es sorprendentemente, y para bien, distinta de la que dejó. Nuestra Patria pasó, con el doctor Menem, del atraso a la modernidad, del aislamiento al protagonismo, del estancamiento al desarrollo”. Lo firma Mario Pacho O’Donnell, tan ubicuo y oportuno que fue funcionario del alfonsinismo, elogiador rentado del menemismo y titular del Instituto Nacional del Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego, creado por el kirchnerismo. En fin, que a Carlos Saúl Menem no le sobrarán votos para mantenerse senador, pero tiene el consuelo de que el menemismo es perdurable.