Son horas de vigilia, consternación y dolor. La conmoción que se vive desde el martes, cuando “apareció” el cuerpo que se presume de Santiago Maldonado –salvo que la perversidad gendarme llegara al extremo de vestir a otro muerto con las ropas y el DNI del joven artesano-, marca un punto de inflexión en la democracia degradada que transitamos desde diciembre de 2015, cuando la “nueva derecha” de Cambiemos asumió el Poder Ejecutivo.
El presidente Mauricio Macri y su elenco de CEOS y conversos han corrompido, en menos de dos años, las bases mismas del sistema democrático. Su escandalosa injerencia en el Poder Judicial –cuya domesticación comenzó con el nombramiento por decreto de dos cortesanos- minó la paupérrima credibilidad de que gozaba la Justicia.
La sumisión al poder internacional –reflejada en el pago a los fondos buitres, la renuncia a la soberanía en Malvinas y la protección a Lewis y Benetton en el sur- se suma al festival de endeudamiento, que ha convertido a la Argentina en el mayor tomador de deuda externa del mundo.
La persecución a dirigentes opositores –con el caso Milagro Sala como emblema- generó más advertencias de la CIDH que la última dictadura cívico militar.
La desaparición forzada de Santiago Maldonado es un hecho político. Su repentina aparición también. Los indicios apuntan a que el cuerpo fue “plantado” para ser hallado el martes, a cinco días de las elecciones. ¿Quién lo plantó? ¿Dónde estuvo durante casi tres meses? ¿Su aparición es producto de una interna de Gendarmería o de una especulación maquiavélica del gobierno, preocupado por que las falsas encuestas y el blindaje mediático no le alcanzarían para ganar en la estratégica provincia de Buenos Aires?
La imagen de Cristina Fernández de Kirchner en un estadio desbordado de militantes se proyectó esta semana inevitablemente triunfal. Y alguien pensó que sería una buena idea tirar el cuerpo de Maldonado al río y adjudicarle la responsabilidad a la comunidad mapuche, como sugirió en off the record un miembro del gabinete a un grupo de periodistas afines.
El virtual acuartelamiento en Casa Rosada cuando trascendió la noticia y los indisimulados aprestos represivos en las inmediaciones de Plaza de Mayo –infiltrados incluidos- abonan la hipótesis de que el gobierno esperaba una reacción popular para reprimir y crear un clima de inestabilidad. La prudente sabiduría de los organismos de derechos humanos –con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo a la cabeza- impidieron que se consumara el macabro plan del gobierno.
Es prematuro sacar conclusiones sobre el impacto institucional que tendrá el caso Maldonado y hasta dónde llegarán las responsabilidades penales y políticas de Gendarmería. Lo cierto es que estamos ante la primera desaparición forzada producida desde la restauración democrática y no se puede negar su enorme impacto político.
Esta vez los focus group y las encuestas telefónicas a las que son tan adictos en el oficialismo no le servirán para dimensionar hasta qué punto caló en la sociedad argentina la mirada penetrante de ese joven idealista que pagó con su vida la solidaridad con el pueblo mapuche.
Santiago Maldonado nos duele a todos, como nos duele la hidalguía de su familia. Nos pone frente al espejo como sociedad.
La desaparición de Santiago Maldonado y la conmovedora búsqueda de su hermano Sergio marcan un antes y un después en la devaluada democracia argentina. Su ejemplo de dignidad, valentía y convicción contrasta con la mediocridad, hipocresía y mezquindad del gobierno, sus dirigentes, voceros y secuaces mediáticos, que amplificaron sin pudor las operaciones más infames –Santiago de paseo en Mendoza, clandestino en Chile o cortándose las rastas en una peluquería de San Luis-, violando todos los códigos de ética profesional y, lo que es aún peor, preceptos básicos de humanidad.
Santiago Maldonado nos interpela con sus profundos ojos verdes y su sonrisa transparente. Su desaparición forzada es el golpe más doloroso perpetrado por un gobierno insensible, hipócrita y manipulador.
La desaparición, la muerte, el encubrimiento, el cinismo, el odio y la tergiversación informativa permanente no pueden quedar impunes. La mejor herramienta –la más útil- está al alcance de la mano: las urnas.
Este domingo, los argentinos tenemos la posibilidad de ponerle un límite a la degradación institucional del país, antes de que sea demasiado tarde.
Yo voto por Santiago Maldonado.