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La ola amarilla, una patología bien argentina
El orgullo de perder
Foto: El caso Maldonado no afectó la performance electoral del gobierno.
Publicada el en Crónicas

Yo perdí, como perdimos muchos. En realidad, la mayoría, si contamos matemáticamente los votos opositores al gobierno de Cambiemos. Estoy triste, sí, pero no por haber perdido una elección, sino por haber pensado que mis compatriotas le pondrían un freno a tanta barbarie, tanta mentira, tanta hipocresía y banalidad.

Pensé, desde el sentido común -y un poco, por qué no admitirlo, desde el corazón- que el macabro hallazgo del cuerpo de Santiago Maldonado –desaparecido hace casi tres meses por Gendarmería- sería un punto de inflexión, una bisagra en el umbral de tolerancia de una sociedad que, anestesiada por el incesante bombardeo mediático, recuperaría la memoria ante el ejemplo de dignidad de una familia contenida en el abrazo generoso de los pañuelos blancos.

El de Mauricio Macri es un gobierno insensible y corrupto, integrado por CEOS y conversos que, alentados por un indisimulable odio de clase y un revanchismo político solo equiparable a la Revolución Libertadora, se alimenta de la hiel putrefacta que derrama la demoledora maquinaria mediática de Magnetto y el ejército de trolls de Marquitos Peña. Son un gobierno de mentira, de mentiras, que repite frases huecas extraídas del manual de un gurú del marketing que admira a Hitler y da consejos para aniquilar adversarios. Es un gobierno dual, de una perversidad sin límites, capaz de hablarte de felicidad mientras manda la Gendarmería a reprimirte.

Es un gobierno blindado por los medios de comunicación. El mecanismo de ese blindaje ha corrompido al periodismo hasta límites insospechados. El selecto desfile de fariseos rentados por Cambiemos –a través de contrataciones millonarias o desmedida pauta oficial en sitios webs intrascendentes- agravia la profesión que abracé hace muchos años. Algunos de mis supuestos colegas ensalzan al oficialismo con el mismo fervor que atacan opositores, reproducen informes de inteligencia y amplifican operaciones judiciales provenientes del desprestigiado edificio de Comodoro Py. Entierran sin pudor los códigos invaluables de la profesión en el fango nauseabundo de la posverdad.

La derrota de 2015 fue producto de una estafa electoral. Cambiemos ganó el ballotage prometiendo conservar lo bueno y mejorar lo malo. Ganó por menos de dos puntos. Después, hizo todo al revés: destruyó lo bueno y empeoró lo malo. Pero ayer fue ratificado en las urnas. Ergo, esta segunda derrota del campo popular es inapelable. Millones de argentinos votaron al oficialismo a pesar de los tarifazos, los despidos, la inflación, la persecución política, la represión, la manipulación de la Justicia, el endeudamiento y la brutal transferencia de recursos a los ricos. Ninguno podía desconocer el blanqueo millonario del hermano del presidente, ni el escándalo de los Panamá Papers, ni la estafa al Correo Argentino. Sabían que Milagro Sala está presa y que el cuerpo inerme de Santiago Maldonado apareció flotando en un río helado de la Patagonia.

¿Cómo pasamos del país del “algo habrán hecho” o “por algo será” a la Argentina del “se ahogó porque no sabía nadar” o “cortar la ruta es un delito”? Hasta que logre dilucidar semejante patología social, prefiero guardar una prudente distancia del país amarillo que hoy celebra con globos y discursos vacuos.

Y sentir el legítimo orgullo de la derrota.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -