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Algunas reflexiones sobre lenguaje inclusivo
Es la política, estúpide
Por | Fotografía: Nerina Bertola
Foto: Hernán Vaca Narvaja, Marcelo Casarin, Victoria Almada y María Laura Dargenton durante el panel sobre lenguaje inclusivo.
El uso del lenguaje inclusivo no es un problema linguístico, sino político. Hay una legítima demanda social contra la cultura patriarcal.
Publicada el en Reflexiones

¿Por qué hablamos de lenguaje inclusivo? ¿Cuándo surgió el debate? ¿Por qué discutimos sobre lenguaje inclusivo en un congreso de psicología? ¿Hay margen para discutir sobre el lenguaje en un país en crisis?

La respuesta no es sencilla, pero la evidencia es incontrastable: el tema está instalado, todos hablan -hablamos- de lenguaje inclusivo. Y esa instalación no fue consecuencia del capricho de un grupo de lingüistas, profesores de Letras ni de una elite ilustrada. Ni siquiera proviene del ámbito académico: el debate sobre el lenguaje inclusivo es una demanda social.

En otras palabras, hay un sector de la sociedad que hoy no se siente incluido por el lenguaje tradicional. El germen de esa demanda es el cuestionamiento al lenguaje hegemónico, estandarizado, oficial, y proviene del corazón mismo de uno de los colectivos más potentes que han resurgido en los últimos años: el movimiento feminista.

El debate sobre lenguaje inclusivo es entonces un debate de época. Que, por supuesto, trasciende las reglas de la gramática y la ortografía, la inclusión de la “x”, el signo de arroba (@) o la “e”. Lo que se discute, en el fondo, es el rol de la mujer -su identidad- en una cultura eminentemente patriarcal.

Para afrontar esta discusión de fondo no parecen del todo pertinentes las herramientas que nos ofrece el lenguaje colonial de la Castilla monárquica y medieval que con tanto empeño defiende la Real Academia Española, porque el patriarcado como concepto trasciende al lenguaje. Quiero decir con esto que la discusión no es lingüística, ni siquiera semántica: es política. Porque la sociedad patriarcal, además de discriminar a las mujeres, las mata. Y esto no es una metáfora.

Un estudio reciente realizado por la Casa del Encuentro y la Fundación Avon para la Mujer estableció que en la última década (2008 a 2017) hubo en el país 2.679 femicidios y femicidios vinculados de mujeres y niñas y 268 femicidios vinculados de niños y hombres (https://www.infobae.com/tendencias/2018/03/08/10-anos-de-femicidio-en-la-argentina-definiciones-y-cifras-de-la-violencia-contra-las-mujeres/). Son casi tres mil femicidios en nueve años, lo que da un promedio de 327 femicidios anuales, 27 femicidios por mes, casi uno por día. Si nos ajustamos a la estadística, en este momento se está cometiendo un nuevo femicidio. 

El colectivo #NiUnaMenos surge de este drama social. Es una reacción desesperada, visceral y colectiva motorizada por un grupo de mujeres que dijeron ¡basta! Estas mujeres movilizadas -en su mayoría jóvenes, muchas todavía adolescentes- pasaron del estupor a la indignación, la denuncia a la acción, de la impotencia a la exigencia.

Se empoderaron. Pasaron del #NiUnaMenos al #AbortoLegalYa. Del #VivasNosQueremos a pedir la separación de la Iglesia y el Estado y reivindicar la educación pública, libre, laica y gratuita. De los pañuelos verdes a los pañuelos naranjas. Se juntan en las calles, en las plazas, frente al Congreso, para defender la integridad de sus cuerpos agredidos, estigmatizados, forzados, ultrajados.

Espontáneo, genuino, legítimo, potente, revolucionario, el movimiento feminista cuestiona las estructuras sociales dominantes. Y el lenguaje es una de ellas. Si somos lo que decimos, si el lenguaje nos define como sociedad, hablar de lenguaje inclusivo supone que hay un lenguaje no/inclusivo, o exclusivo, o excluyente.

La exclusión, en política, se traduce en mayor desigualdad, en el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres. Europa rechaza hoy a los inmigrantes africanos; Estados Unidos levanta muros contra los mexicanos; y nuestros gobernantes piden expulsar del país a los inmigrantes que participen en delitos y/o movilizaciones.

¿Cómo reflejamos los periodistas estas políticas de exclusión? ¿Qué hacemos para incluir, al menos en el lenguaje periodístico, a los excluidos? ¿Es pertinente que discutamos cómo contar la realidad y qué elementos incluimos y excluimos en nuestro relato de los hechos?

Así como interpela el lenguaje, el movimiento feminista también nos interpela a los periodistas. Y especialmente a los medios de comunicación hegemónicos, los que marcan la agenda, porque reproducen masivamente los prejuicios sociales que profundizan la estigmatización de la mujer.

Los periodistas trabajamos con la realidad, pero también con la palabra. Escribimos, de alguna manera, la primera versión de la Historia. Y reproducimos -a veces de manera inconsciente- un discurso machista y discriminador, producto de los valores más acendrados de la cultura dominante. Inmersos en nuestras rutinas productivas, reproducimos mecanismos lingüísticos perversos que naturalizan el maltrato a la mujer o la discriminación al diferente.

Atosigados por la coyuntura, no escuchamos los latidos de una sociedad inmersa en un proceso revolucionario. Una revolución silenciosa, delicada, femenina.

Es Ella, La Revolución. Y la impulsan las mujeres. Y los travestis. Y los transexuales. Y los homosexuales. Y los heterosexuales. Es la revolución del género. O del no género. Una revolución que rechaza las clasificaciones taxativas, los prejuicios y los estereotipos. Una revolución que, como toda revolución, está en constante movimiento.

Ellas, ellos y elles ponen el cuerpo, se multiplican, se movilizan, se reproducen hasta convertirse en esa marea verde que fue capaz de envolver al Congreso Nacional y torcer la voluntad de sus diputados para aprobar la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

La leyenda de #NiUnaMenos dice que todo empezó con un tweet. Un tweet espontáneo, de indignación, lanzado al ciberespacio por una periodista, que se multiplicó como un torrente incontenible en las redes sociales. Ese tweet decía algo tan sencillo como conmovedor: “¿No vamos a levantar la voz? Nos están matando”.

Era el mensaje en la botella. Pero no fue lanzado a través de los medios masivos de comunicación, sino en las redes sociales. No en los medios hegemónicos, sino en los márgenes. La revolución de las mujeres, como toda revolución genuina, comenzó de abajo hacia arriba, de la periferia al centro, de las redes a las calles, de las calles a los medios, de los medios al Congreso. La marea verde nos interpeló a todos. Y aunque no pudo torcer el férreo conservadurismo del Senado -que finalmente rechazó la ley-, evidenció la inconsistencia del discurso hegemónico y abrió nuevas grietas en la centralidad mediática.

Argentina es líder mundial en concentración de medios. La fusión Clarín/Telecom implicó que el grupo regenteado por Héctor Magnetto se quedara con el 42% de la telefonía fija; el 34% de la telefonía móvil; el 56% de las conexiones a Internet por banda ancha fija; el 35% de conectividad móvil; y el 40% tv paga (https://www.infobae.com/tendencias/2018/03/08/10-anos-de-femicidio-en-la-argentina-definiciones-y-cifras-de-la-violencia-contra-las-mujeres/). Desde ese monstruoso dispositivo se construye nuestro imaginario colectivo a través de un lenguaje que profundiza la estigmatización y naturaliza el machismo: “la mató porque no podía vivir sin ella”, fue “un crimen pasional”, “El suegro la asesinó porque se negó a tener sexo con él”.

Deconstruirnos implica revisar lo que escribimos y  cuestionar(nos) el lenguaje que utilizamos. Aunque hoy parezca lo contrario, no es improbable que estemos frente a la lenta agonía de los medios tradicionales, reconvertidos en omnímodas unidades de negocios que, como tales, se ocupan cada vez menos de la información. Y se despreocupan absolutamente del lenguaje.

Los medios tradicionales reproducen como autómatas estereotipos de una sociedad patriarcal que está siendo fuertemente interpelada. Su desapego a lo que hoy pareciera el aspecto menos rentable del negocio periodístico –la información- nos abre ilimitadas posibilidades a los que pretendemos ejercer honestamente el periodismo. Pero para aprovechar estos resquicios y potenciar un periodismo verdaderamente alternativo debemos repensar el lenguaje que utilizamos para describir la realidad.

Lucía Vásquez, profesora de Lengua y Literatura, escribió en revista Anfibia que: “Hablar de la historia del hombre es no hablar de la historia de la mujer. Tampoco de las historias de aquelles que no han querido o podido encajar en la construcción histórica de lo que es masculino o femenino. Porque (…) ser hombre o mujer es una construcción tanto como lo es nuestro lenguaje y como lo es absolutamente todo lo que nos rodea ¿O toda, o tode?”

Y agregó: “Y miren si no estará bien cargadita de ideología la RAE que, a la hora de definir mujer, “persona del sexo femenino”, tiene por lo menos cuatro acepciones que significan prostituta mientras que el hombre en su primera acepción es la totalidad de la humanidad, “Ser animado racional, varón o mujer. El hombre prehistórico.”. Hay que aclarar que en ninguna de sus acepciones es un prostituto. Y la RAE está bien lejos de distinguir orientación sexual, identidad de género, expresión de género, etc.” (https://www.infobae.com/tendencias/2018/03/08/10-anos-de-femicidio-en-la-argentina-definiciones-y-cifras-de-la-violencia-contra-las-mujeres/)

Beatriz Sarlo, que en general se opone al uso del lenguaje inclusivo, da sin embargo un ejemplo ilustrativo sobre las transformaciones de la lengua como producto del habla -de la praxis lingüística concreta-: “En mi país, la Argentina -escribió en el diario español El País-, la palabra gaucho atravesó un centenario proceso de cambios semánticos. A mediados del siglo XIX todavía significaba vago y bárbaro; un gran intelectual, que fue presidente, los aborrecía como la encarnación del atraso. Mucho después, gaucho comenzó a designar lo que hoy designa: alguien dispuesto a ayudar, por buena voluntad y sin interés. No intervino la Academia ni ninguna otra tribuna ideológica para establecer el nuevo significado. Habían llegado los inmigrantes pobres de Europa y, frente a esa gente que traía otras costumbres y defendía sus derechos con ideas tan extemporáneas como las del anarquismo, el gaucho se convirtió en un mito nacional. Los inmigrantes eran despreciados como tanos que no hablaban español y gallegos brutos.”  (https://www.infobae.com/tendencias/2018/03/08/10-anos-de-femicidio-en-la-argentina-definiciones-y-cifras-de-la-violencia-contra-las-mujeres/)

El lenguaje inclusivo, su uso por parte del movimiento feminista y sobre todo por los jóvenes, es una manifestación genuina de protesta. Protestan porque no se sienten incluidos. ¿Qué pasa con la heterogénea y creciente comunidad LGBT? ¿Cómo nos referimos a ellos/a ellas/a elles? Ni siquiera el todos y todas -una reparación parcial del masculino genérico- los integra y los comprende. ¿El todes sí? Al menos lo intenta.

Desde Saussure sabemos que el lenguaje es estático y dinámico. Es estático porque si cambiara cada día sería imposible comunicarnos. Y es dinámico porque si no se adaptara a los cambios todavía hablaríamos en castellano antiguo. O en quechua, aymará, náhuatl.

Dentro del vasto universo del lenguaje hay nichos insoportablemente conservadores. El lenguaje judicial, por ejemplo, además de machista, roza lo monárquico. ¿O no es absurdo que los abogados argentinos, en pleno Siglo XXI, se dirijan todavía a los jueces como “Su Señoría”? Esa Justicia -el Poder Judicial, para hablar con propiedad-, suele ser machista, conservadora y maleable al poder. Y por eso es cuestionada. Ese conservadurismo se expresa en el lenguaje judicial pero también en la aplicación de los Códigos. No parece casual que haya tanta resistencia de jueces y fiscales en calificar de “femicidio” a los crímenes de género.

Esta semana se conoció que el Registro Civil de Mendoza permitió a dos personas modificar la condición sexual que figuraba en su Documento Nacional de Identidad. “Por resolución N° 420/2018 se ha hecho lugar a la solicitud de dos personas mendocinas que requirieron el reconocimiento legal de su identidad de género autopercibida y correspondiente rectificación registral solicitando en forma expresa que en su partida de nacimiento y DNI no se consigne sexo alguno", dice el comunicado oficial del Gobierno de Mendoza. La resolución está inspirada en la Ley de Identidad de Género, sancionada en mayo de 2012, hace seis años. ¿Cómo denominaremos a estas dos personas que desde ahora llevarán una rayita en el espacio de su DNI donde antes decía Masculino o Femenino?

Hace poco, estudiantes de todo el país tomaron las universidades nacionales en apoyo a la lucha docente y en reclamo de mayor presupuesto. En Rio Cuarto, la toma duró diez días y hubo asambleas multitudinarias. Aunque todos decían defender la educación pública, hubo polarización y divisiones entre los “pro toma” y los “anti toma”.

En una histórica asamblea, en la que participaron más de mil estudiantes, docentes, no docentes y representantes de organizaciones sociales, el uso del lenguaje inclusivo fue una verdadera divisoria de aguas: cada vez que los “pro toma” utilizaban la letra “e” para hacer uso del lenguaje inclusivo, los “anti toma” expresaban airadamente su disconformidad. El lenguaje inclusivo se convirtió así en un elemento importante -de género, de identidad, de pertenencia- que aglutinó en un colectivo cohesionado a parte de la comunidad universitaria, en una confrontación ideológica en la que se discutía nada más y nada menos que el futuro de la educación pública.

Vuelvo a Lucía Vásquez: “Un compañero me dijo -escribió en la citada nota de Anfibia- que el uso del lenguaje inclusivo es borrar las diferencias. Creo, firmemente, que es todo lo contrario, el lenguaje inclusivo es un gesto amoroso que quiere que todes entren, que nadie se quede afuera del lenguaje, de la convocatoria, por lo tanto, del hacer y participar.”

Incluir supone entonces participar, apropiarse de la realidad, aprehenderla y transformarla. El lenguaje debe acompañar ese proceso de inclusión porque, si somos lo que decimos que somos, también seremos lo que aspiramos a ser.

La colega Mariana Moyano suele decir que cuando tiene alguna duda para adoptar un posicionamiento político sobre algún tema controvertido, se fija dónde se ubican las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. Porque sabe que ellas, aunque se puedan equivocar, actuarán siempre guiadas por la nobleza de su lucha por memoria, verdad y justicia. Cuando uno ve quiénes son los más férreos opositores al uso del lenguaje inclusivo, las dudas se despejan. Cualquiera sea el resultado que finalmente arroje este genuino cuestionamiento al carácter excluyente, machista y conservador del lenguaje vigente, prefiero sumarme a los miles de jóvenes que claman por ser escuchados e incluidos. Porque son el futuro, claro, pero sobre todo porque son el presente. Un presente que nos interpela a todos, a todas y a todes.

(Ponencia leída durante el 17 Symposium de la Asociación Psicoanalítica de Córdoba el 9 de noviembre de 2018)

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -