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"La Cuca", retrato de un monstruo
La torturadora que perdió la memoria
Por | Fotografía: Irma Montiel
Foto: Mirta Graciela Antón, condenada a prisión perpetua por sus delitos en la D2 de Córdoba.
En un libro intenso y sin concesiones, la periodista Ana Mariani incursiona en el tenebroso submundo del D2, en la Córdoba del pos Navarrazo, antesala del Terrorismo de Estado en el país.
Publicada el en Libros

¿Tiene sentido interrogar a un mentiroso? En los años ´90, Horacio Verbitsky dijo que no le interesaba entrevistar al entonces presidente Carlos Menem porque sabía que le iba a mentir y por tanto sus respuestas no tendrían valor periodístico. Desde otra vereda, el inefable Ceferino Reato, tras publicar su libro Disposición Final (Sudamericana, 2012)-un concesivo reportaje al ex dictador Jorge Rafael Videla-, invitó a los periodistas a entrevistar genocidas. A la salida de su encuentro con el genocida Albano Harguindeguy – a quien describió con “la memoria intacta, la mirada clara y astuta, un tono de voz entre socarrón y campechano, aunque apagado por los años”-, se permitió una reflexión sobre su profesión: “Se me ocurrió pensar que algo estábamos haciendo mal los periodistas: escribimos mucho, tal vez más de lo aconsejable (sic), sobre los setenta, pero no vamos a consultar a los protagonistas de aquellos años de plomo que, en el bando militar, están casi todos presos, algunos en sus domicilios y la mayoría en distintas cárceles. Derrotados, aburridos, abandonados por las cúpulas de las Fuerzas Armadas, muchos de ellos tienen tiempo y están dispuestos a responder preguntas sobre el pasado”.

Pero en general, los genocidas -a quienes Reato presenta como tiernos abuelitos aburridos que esperan al periodismo para contar su versión de la Historia-, no están dispuestos a responder preguntas, sino a reafirmarse una y otra vez en sus propias mentiras. Convencidos de que pagan tributo a su derrota en la “Tercera Guerra Mundial” de la que aún se sienten protagonistas, se aferran al pacto de silencio que sellaron con sangre ajena.

La periodista Ana Mariani -autora junto a Alejo Gómez Jacobo del monumental libro “La Perla” (Aguilar, 2012)-, decidió entrevistar a una de las genocidas más emblemáticas del Terrorismo de Estado en Córdoba: Graciela “la Cuca” Antón. Hija, madre, hermana y esposa de policías, Antón fue la primera mujer condenada en América Latina por su participación en delitos de lesa humanidad. Pero a diferencia de Reato, Mariani no hizo una entrevista concesiva. En su libro, por el contrario, desnuda la mendacidad de una mujer monstruosa, gélida y cruel, que participaba de las sesiones de tortura en el histórico Cabildo de la ciudad de Córdoba, donde funcionaba el temible Departamento de Informaciones de la Policía provincial, el tristemente célebre D2.

A cada mentira de Antón, Mariani contrapone el testimonio de sus víctimas. Y va descubriendo así el velo de mentiras y (auto)engaños en que incurre la represora. Lo hace desde la honestidad intelectual y la curiosidad profesional. Busca, como periodista, algo que finalmente no consigue: su entrevistada no cuenta nada, no admite nada, distorsiona la realidad y ajusta su propia historia a una versión edulcorada donde se presenta como una simple oficinista. Su actitud por momentos exaspera: si nadie la forzó a conceder una entrevista para hablar de su vida, ¿por qué mentir todo el tiempo? El locutorio de la prisión donde se realizan la mayoría de las entrevistas se torna una caja insonora, vacía, hueca. Pero Mariani insiste. “Como muchos testimonios (el de Antón) silencia más de lo que enuncia y vale esencialmente por todo aquello que le falta”, señala con acierto Ludmila da Silva Catela en el prólogo del libro. Y es allí donde la autora -a diferencia de Reato y sus reverentes silencios ante Videla- confronta con esa policía retirada que pretende -pese al abundante caudal probatorio que la condenó a prisión perpetua- presentarse como víctima, negar lo innegable y mostrarse vulnerable en la devastadora soledad de la cárcel de mujeres de Bouwer.

A diferencia de Reato, que se presume neutral, Mariani asume el lugar desde donde ejerce su profesión y expresa de entrada su posición en las dos frases que abren el libro: “Hasta ese momento, no pude imaginar lo que era el infierno. Pues… eso era el infierno” (Lisa Monje); “Si no hay juicio y castigo, la serpiente pone huevos” (Ana Mohaded).  Monje y Mohaded, víctimas del D2, fueron torturadas por “La Cuca”, a quien reconocieron y denunciaron en los juicios por delitos de lesa humanidad realizados en Córdoba.

A diferencia de sus víctimas, la Cuca Antón tuvo la posibilidad de defenderse durante los procesos judiciales que terminaron con su condena a prisión perpetua por privación ilegítima de la libertad (16 hechos), imposición de tormentos (21), homicidios doblemente calificados por alevosía (12), desapariciones forzadas (5) y abusos deshonestos (6). Tenía 20 años cuando se incorporó al D2, en 1974 y menos de treinta cuando volvió la democracia. Disfrutó de su inmerecida libertad durante más de dos décadas al amparo de las leyes de impunidad y la complicidad de los gobiernos cordobeses, que jamás depuraron de las filas policiales a los miembros de la temible patota del D2.

En su libro, Mariani muestra a Graciela Antón sentada en el banquillo de los acusados junto a su hermano, Herminio Jesús “Boxer” Antón, Jorge Rafael Videla y Luciano Benjamín Menéndez, entre otros connotados genocidas; dialoga con las reporteras gráficas que la retrataron en las audiencias -aunque ella siempre ocultara su rostro a las cámaras-; entrevista a viejas amigas del barrio -donde creció al amparo de un padre uniformado, borracho y violento-; y habla con ella. La primera vez, rodeada de represores, en la sala de los Tribunales Federales, donde aguardan para decir sus últimas palabras ante el tribunal antes de escuchar la sentencia. Las otras cinco en un locutorio de la cárcel de mujeres de Bouwer. Esos encuentros muestran el entorno de La Cuca. Mariani se asoma con discreción a la intimidad de los represores. El entorno familiar, la convivencia con sus pares, el odio a los magistrados y testigos, la negación de la realidad, la victimización y hasta el vínculo afectivo con sus abogados defensores son descriptos con precisión y sin adjetivos por la autora.

Mariani muestra, describe, no opina. Pero no es imparcial: a cada mentira de la Cuca contrapone una declaración judicial de sus víctimas. No confronta con su entrevistada, la induce a hablar. Pero no la deja mentir. El libro, que transcurre entre los encuentros de la periodista y su entrevistada en prisión, va tejiendo el hilo de Ariadna que permite auscultar la tenebrosa historia del D2, donde la Cuca era el engranaje femenino de aquélla infernal maquinaria de terror y destrucción humana. De esa historia colectiva, montada sobre la patética biografía de una represora mentirosa, asoma la gestación del Terrorismo de Estado en Córdoba, violenta antesala del golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976.

“Mientras yo solo podía disolverme en la mirada, escucharla y registrar lo que ella decía y algo del entorno -cuenta Mariani-, la Cuca me habló de su vida, de sus inquietudes, de la injusticia que se cometía con ella. Me dijo que hablaba con la pared, que no podía juntarse con otras presas por seguridad y que sufría ataques de pánico. Según sus palabras: “Voy de una cama a una silla y de una silla a una cama; ni un perro soportaría esto”. Es lo que designa como “una cárcel dentro de otra cárcel”, metáfora de la soledad absoluta, de un silencio insoportable. Su relato y el de sus víctimas aportan luz acerca de quién fue -quién es- Mirta Graciela Antón”.

El libro de Ana Mariani aporta en realidad mucho más de lo que admite su modesta autora: es la historia viva de la macabra D2, el primer centro clandestino del incipiente Terrorismo de Estado que desde Córdoba -y Tucumán- se proyectaría al resto del país. A través de sus páginas, la Cuca Antón, sin imaginarlo siquiera, dirige una impensada visita guiada al tenebroso socavón donde se oculta el huevo de la serpiente, el D2, cobijado y amparado por lo más rancio del cordobesismo: su Policía, su Iglesia, su Bolsa de Comercio y buena parte de su clase política. El recorrido comienza y termina junto a la Catedral, a la sombra de la cruz y el tañir pausado de sus sordas campanas, en las entrañas mismas del Cabildo histórico de la ciudad.

El libro “La Cuca. Mirta Graciela Antón, la única mujer sentenciada a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad” será presentado el próximo jueves 14 de marzo en Río Cuarto. Organizado por la Multisectorial de Derechos Humanos y la Casa de la Memoria, el evento se realizará a las 19 en la sala Alberto Pinto del Centro Cultural Del Andino y estará presente su autora, Ana Mariani.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -