Los capitales locales acumulados en el exterior (stock) en 1970 ascendían a 921 millones de dólares. En 1989 ese importe había crecido a US$ 43.078 M. Tomando un lapso de tiempo más breve, fue en el período comprendido entre 1975 y 1983 cuando se produce el crecimiento exponencial. De 3.566 millones de dólares acumulados por argentinos en el exterior saltó a US$ 32.214 M. Es la etapa del proceso cívico-militar que con el argumento de integrarse al mundo y facilitar las inversiones extranjeras -¿le suena?-, generaron las condiciones para la bicicleta financiera y la fuga de divisas.
La variación de los activos externos registrada entre 1992 y 2001 se situó entre U$S 60.412 M y U$S 73.332 M, de tal forma que el total de los activos externos en el año 2001 variaba según distintos cálculos entre U$S 114.154 M y U$S 127.074 M. Para que se tenga una idea, tomando en cuenta buena parte de los ’90 podemos afirmar que por cada dólar invertido por empresas extranjeras, hubo 90 centavos de dólar pertenecientes a residentes que se fugó de la economía. Es decir, el proceso de “inversión” se pareció más a un mero canje de activos que a una verdadera expansión del horizonte productivo del país.
Durante la gestión de Macri la fuga supera largamente los 70.000 M de dólares.
Se calcula que en 2018 salieron del sistema US$ 23.748 M, es decir, en solo un año se fugaron el equivalente a 6,5 veces más que el stock de activos que los argentinos tenían en el exterior al inicio de la gestión de la dupla Videla - Martínez de Hoz.
En todos los casos tuvo como contrapartida el endeudamiento, la liquidación de activos nacionales a través de las privatizaciones y la venta de empresas de capital nacional. En otras palabras, hipotecando el presente y futuro de todos los argentinos.
Es indudable que Argentina tiene un problema endémico que se agrava y profundiza notablemente durante los períodos de políticas neoliberales. Una enfermedad que heredamos de la última dictadura y que aún no la hemos asumido como sociedad. La formación de capitales argentinos en el exterior es uno de los más altos del mundo.
El nuevo contrato social sobre el cual debemos reconstruir nuestra patria debe contener como elemento sustancial un compromiso de debate serio sobre el destino de las riquezas que generamos. Riquezas que no solo se producen por la conjunción del capital y trabajo, sino también y fundamentalmente por el esfuerzo que todos los argentinos realizamos para consumir los bienes y servicios producidos. No hay lógica capitalista y mucho menos justicia, que buena parte de ese esfuerzo se pierda a través de la salida irregular de las divisas.
Debemos generar consciencia que el problema no es la cantidad de riquezas que somos capaces de crear. De lo que se trata es que esas riquezas no se sigan yendo ilegalmente.
Debemos entender que no hay capitalismo virtuoso posible ni alternativa alguna de crecimiento sustentable en el tiempo, si lejos de reinvertirse en el país las propias riquezas que producimos, son parte de un drenaje permanente que nos convierte en un cuerpo al que en forma continua se le succiona la sangre. No se trata de aislarse del mundo. De lo que se trata es de imitar a los países desarrollados y terminar en forma drástica con la ilegal salida de capitales, que tiene en la evasión fiscal, las maniobras de sub y sobre facturación en el comercio internacional, entre otras artimañas, su principal fuente de generación, a la vez que encuentra en el sistema bancario la "autopistas" para "viajar" sin dejar rastros.
Nuestras riquezas y ahorros, es decir nuestro esfuerzo, no puede continuar siendo instrumento del fondeo de inversiones en el exterior. El desafío es transformarlo en la palanca del desarrollo nacional. El pacto social es el instrumento y la nueva etapa la oportunidad.