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El debate presidencial
Con sabor a poco
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El formato no ayuda. Tampoco la performance de los candidatos. Ojalá el segundo encuentro incorpore las modificaciones necesarias para que aparezca la discusión de ideas y propuestas.
Publicada el en Crónicas

A mi queridísima vieja,

que hubiera comentado conmigo este debate.

Y tuvo lugar eso que se llama debate presidencial. Seis candidatos, uno será presidente. La dinámica fue todavía más rígida que en el debate de los candidatos a jefe de Gobierno. En aquel encuentro de la semana pasada, al menos las preguntas en diagonal provocaban un tipo de interacción y posibilidad de interpelación al otro. En este caso, los cuestionamientos a los otros participantes se tiraron al aire y el otro sólo los respondía si le daba en gana o se sentía explícitamente aludido.

Seis líneas paralelas, discursos de campaña que, al no haber posibilidad de intercambio, elevaron muy poco la temperatura. Se responde si se quiere, se le da entidad al otro o se lo cuestiona si así lo determina la estrategia del dueño de la palabra. Una dinámica tediosa. El debate no tuvo casi picante, aunque se hayan pronunciado frases polémicas. Pero la sensación que queda es de vacío casi de propuestas y que fue un evento de baja intensidad política. Hizo acordar a esos partidos de fútbol en que el relator de radio pone un énfasis desproporcionado, que cuando vez el partido aburridísimo en la cancha te hacen preguntar de qué está hablando este hombre. Esa impresión dieron los comentaristas y moderadores del debate, decían “se pone interesante”, “picante”, y la pelota estaba en la mitad de la cancha.

A continuación, impresiones breves y totalmente subjetivas sobre el desempeño de cada uno.

Mauricio Macri planteó la idea de abrirse al mundo y seguir la línea de los países hegemónicos occidentales, “organizamos el G20”, “Venezuela es una dictadura”. Casi una explícita sumisión, en su discurso de política exterior no pronunció la palabra Malvinas. Someterse atraerá inversiones, pareciera ser el razonamiento. Luego habló de la libertad poniendo eje en la diversidad de pensamientos y enunciando una tolerancia que tropezó casi al final, cuando habló de la narcocapacitación que llevaría adelante Axel Kicillof. Económicamente, la idea de que la clase media hizo un desmesurado esfuerzo que sentó bases de un futuro crecimiento. No fue inútil el sacrificio, llegaría el tiempo de la cosecha. La alusión a que se pusieron los cimientos para empezar a crecer. Crecer duele, vaya que duele. Una idea casi religiosa. El purgatorio y la vida eterna. El presente de sacrificios y el futuro mejor que nunca llega.

Alberto Fernández arrancó diciendo que Macri mintió en el debate de cuatro años antes. Y que el que dijo la verdad, Scioli, estaba acompañándolo en primera fila. Contestó sobre Venezuela diciendo que tiene problemas, pero que deberán resolver los propios venezolanos apostando a la doctrina de no intervención, que fue medular en una parte significativa de la historia argentina. Habló del aborto, tema que esquivaron Macri, Espert y Lavagna, diciendo que había que propender a la legalización para terminar con la hipocresía. Respecto a las finanzas, criticó fuertemente al gobierno actual que disminuyó el consumo, lo que retrajo la producción elevándose la desocupación y la pobreza. “Tus amigos fugaron los dólares”, señaló a Macri. Prometió aportar a otra lógica poniendo plata en el bolsillo de la gente procurando reavivar la economía. Realizó también el llamado al acuerdo social, sentando a los actores económicos principales en una mesa, empresarios, trabajadores, Estado. Se definió como un heterodoxo, funcional a la estrategia frentista del peronismo en esta elección. Jugador polifuncional, puede pegarle de derecha, de zurda o cabecear de acuerdo a las circunstancias.

Nicolás del Caño comenzó haciendo un recorrido histórico de los años democráticos. La hiperinflación de Alfonsín, el neoliberalismo de Menem, el desastre de De La Rúa. Del kirchnerismo no dijo nada y saltó a la situación preocupante actual con duras críticas al gobierno. En política exterior, adhirió el principio de no intervención respecto a la situación de Venezuela y puso sobre el tapete la situación económica y social crítica que se vive en Ecuador. Defendió el derecho al aborto haciendo un encendido alegato referido a este tema y a la violencia de género contra la que actúa el colectivo feminista “Ni una menos”, terminando su discurso mostrando en el puño el pañuelo verde. A Alberto Fernández le criticó la postura de tener como aliados a gobernadores conservadores respecto al derecho al aborto como Ángel Manzur. Si llego con los buenos, llego con muy pocos le hubiera contestado Perón, pero claro no estaba en el debate de ayer. De la economía se explayó en la idea de la nacionalización de todos los sectores estratégicos y con gestión obrera. Centró sus críticas en las políticas de endeudamiento y el ajuste del gobierno actual. Y del candidato del Frente de Todos criticó sus devaneos con distintos sectores a los que calificó de cómplices del actual gobierno por haber colaborado al aprobarle leyes.

Roberto Lavagna habló de la necesidad de encontrar un punto de equilibrio en política exterior, ni abrirse totalmente al mundo ni tampoco cerrarse sobre sí mismo el país. Una política inteligente, planteó ideas sensatas intentando transitar esa cada vez más angosta avenida del medio. Del derecho al aborto no dijo ni mu. Planteó que el derecho humano fundamental que se estaba violando en la actualidad era el de tener un plato de comida en la mesa. Hizo acordar, en este sentido, a Hilda González de Duhalde cuando hablaba de la situación de calle de familias que pernoctaban cerca del propio Congreso en el contexto de la aprobación de la ley de matrimonio igualitario. En economía se explayó en la idea de que llevamos ocho años sin crecimiento del producto bruto interno, pero se cuidó de aclarar que en la gestión de Cambiemos incluso la economía retrocedió. Del estancamiento al retroceso, pone como experiencia irrefutable la de haber colaborado con la salida de la crisis del 2001. Que cada uno ponga lo que hay que poner, llamó a afrontarla colectivamente.

Juan José Gómez Centurión fue el que peor se adaptó a los tiempos. Los cortes lo tomaron varias veces en pleno desarrollo de sus ideas. Lavagna también tuvo problemas, pero alcanzaba a meter un par de palabras para concluir la idea fuera de reloj. Puso sobre el tapete haber participado de la guerra de Malvinas, apuntando al discurso soberano que también le reconoció Alberto Fernández. Se explayó como defensor acérrimo del derecho del niño por nacer, criticando duramente el aborto y aportando descripciones retrógradas e incluso estrafalarias. Reconoció la crisis económica y el retroceso del salario. Acusó de mentir a los otros candidatos, en enumeraciones que incluso quedaron a mitad de camino por agotarse el tiempo. Repetitivo y previsible repertorio de una derecha más propia de la segunda mitad del siglo XX.

Se nota a todas luces que José Luis Espert tiene más nivel profesional o académico que Gómez Centurión. Propone una especie de liberalismo absoluto, conceptuando al Estado como una inmensa carga que soportan los contribuyentes. Respecto del aborto, no emitió opinión. Apuesta a encarnar una derecha moderna donde la visión económica liberal es central y prescindente de los derechos sociales. El costo laboral es demasiado caro. Curiosamente, nombró la situación de los trabajadores no registrados, pero considerándolos la resultante lógica del elevado costo de la mano de obra. Los trabajadores en negro no tienen derechos porque emplear a alguien en blanco es demasiado caro. Criticó a Moyano y al sindicalismo por “el curro de la justicia social”. Dijo también que los docentes gozaban de demasiadas licencias y criticó la posibilidad de que los maestros dispongan de medidas de fuerza (paros) afectando el derecho a la educación. Menos impuestos, menos Estado, criticó a Alberto Fernández por proponer un Ministerio de Diversidad y Género.

Hasta ahí, el resumen aleatorio y discrecional de las ideas de los protagonistas. Ideas y chicanas que circulan por las redes sociales. El dedito acusador de Alberto Fernández, el improperio de Macri acerca de la narcocapacitación de Kicillof. En el debate de los presidenciables, se aludió en algunos momentos a los gobernadores. Cuando no hay posibilidad de intercambiar, lo más sobresaliente es lo que se alude del otro. De propuestas, poco. Un sistema de rotación de la palabra horrendo. El medio minuto otorgado en el cierre de los temas pareció más apto para la chicana que para cerrar una idea. El debate fue muy poco más que las orientaciones generales de las políticas de los candidatos y chicanas. Un juego de hacerle pisar el palito al rival, si se digna a responder. Un juego de sordos también.

El debate fue para el simple espectador casi como ir al restaurante de siempre del barrio y pedir la carta. El comensal curiosea un poco por distintas opciones y luego llama al mozo y le pregunta: ¿Cuál es el menú del día? El mozo contesta: tiene estas dos opciones.

Seis candidatos, dos opciones con posibilidades de triunfar. Frente de Todos y Juntos por el Cambio. Terminó el primer tiempo del debate. Ojalá el segundo tiempo sea más interesante.

Sebastián Giménez
- Escritor -