Esta fuera de la cancha. Se ve un salón alto e imponente entre tanta construcción baja. Al ingresar se sienta en el medio de la tribuna. Esta solo. Se escucha el golpeteo de la pelota picando sobre el piso flotante. Hay eco. Sobresalen los gritos de aliento de las chicas en el banco de suplentes. El entrenador organiza a sus jugadoras en la cancha. El padre sonríe cuando entra su hija. Valora el esfuerzo que supone llegar a jugar en primera división, aunque le advirtieron que no se emocionara tanto porque los debuts en el femenino son más habituales, ya que hay pocas jugadoras. Por tanto, no implican el mismo reconocimiento social que en el masculino. Pero él decidió acompañarla igual, a sabiendas de que no será un “espectáculo” como el básquet masculino.
Están vestidas con su equipo de juego: musculosas que se enganchan en los corpiños deportivos para hacerlas más angostas, con líneas de color rosa a los costados; pantalones arremangados; medias caña alta negras o blancas y zapatillas botitas, una más colorida que la otra y de diferentes marcas.
El básquet femenino no recibe el mismo reconocimiento que en el masculino. Las chicas entrenan en el horario de la siesta o de la noche; en algunos casos la cancha no es de piso flotante porque son menos que el masculino; los clubes no tienen entrenadores adecuados para el femenino y en algunos lugares directamente no existen las categorías femeninas. Esto ocurre en Rio Cuarto, en Córdoba y en Argentina.
A pesar de las desigualdades, la adversidad forma parte de su vida y su motivación para superarse y obtener un reconocimiento en la sociedad. El básquet nació como un deporte masculino y a muchas mujeres les preguntan si es verdad que lo practican porque no saben de su existencia. También desconocen que no es necesario tener tanta altura para jugar al básquet femenino.
En sus inicios, hace unos veinte años atrás, eran pocas chicas las que jugaban al básquet. Había proyectos de diferentes clubes de la ciudad como Atenas, Estudiantes, Central Argentino, Universidad, Banda Norte, Alberdi y Gorriones. Algunos se consolidaron y otros desaparecieron. Luciana Molayoli vivió esos cambios en el deporte.
Molayoli, comenzó su carrera basquetbolística a los diez años, cuando acompañaba a su hermano a entrenar al club Central Argentino, ubicado a la vuelta de su casa. Se entero que había un equipo de femenino y asistió al entrenamiento. Pero el equipo se fue disolviendo hasta que desapareció. Se alejó del básquet y practicó otros deportes como handball y vóley.
A los catorce años, una compañera del colegio la invitó a jugar en Acción Juvenil. Estuvo tres años y se cambió a Estudiantes porque tenían cancha propia para entrenar. Su entrenador era Lalo Sturniolo, quien en 2009 se fue a Banda Norte. Y con él migraron la mayoría de sus dirigidas, que terminaron jugando en primera. Entre ellas, Molayoli, que ahora es entrenadora.
- ¿Qué la llevó a ser entrenadora?
- Fue un poco por accidente. Cuando me recibí de profesora de educación física no buscaba trabajar con el deporte que practicaba sino con el área de salud o de la tercera edad. Pero una amiga, Romina Morales, que era entrenadora, me pidió que la cubriera porque iba a realizar unos viajes. Acepté. Al año siguiente, Romina renunció y me ofrecieron el puesto. Nuevamente acepté, más por una cuestión de necesidad que porque me gustara ser entrenadora.
- ¿Hizo algún curso para ser entrenadora?
- Si, ese mismo año hice el curso de entrenadores de Nivel 1, que te permite dirigir las categorías de Mini y Sub 13 y al año siguiente hice el Nivel 2, que te deja dirigir las demás categorías a nivel provincial. Pero no me quería conformar solamente con eso, ya le había agarrado el gustito a ser entrenadora y quería seguir progresando. Impulsada por un colega, Lucas Chiessa, entrenador y jugador de Acción Juvenil, me anoté para realizar el Nivel 3. Siendo mujer es difícil aprobarlo porque en Argentina solamente había tres entrenadoras entre miles de hombres. Al momento de presentarnos éramos cuatro mujeres entre cien hombres. Fue muy difícil y en un ámbito muy machista, donde los términos que se usan están todos en masculino. Mi cabeza siempre estuvo abierta a aprender y a equivocarme para buscar experiencias para crecer. Desaprobé por ser mujer, pero no me importó volver al año siguiente. En el básquet femenino uno debe luchar el doble para cumplir los objetivos propios y el del equipo.
- ¿Cuál es el secreto de un buen entrenamiento?
- Yo priorizo mucho a la nena o adolescente. Hay que ponerse en el lugar y la etapa que están transitando. Tenés que dividir cualquier deporte en tres partes: lo social, lo cognitivo y lo físico o motriz, que es el básquet en sí mismo. Primero tenés que buscar armar un grupo de personas, que en sus inicios no son todas amigas, pero debe predominar el respeto y haber disfrute. Después ponés el foco en a quién exigirle más y a quién menos y proponerles objetivos a nivel individual y grupal, porque si no la niña adolescente no se motiva. El básquet femenino no está en igualdad de condiciones que el masculino. Al abrir la puerta de un club entran cien varones y dos o tres mujeres. Los entrenadores deben tener constancia e interés por el deporte para que éste crezca.
- ¿Tienen prioridad al momento de entrenar?
- Para algunas categorías como la Sub 15 y Sub 17 no, porque coincide con el horario de entrenamiento de los varones y se prioriza al masculino. En la primera división ocurre lo mismo. En la categoría Sub 13 tenemos tres de cuatro días la cancha de piso flotante porque entrenamos en un horario que no es central. Generalmente se entrena a las cinco o seis de la tarde.
- ¿Qué representó la selección de Rio Cuarto U13 para usted?
- Fue un desafío. Cuando me dijeron que no iba a participar en el torneo provincial de selecciones me puse muy mal. Me parecía que jugadoras de doce o trece años que hace mucho tiempo estaban entrenando no se podían perder esa experiencia. Me ofrecí para dirigir sin recibir ni un peso. Soy esa clase de persona a las que si les dicen “no hagas algo”, les dan más ganas de hacerlo. Fue un desafío porque había que explicarles a las jugadoras que representábamos a una Asociación, pero la plata la debían poner los padres. Viajamos, competimos y salimos campeonas. Y la satisfacción fue el doble.
En las dos categorías que disponían de fondos para jugar los torneos -Primera División y U13-, Río Cuarto salió campeón. Gracias a esos logros, este año la Asociación se presentó en todas las categorías, tanto femeninas como masculinas.
En la ciudad se compite en un torneo local, donde participan las categorías Sub 15, Sub 17 y Primera División. No estará en cambio la categoría formativa Sub 13, ya que los clubes no tienen formativas y se requiere de un mínimo de ocho jugadoras para iniciar el partido.
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Te recibe con calidez. Sentada y distendida, está mirando un partido de la Liga Cordobesa de Básquet masculina. Eligió la parte baja de la tribuna de la cancha de Banda Norte, el club que la vio nacer en su adolescencia. Candela Ruffino, jugadora con amplia trayectoria en el básquet en todos sus niveles, llegó a la Liga profesional y disputó torneos a nivel nacional, además de integrar la Selección Argentina de la Juventud.
- ¿Su objetivo era profesionalizarse?
- No, nunca lo pensé realmente. Empecé a jugar al básquet porque lo disfruto muchísimo, me divierto y me hace bien. Siempre me gustó entrenar para mejorar y superarme. La oportunidad de jugar diferentes torneos y poder hacerlo profesionalmente surgió en ese momento y después fueron apareciendo diferentes opciones a lo largo del tiempo.
Su primera experiencia como jugadora profesional fue en la Liga Femenina, un torneo nacional donde compiten diferentes clubes, en el año 2017. Jugó para el club Olímpico de La Banda, en Santiago del Estero.
- ¿Cómo fue la experiencia en Santiago del Estero?
- Cuando llegué a entrenar al Club Olímpico el ambiente era bueno. En el club no había básquet femenino, por lo que armaron un equipo con jugadoras contratadas de diferentes ciudades del país. Los horarios y la disponibilidad de la cancha eran limitados, porque el club competía en la Liga Nacional Argentina masculina y la prioridad al momento de entrenar eran de ellos. Teníamos horarios para entrenar a la siesta o a la mañana, lo que no es muy apto en la época de verano en Santiago del Estero. En los demás clubes que jugué ocurrió lo mismo, la prioridad también era para el equipo masculino.
- ¿Por qué hay entrenadores que no desean trabajar con el básquet femenino?
- Por varios motivos. El primero porque en muchos clubes el sueldo de entrenador de la categoría femenina es menor en comparación con el masculino. El segundo por una cuestión cultural, de machismo: ven al deporte femenino como inferior o “feo”. Conozco entrenadores que no querían trabajar con mujeres, pero una vez que lo hicieron les gustó mucho.
- ¿Cómo fue llegar a la Selección Argentina para participar de los juegos Universitarios en Nápoles, Italia?
- El proceso de selección fue muy corto. En dos meses se armó el equipo y no tuvimos demasiados entrenamientos previos al torneo porque no contamos con los mismos recursos que la selección no universitaria. Igual fue una experiencia muy buena, muy enriquecedora. Fue hermoso tener la oportunidad de representar a la Argentina.
- ¿Tuvo apoyo de su familia para cumplir sus metas?
- En las decisiones que fui tomando a lo largo de mi carrera deportiva siempre tuve el apoyo total de mi familia. Quizás por momentos ellos sentían incertidumbre, porque me iba lejos, a lugares donde no conocía a nadie. Y también porque en el deporte femenino hoy tenés un club, pero no sabés si lo tendrás en la próxima temporada. Igual el apoyo siempre fue total y de respeto a las decisiones que yo tomaba.
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“Enano” es un apodo que aparece en varios comentarios de la red social Instagram de Camila Berardi. Se lo pusieron sus compañeras de equipo cuando jugaba para Banda Norte, por su estatura. Nacida en Las Perdices, Córdoba, su madre decidió llevarla a un club cuando vio que hacía picar contra el piso cualquier pelota que llegara a sus manos. Así fue que jugó en 9 de Julio (Las Perdices) hasta los diez años, en Acción Juvenil (General Deheza) hasta los trece, en Banda Norte (Rio Cuarto) hasta los 22 y dio el salto internacional como jugadora profesional del Free Básquet Scafati, en Italia. (Italia).
- ¿Cómo es jugar en Italia?
- El año pasado, luego de jugar el campeonato argentino con la Selección de Córdoba de mayores, me contactó un representante para que trabajáramos en conjunto. Acepté y estuvimos buscando clubes para jugar, pero no aparecieron propuestas. En marzo, cuando me recibí de profesora de educación física, decidí armar la valija e irme a vivir a España a buscar un trabajo y un equipo para seguir jugando. A la semana de llegar me hablé mi representante para avisarme que lo había contactado un club de Italia que estaba interesado en mí. No lo dudé: esa misma semana firmamos el contrato y en agosto me mudé a Italia.
- ¿Cómo fue el proceso de adaptación?
- No fue complicado. Al principio me costaba el idioma, pero luego fui estudiando y con la ayuda de mis compañeras ya entiendo la mayoría de las cosas. Tienen una forma de juego bastante parecida al básquet de Río Cuarto.
- ¿Se le da más importancia al básquet en Italia?
- Sí, la organización en torno al básquet femenino es casi igual al masculino. Tenés ocho meses de competencia, con juegos cada semana, una cantidad importante de equipos y buen nivel. Varios equipos tienen extranjeras. Tenemos prioridad al momento de entrenar.
- ¿Jugar en el exterior era una asignatura pendiente?
- Ahora te puedo decir que no, porque por suerte ya lo estoy haciendo. Para mí ahora la asignatura pendiente es poder jugar en la Selección Argentina de mayores.