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Encuentro del Mate y Peña de la Amistad
Sampacho respira folklore
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Por segundo año consecutivo, la localidad recibió más de treinta grupos de ballet folklórico provenientes del sur de Córdoba y otras provincias. Un encuentro con las raíces que parece haber llegado para quedarse.
Publicada el en Crónicas

El lugar esta colmado de personas que conversan amistosamente. Se abrazan. Se saludan como si hubiesen pasado años sin verse. Entre el bullicio se escuchan pistas musicales de Los Chalchaleros, Raly Barrionuevo, Los Nocheros, Peteco Carabajal y el Chaqueño Palavecino, entre otras glorias del folklore argentino.

En un extremo del salón hay un escenario para músicos y bailarines. Frente al escenario, un espacio libre dispuesto como pista de baile. A los costados, largas y angostas mesas y 500, tal vez 600 sillas, aunque siempre resultan pocas para la cantidad de gente. De la cantina sale un irresistible olor a empanadas, tortas fritas y pastelitos.

Es octubre y con las primeras horas de la tarde en Sampacho comienza a palpitar el Segundo Encuentro del Mate y Peña de la Amistad, un evento que convoca a más de 30 grupos de ballet del sur de Córdoba y de otras provincias.

Como si fuera un ritual, nadie parece olvidar el mate y los pañuelos. El primero para aliviar la espera; los segundos para bailar la zamba.

Las mujeres visten amplias faldas que tapan sus tobillos, blusas sueltas o ajustadas. Algunas llevan vestidos, trenzas o rodetes con ornamentos florales. Zapatos con tacón negros o beiges, algunas alpargatas blancas.

Los hombres visten holgadas bombachas gauchas, faja de lana tejida o un ancho cinturón de cuero, adornado con monedas, llamados rastras, que sostienen un facón. Botas de potro o de cuero curtido con tacones. Chalecos y camisas. Ponchos, boinas y charambergos. Hay quienes llevan chiripá o un guarda calzón salteño.

Desde el año pasado, el evento es organizado por el ballet Cielo Argentino, una escuela de danzas folklóricas que surgió en Sampacho en 2015. Mariela Frías es su directora. Nació y vivió en Aguaray, un pueblo salteño, donde estudió Profesorado de Folklore en el Instituto de Arte Palo Santo. En 2009 se mudó a Sampacho, donde abrió su propia escuela de danza.

-¿De dónde viene el gusto por la danza?

-Aprendí a bailar en mi casa. De parte materna y paterna son muy apegados al folklore. Mamá salteña y papá formoseño, así que en mi familia siempre se vivió el folklore. A los 13 años me invitó un profe a estudiar en su academia; empecé y a los 15 ya me dejaron a cargo de una sede de su instituto.

-¿Cómo surgió la idea de abrir una escuela de folklore en Sampacho?

- Yo llegué a Sampacho en 2009. Tenía mi academia en Salta, pero tuve que cerrar. Dejé alumnos que hacía diez o doce años que estaban conmigo y me costó mucho. Acá abrí por insistencia de mi esposo, porque me veía triste por haber tenido que cerrar la escuela en Salta. En Sampacho arranqué en 2015, con mucho miedo. No sabía cómo era el pueblo ni cómo iban a tomar una escuela de danzas. Las primeras incorporaciones al ballet como profesores fueron Mauro Tapia y Mabel Banegas, que egresaron de la escuela Cielo Argentino en 2017. Posteriormente se incorporó Verónica Brizuelas con las danzas árabes y españolas.

-¿Y cómo surgió la idea del festival?

-En Salta se acostumbra a que los ballets sean invitados a los festivales y a las peñas, no se hacen encuentros como acá. Bailamos en fiestas patronales, actos patrios o fiestas de aniversario de los pueblos. Competencias solamente en Salta capital. Acá nos presentamos en diversos encuentros de la región y de provincias vecinas, y a cada lugar al que íbamos nos preguntaban cuando iba a ser nuestro festival. Así que nos dividimos las tareas con los profes Mabel y Mauro y el año pasado hicimos nuestro primer encuentro. Como fue un éxito, nos prometimos que lo íbamos a hacer todos los años.

Un encuentro folklórico se diferencia de las peñas porque tiene una duración mayor, desde la tarde hasta media noche, y hay concursos, seminarios, cursos y actividades para bailarines, además de que cada ballet presenta una coreografía en el escenario. Las peñas, en cambio, empiezan a la noche y además de escuelas de danza, su fuerte son los músicos.

Calentando motores

Yendo por ruta 8, desde el noreste, nada parece indicar que se ha llegado a Sampacho, salvo un pequeño cartel verde, tapado casi por completo por el guardarraíl. La ruta atraviesa el pueblo, de escasas once cuadras, y al llegar a la última se distingue otro letrero, algo más grande que el anterior, junto a una cruz y una figura de la Virgen de la Consolata, patrona del pueblo.

Hacia adentro, seis cuadras y un semáforo separan la ruta del salón “La Consolata”, donde se hace el encuentro. Son las dos de la tarde de un día caluroso y el salón está lleno de gente. El locutor anuncia que comenzarán los seminarios de zamba, malambo y técnica para la danza.

Minutos más tarde el mismo locutor, pero con la voz más grave, estira las vocales para anunciar: “Desde Salta se hacen presentes en el Encuentro del Mate y Peña de la Amistad Daniela Echenique y Andrés Ramos, los campeones nacionales de zamba”.

La gente se pone de pie, aplaude, grita. Se escucha algún que otro silbido, rápidamente sofocado por la estruendosa ovación.  

-Tengo la piel de gallina -, dice por lo bajo a uno de los campeones. El murmuro que se pierde entre los gritos de aliento.

Los campeones no visten pilchas gauchas. No parecen bailarines de folklore. Llevan remera manga corta negra con la inscripción “Salta” en letras rosas, pantalones negros y zapatillas deportivas.

Ramos porta lentes de marcos rectangulares y zapatillas violetas que combinan con la campera de Echenique. Su coequiper lleva una cola atada en su pelo, porque todavía no van a bailar.

Frente al escenario, en el otro extremo del salón, hay una puerta gris angosta, de metal, que da a un amplio patio de baldosas, donde los campeones dictarán un seminario de zamba de tres horas.

La zamba es una danza o baile que tiene sus orígenes en Perú, que proviene de la zamacueca. Hoy es la danza nacional de Argentina. En este baile de pareja el hombre embiste en forma amorosa y coqueta a la mujer con un pañuelo de gasa, y ella se escapa hasta el final.

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Son las cinco de la tarde y los seminarios están terminando. En las mesas la gente toma mate y come tortas fritas. Las mujeres comienzan a trenzarse el pelo y maquillarse. Los hombres se visten de gauchos. Los bailarines están ansiosos. Ya es hora de subir al escenario.

Dos o tres bailarines de cada grupo de ballet hacen fila al lado del escenario. Portan estandartes que identifican a su grupo y banderas argentinas.

Comienza el show. Las primeras en subir al escenario son las alumnas más pequeñas del ballet Cielo Argentino. Tienen entre siete y doce años y su coreografía rinde homenaje a la Virgen de la Consolata.  Algunas llevan polleras rosas y blusas blancas, otras al revés. Todas usan alpargatas, trenzas y pañuelos.

Gato, zamba, chacarera y malambo son las danzas más bailadas sobre el escenario.

Entre giros, contra giros, vueltas enteras o arrestos. Entre zapateos, zarandeos y pañuelos al viento, los bailarines expresan el orgullo de sus tradiciones.

Ya bailaron la mitad de los ballets invitados y llega el momento de la competencia, que elegirá una pareja de cada grupo, y el gaucho y la donosa, como llamarán al hombre y la mujer que ganen la competencia. Bailan chacarera, escondido y una zamba para que el jurado, integrado por cuatro profesores de folklore, tome la decisión tan esperada.

A las once de la noche terminan de bailar.

La cantina está repleta y la mixtura de olores a empanada, choripán y milanesa impregna todo el salón. El locutor vuelve a entonar su voz más grave para anunciar que llegó el momento. Los bailarines esperan sentados en el piso y los que estaban en sillas se acercan al escenario. Los más jóvenes preparan sus teléfonos celulares para filmar y sacarse fotos con los bailarines. El misterio termina cuando el presentador modula con especial cuidado los nombres de Daniela Echenique y Andrés Ramos, los flamantes campeones del certamen, a quienes invita a bailar una zamba carpera y una cueca norteña.

Los campeones ya no visten como a la tarde. Ella lleva ahora un vestido blanco con flores rosa pálido y hojas verdes. Su pelo, extremadamente prolijo, termina en una larga trenza que le llega a la cintura. Sobre sus hombros luce un chal rojo oscuro que realza su vestimenta. Ramos viste bombacha gaucha y chaleco beige, rastra, botas y sombrero negro. Sobre uno de sus hombros, un poncho rojo con detalles negros que, sorprendentemente, no se le cae al bailar. También lleva un guarda calzón, típico de los gauchos norteños.

Andrés y Daniela son matrimonio y padres de dos hijos. Bailan juntos hace 16 años. Él empezó a los seis años porque sus abuelos le inculcaron el amor por el folklore. Se conocieron cuando Daniela terminó el secundario y empezó a bailar. No se separaron más. Bailaron en peñas, espectáculos, 15 años, casamientos y en todo lugar al que los llamaran. También competían en distintos certámenes.

Cursaron juntos el profesorado de danza y abrieron su propia academia. Bailan todo tipo de folklore: estilizado, tradicional, danzas de Cuyo y danzas del Litoral. Pero se especializaron en danzas norteñas, especialmente la zamba carpera y la cueca.

-¿Cómo es ser padres y al mismo tiempo campeones de danza?

- Andrés: Es complicado tratar de cumplir con todo, pero sabemos que este es un momento único que nos toca vivir, de éxito, cúlmine en nuestras carreras. Es un tiempo corto y tenemos que aprovecharlo al máximo. Se puede hacer, sin descuidar a nuestra familia, por el amor que nos tenemos entre nosotros y a nuestros hijos.

- ¿Cuánto tiempo de preparación requirió obtener un campeonato?

- Daniela: Uff, años. Vamos a Laborde desde el año 2004. Fuimos en 2005, 2013, 2014, 2017, 2018, 2019 y al Pre Cosquín todos los otros años que no fuimos Laborde. Y nunca pudimos entrar en una final.

- Andrés: Había una chicana de los mismos colegas, que te hacen a un costado porque nunca llegaste a una final. Esas cosas duelen, pero nosotros hemos sido muy persistentes, convencidos de que en algún momento íbamos a tener resultados. Y llegó el momento.

-¿Qué es lo que más les gusta de bailar?

- Andrés: Lo que más me gusta del baile tradicional es poder expresar cómo es la gente en mi tierra, cómo se mueve cuando está contenta, cuando es carnaval, cómo disfruta. Trato de asemejar lo más que pueda la idiosincrasia de nuestro lugar. Eso es lo que más me gusta: transmitir la forma de mi tierra.

- Daniela: En mi caso me gusta el escenario, el espectáculo, maquillarme, cambiarme y volver a sentir esa adrenalina del escenario, el público y las luces. Me gusta porque soy artista. Y también me gusta ser embajadora de mi provincia, porque sentimos eso. Ser difusores y embajadores de Salta es una de nuestras mayores satisfacciones.

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Es medianoche y todos los ballets han terminado su coreografía. Llega el momento de los artistas musicales. Empieza la peña y abre el espectáculo Zamira Plaza. Algunos de los grupos de folklore ya se han ido, pero el salón sigue lleno. Hay fiesta, carnaval, algarabía. Llega el turno de “Achireros”, un grupo musical que hace saltar a todos a la pista. Bailan gato, zamba o chacarera. Entre el público ya no hay mate. Ahora hay vasos de cerveza y fernet.

Son las tres de la mañana y termina de cantar Iván Coniglio. Ya casi no hay gente en el salón. La temperatura baja, las luces se apagan y las puertas se cierran. El Encuentro del Mate y Peña de la Amistad ya es historia. El año próximo volverá a dejar su huella.

Agustina Zanotti
- Estudiante de Comunicación Social -