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#Coronavirus
Estudiar en tiempos de pandemia
Foto: La UNRC está cerrada, pero la actividad académica no para.
Un relevamiento realizado por el Departamento de Ciencias de la Comunicación de la UNRC indica que nueve de cada diez estudiantes tienen acceso a dispositivos virtuales, ya sea a través de computadoras o teléfonos celulares. El desafío de aprender lejos de las aulas y las impensadas enseñanzas del encierro: solidaridad y revalorización de la familia.
Publicada el en Crónicas

Nueve de cada diez estudiantes de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Río Cuarto tienen acceso a internet, ya sea a través de computadoras -en muchos casos compartidas con el resto del grupo familiar- o por teléfono celular. Sin embargo, muy pocos habían utilizado las aulas virtuales como estrategia pedagógica antes de que el gobierno nacional decretara el aislamiento social, preventivo y obligatorio para enfrentar la pandemia del coronavirus.

Los datos surgen de un informe preliminar elaborado por el Departamento de Ciencias de la Comunicación en base a un cuestionario que circuló en forma virtual entre el sábado 28 y el lunes 30 de marzo y fue respondido por 193 estudiantes de la carrera. El 55 por ciento de los estudiantes que respondieron son de Rio Cuarto y el 45 por ciento de la región u otras provincias. De estos últimos, 68 estudiantes volvieron a sus lugares de origen para cumplir la cuarentena y 19 decidieron quedarse en la ciudad, ya sea en residencias que comparten con sus pares o en departamentos.

La cuarentena dispuesta por el gobierno nacional desde el viernes 20 de marzo motivó la inmediata suspensión de las actividades académicas en todas las universidades del país. La suspensión de las clases primero y el cierre del campus después llevaron a los docentes a organizar sus actividades en forma virtual. Ante la necesidad de establecer contacto con sus estudiantes, la mayoría apeló a las plataformas que tenían más a mano o con las que estaban más familiarizados los propios alumnos. Las elegidas fueron Classroom, Facebook y WhatsApp, relegando al tercer lugar a la del propio sistema universitario (SIAT).

Uno de los datos más significativos del informe señala que si bien no todos los estudiantes tienen computadora -de los 117 que sí tienen, el 25% debe compartirla con otros miembros del grupo familiar-, el 96.4% tiene en cambio teléfono móvil propio con acceso a internet, con wi fi y/o datos.

El aislamiento

Alumnos de la asignatura Periodismo y Comunicación Impresa, que se dicta en el segundo año de la carrera, aceptaron el desafío de contar cómo viven la cuarentena. Si bien cada uno relata una experiencia diferente, hay un denominador común: la convivencia forzada con el núcleo familiar genera una revalorización de las relaciones afectivas y el dictado de clases virtuales les ayuda a organizar una rutina que, a raíz del encierro, se torna por momentos caótica.

Marcos Torres (22) es oriundo de San Luis y vive solo en un departamento. “Los primeros días no se hicieron muy tediosos -admite-, ya que me gusta vivir solo, disfruto de la armonía que se apropia de mi departamento y la luz brillante que entra por los ventanales de mi balcón por la mañana, mientras leo un libro robado de la colección de mi padre. Mi rutina actual se basa en hacer limpiezas generales, hacer las compras necesarias y realizar las tareas asignadas por los profesores”, cuenta. Pero como no puede trabajar desde que empezó el aislamiento y ante la posibilidad cierta de que el gobierno lo vuelva a prorrogar, le pidió a su padre que gestione un permiso para venir a buscarlo y seguir el aislamiento junto a él, su madre y su hermano.

Desde Pincen, “un pueblito de 200 habitantes, chico, humilde y unido”, Luciano Botta convive con sus dos hermanas (30 y 25 años) en completo aislamiento. “El único que circula día y noche por el pueblo es el móvil policial, para que nadie viole la cuarentena”, grafica. Trata de mantener una rutina: se despierta a las diez, desayuna con sus hermanas, hace las compras para su papá -que vive al frente y por su edad está en riesgo-, almuerza en familia y hace tareas de la universidad hasta las 18. Aprovecha el patio de su casa para hacer actividad física hasta la caída del sol. Durante la cena mira los informativos y después juega a las cartas con sus hermanas.

Joaquín Gómez (20) es oriundo de Villa Huidobro –“Cañada Verde, como la conocen algunos”, aclara- y vive la cuarentena en el hogar familiar, integrado por sus padres y su hermana. Cuenta que en esa pequeña localidad del sur provincial solo se puede salir a hacer las compras por la mañana y el resto del día todos deben recluirse en sus hogares. “La relación con mi hermana, que tiene 13 años, y con mis papás no era muy estrecha, por el contrario, era bastante distante. Pero comenzó a cambiar el 20 de marzo; volvimos a comer todos juntos, empezamos a conversar más frecuentemente y por las noches compartimos juegos de mesa o de cartas”, asegura.

Jazmín Vera (19) pasa la cuarentena en su casa de Río Cuarto junto a sus padres y su hermana de seis años. Lee los apuntes que envían digitalizados de distintas materias, mira series o películas en Netflix y ayuda a su hermana con los deberes. “Pero como igual me aburría -advierte-, se me ocurrió buscar recetas, ordenar mi ropa, mi pieza y buscar rutinas para hacer ejercicios en casa. Los días se me hacen un poco más livianos, pero al no tener horarios me duermo muy tarde y me despierto a las dos de la tarde”.

Además de estudiar Comunicación Social, Joaquín Urquiza practica jiu jitsu y boxeo. La cuarentena lo obligó a guardar su judogi y los guantes y sintonizar alguna rutina en YouTube para entrenar en el living. “Mi casa se convirtió en un aula y veo a mis compañeros y profesores a través de una pantalla”, dice con resignación. Mira más películas que antes, se volvió más ordenado y disfruta el tiempo que pasa con su familia: “Al no tener horarios tan definidos no es necesario andar rápido y furioso, me moldeo a esta situación y hago cada cosa paso por paso”.

Dormir, estudiar, jugar

Desde que empezó la cuarentena, Laura Corral no logra despertarse antes del mediodía, a pesar de los infaltables reproches de su madre. Solía arrancar el día a las siete de la mañana. Iba al trabajo, cursaba en la universidad, volvía a la noche, se ponía a estudiar y casi no tenía contacto con sus cuatro hermanos: tres varones (de 23, 17 y 11 años) y una niña (14), con la que pelea seguido porque le usa la ropa. La nueva convivencia con sus hermanos la hizo entender que puede ser tan mandona como su mamá. Juega al fútbol en el patio y a las cartas en la casa para que las horas pasen más rápido. Disfruta la cena en familia mirando una película y se divierte escuchando las quejas maternas (“No los soporto más, ojalá vuelvan pronto al colegio así se acuestan temprano”). Ya se resignó a la pérdida de horarios y rutinas, pero no renuncia al optimismo: “Más allá de que no sabemos en qué día estamos, que tomamos la noche por el día y tampoco estamos seguros de si nos bañamos o no, trato de tomarme la cuarentena positivamente. Creo que cuando esto pase vamos a ser mejores personas, ya que tuvimos demasiados días para repensar las actitudes que tenemos”.

Lourdes Silva tampoco escapa a la monotonía reinante desde que empezó la cuarentena. Su mamá trabaja porque es enfermera y está exceptuada de cumplir el aislamiento. Todas las mañanas, Lourdes desayuna con el café en una mano y el celular en la otra. “Mis ojos van de pantalla en pantalla y la información cambia a cada segundo”, admite mientras hace zappint en el televisor y navega por las redes sociales. Le cuesta organizarse: no alcanza a terminar un trabajo práctico cuando ya tiene otro pendiente. “Alumnos y profesores no vamos a la universidad, pero ella viene a nosotros a través de una pantalla”, asegura. Cuando hace una pausa entre prácticos y pantallas, disfruta del tiempo compartido en familia: “Vemos películas, charlamos, jugamos a las cartas… todo lo que sea posible para no caer en el aburrimiento que despierta el aislamiento”.

A su tocaya Lourdes Amaya (18) la falta de computadora le complicó la cuarentena. Sus padres también están contemplados entre los exceptuados del aislamiento, por lo que comparte la mayor parte del día con sus hermanos. Su cable a tierra es ahora su teléfono móvil: “Con mis amigos usamos el celular para hacer videollamadas y mantenernos en contacto, pero extraño mucho los mates, las birras en la placita, los abrazos… ¡y cursar!”.

Para Mailén Gelardino (19), la cuarentena “nos ha quitado muchas cosas y vivimos momentos de incertidumbre, pero nos ha dado una oportunidad de oro para recuperar el tiempo”. Cuenta que en estos días pudo revisar los álbunes de fotos junto a su mamá, tocar música con su papá y abrazar más seguido a su hermano.  

Manuela Gómez extraña el fútbol. Pero no el de Boca, River o la Selección, sino el de su pueblo, General Villegas. Su fanatismo la hacía seguir a su equipo a través de la transmisión on line de alguna radio local. “Es inexplicable el sentimiento de vivir la desazón de una derrota o la alegría de un triunfo en soledad; pero más tremendo es no poder seguir los partidos, ni de cerca ni de lejos, porque directamente no se juegan”, admite sin ocultar su frustración.

A Marianella Gramajo el aislamiento la encontró en Río Cuarto, lejos de su familia, que vive en Capilla del Monte. Convive con su hermana y un primo, que estudian veterinaria. “La única forma de volver a nuestras vidas de antes será si tiramos todos para el mismo lado; el virus nos muestra que lo que hace uno puede afectar a cientos. La patria sigue siendo el otro”, asegura entusiasta.

Martina Miani (19), hija de un periodista de Adelia María, empezaba a hacer sus primeras armas en radio cuando empezó la cuarentena. Decidió quedarse en su ciudad junto a sus padres y su hermano. Cada uno toma su propio mate para prevenir contagios y ella hace lo mismo todos los días: levantarse, estudiar, ver alguna serie y dormir. “Hoy, en mi decimosexto día de cuarentena obligatoria, quiero decir algo que nunca pensé que diría: extraño la rutina”, admite, añorando sus responsabilidades antes de la cuarentena. Y asume que, en el dramático contexto sanitario mundial, no deja de ser una privilegiada: tiene casa, familia y una computadora para hacerle frente al aislamiento, mientras que otros no tienen nada.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -