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Periodismo y revolución
Por | Fotografía: Gentileza grupo Octubre.
Foto: Walsh, el CHe y Masetti, figuras centrales del último libro de María Seoane.
El martes 9 de junio se presentó en forma virtual “Che, Masetti, Walsh. Prensa Latina”, el último libro de la periodista María Seoane. Acompañaron a la autora Víctor Santa María (presidente del grupo Octubre, editor del libro), Isidro Fardales (editor de revista Bohemia y ex director de Radio Nacional de Cuba) y Hernán Vaca Narvaja (director de esta revista y autor del libro “Masetti, el periodista de la revolución”).
Publicada el en Libros

Tres periodistas en el ojo del huracán. Tres guerrilleros ofrendando su vida a la revolución. Tres argentinos en Cuba, forjando a golpes de intuición y compromiso la primera agencia internacional de contrainformación del continente.

¿Quién renunciaría a escribir esa historia? María Seoane no pudo resistirlo. Referente y formadora de tantos periodistas, Seoane supo bucear a lo largo de las últimas décadas en la oscuridad de La noche de los lápices, la disyuntiva de hierro del Todo o nada, la (des)ilusión de El burgués maldito, la miseria humana de El Dictador y el deslumbrante feminismo de las Bravas Alicia y Pirí, entre otras figuras que marcaron a sangre y fuego la historia del Siglo XX en nuestro país.

Su último libro, “Che, Masetti, Walsh, Prensa Latina, se inscribe en esa búsqueda incesante de situaciones y personalidades excepcionales que nos permiten explicar -explicarnos- el devenir de nuestra historia.  Al fin y al cabo, Seoane es una enorme periodista. Y los periodistas, habitualmente, contamos historias. Atrapantes, extrañas, difusas, improbables. Pero siempre reales.

En 2003, el Centro Cultural de la Cooperación publicó “Revolución y periodismo”, un libro de Ricardo Horvath, con prólogo de Osvaldo Bayer. Es un magnífico ensayo sobre el periodismo revolucionario, que tiene como protagonistas, también, a Ernesto Guevara, Jorge Masetti y Rodolfo Walsh.

Para entonces, el Che ya era un mito y Walsh se encaminaba hacia su canonización periodística y literaria, luego de un período de negación, fragmentación y oscurantismo, que pretendió escindir al narrador burgués del periodista revolucionario. Pero más temprano que tarde entendimos que era precisamente esa traumática fusión entre el escritor, el periodista y el militante -reflejada en textos espejos como Operación Masacre y Esa mujer- la que producía la asombrosa simbiosis entre ficción y realidad que le permitió a Walsh fundar un nuevo género: la narrativa de no ficción.

Sobre Masetti, en cambio, había un extraño, incomprensible cono de silencio. O mucho peor, de desinformación. O, como diríamos hoy, de fake news.

En 1997, Cuando se cumplió el 30 aniversario del asesinato del Che, extrañamente, solo uno de sus tantos biógrafos se ocupó del estrecho vínculo del guerrillero heroico con su compatriota. Y no lo hizo de la mejor manera.

En su crónica del dramático periplo del Ejército Guerrillero del Pueblo en Salta, Jon Lee Anderson dejó entrever que los fusilamientos de “Nardo” y “Pupi” tuvieron un sesgo antisemita, que atribuyó al “Comandante Segundo”, nombre de guerra de Masetti. Anderson partía de un viejo prejuicio, potenciado por la visión sectaria y mezquina de cierta izquierda ortodoxa, sobre el paso fugaz de Masetti por la Alianza Libertadora Nacionalista. Por donde también habían pasado Walsh y Rogelio García Lupo. Y tantos otros jovencitos -adolescentes, en rigor de verdad- que se sumaron por entonces a un proceso político complejo y lleno de matices. Lo que no los convertía, por cierto, en antisemitas.

Mientras la figura de Guevara se consolidaba como el símbolo universal de la rebelión y la de Walsh alcanzaba la estatura de creador del “Facundo del siglo XX” -como lo definió magistralmente Horacio Verbitsky-, Masetti seguía inexplicablemente relegado. Peor, tergiversado. “Periodista, sabía cómo se construyen renombres y se tejen olvidos. Guerrillero, pudo presumir que si era derrotado el enemigo sería el dueño momentáneo de su historia”, había escrito, profético, su amigo Walsh cuando la revista uruguaya Marcha recordó el primer año de su desaparición.

En 2007, una novelita escrita de apuro para la feria del libro, “Muertos de Amor”, insistió con el falso antisemitismo de Masetti y se burló de su fallida incursión guerrillera en Salta. La tergiversación mutaba en difamación.

Tuvo que ser una mujer, como tantas veces en la historia argentina, la que pusiera el cuerpo para enfrentarse a la infamia y la mentira. Graciela Masetti, hija de Jorge, asumió con conmovedora convicción la defensa histórica y simbólica de su padre, presumiblemente desaparecido por la Gendarmería nacional en las montañas de Orán, en abril de1964, junto al guerrillero cordobés Atilio Altamira.

Como Alicia Eguren con los manuscritos de Cooke, Como Aleida March con los de Guevara, como Lilia Ferreyra con los papeles de Walsh, Graciela Masetti rescató del olvido buena parte de la obra de su padre: la cinta de “la entrevista de la revolución”- aquel mítico reportaje al Che en Sierra Maestra-, el libro “Los que luchan y los que lloran”, una serie de cuentos y artículos periodísticos -muchos de ellos hasta entonces inéditos- y su única obra dramática ,“La noche se prolonga”.

Hoy es otra mujer, María Seoane, quien vuelve desde el periodismo sobre los pasos de Masetti. Y de Walsh. Y del Che. Y lo hace para reescribir la historia siempre inconclusa de la revolución, pero, sobre todo, para rescatar una experiencia de contra información continental tan efectiva como poco estudiada. En su impecable trabajo, la autora ubica a Masetti en el lugar que le corresponde, el que se ganó -como alguna vez escribió Walsh- “a fuerza de talento y golpes de intuición”: fue el primer argentino que entrevistó a Fidel y el Che en Sierra Maestra, el creador y primer director de Prensa Latina y la punta de lanza del proyecto guerrillero de Guevara en Argentina.

Tres argentinos

Casi dos décadas después de aquel libro iniciático de Horvath, Seoane vuelve sobre ese infrecuente capricho del destino que unió a tres personalidades arrasadoras en la gesta común de construir un dispositivo comunicacional que desafiara a los monopolios mundiales de la información. “El encuentro fundacional para que ese trío confluyera en La Habana -reseña la autora- ocurrió entre Guevara y Fidel Castro en México, en 1955”. Corría el mes de julio y la conversación entre ambos se prolongó hasta la madrugada. Cuando terminaron de hablar, el médico argentino, de 27 años, ya era parte del grupo de futuros expedicionarios del Granma. Comenzaba la mutación que lo convertiría en el Che.

Seoane recuerda que por esos días Walsh y Masetti, que se conocían de su paso por la Alianza Libertadora Nacionalista, estaban muy enojados con Perón. A tal punto que celebraron su derrocamiento a manos de la mal llamada Revolución Libertadora. Masetti, católico de fuste, se había indignado ante la quema de iglesias protagonizada por militantes peronistas en respuesta a los crueles bombardeos en la Plaza de Mayo, en junio del ´55. Walsh había escrito notas laudatorias sobre los aviadores que participaron de aquel bombardeo atroz, entre los que estaba su propio hermano. Ambos se arrepentirán de aquel temprano apoyo al derrocamiento de un líder popular que será central en sus vidas y en la de millones de argentinos.

El encuentro entre el Che y Masetti se produjo en marzo de1958, cuando el periodista argentino lo entrevistó en Sierra Maestra, antes del triunfo de la revolución. En su libro, Seoane recuerda la primera impresión que el guerrillero causó en Masetti: “El famoso Che Guevara me parecía un muchacho argentino típico de la clase media. Y también me parecía una caricatura rejuvenecida de Cantinflas”. La autora reconstruye el increíble periplo de Masetti en Cuba, donde ascendió dos veces a Sierra Maestra para entrevistar a Fidel y el Che.  Cuando por fin volvió a su país, era una remake criolla de su admirado John Reed, el periodista que contó como nadie la revolución bolchevique de 1917 en su célebre libro “Diez días que conmovieron al mundo”. Comenzaba la mutación que lo convertiría en el periodista de la revolución.

Al año siguiente, Masetti y su familia tomaron el primer vuelo charter enviado por el flamante gobierno revolucionario de Cuba a Buenos Aires. En el mismo avión viajaban los padres del Che. Walsh visitó La Habana en julio de 1959 y se incorporó a Prensa Latina recién en septiembre. Ya en la agencia, durante una de las tantas madrugadas de trabajo compartidas, Masetti le presentó al Che. “La historia de este trío singular -reseña Seoane- se desplegó entre 1958 y 1961, en los años más calientes y decisivos del inicio de la revolución que cambió el rostro de América Latina e inició una ola expansiva de luchas por la liberación nacional”.

Parafraseando a John Reed, fueron cuatro años que conmovieron al mundo. Cuatro años con tres argentinos protagonizando la mayor transformación política y social de la historia reciente del continente. Transformación que conmovió a todos. “Es la luna de miel de la revolución”, admitió Jean Paul Sartre, que visitó la isla en esos años junto a su compañera Simone De Bouviaur. “Ni aparato ni burocracia -insistió el filósofo existencialista-, sino el contacto directo entre los dirigentes y el pueblo, una masa de esperanzas, algo confusas, en ebullición. Por primera vez en nuestras vidas éramos testigos de la felicidad ganada por medio de la violencia”.  La felicidad. La violencia. La revolución.

Es su libro, Seoane escribe breves y delicadas semblanzas del Che, Masetti y Walsh. Son pinceladas de su infancia y adolescencia, de sus viajes, escritos, inclinaciones políticas, anécdotas; trazos gruesos sobre los tres protagonistas de su libro que ayudan a entender cómo -y, sobre todo, en qué condiciones- cada uno de ellos llegaría a su cita con la Historia.

Con una prosa transparente y cadenciosa, que combina la sobriedad de la historiadora con la pasión de la periodista, Seoane cuenta cómo se desarrollaron estas tres fascinantes personalidades en un mundo convulsionado por la Guerra Fría. Hasta que coincidieron en Cuba, en esa pequeña isla – “la Grecia del Caribe”, como la denomina- que honrará su tradición independentista transformándose en el faro mismo de la revolución.

Mientras el Che mutaba de médico a comandante guerrillero en el fragor de los combates en Sierra Maestra, Walsh investigaba los fusilamientos clandestinos de José León Suárez y Masetti escribía su primera obra de teatro.

 Mientras el Che imprimía “en una máquina multicopista de 1903” el periódico “El cubano libre” y montaba en la cima de la Sierra Maestra el equipo transmisor de Radio Rebelde, Walsh publicaba Operación Masacre y Masetti aterrizaba en La Habana en busca de la historia consagratoria, que escribiría ese mismo año -poseído como un demonio- en apenas cuatro meses: “Los que luchan y los que lloran. El Fidel Castro que yo vi”, una de las mejores crónicas de guerra del periodismo occidental.

Destino común

La historia de cada uno de estos tres revolucionarios ha sido contada en muchos libros. Pero, parafraseando a otro cubano, el escritor Alejo Carpentier, lo real maravilloso del libro de Seoane es que cuenta el proceso que llevó a que esas coordenadas individuales se juntaran hasta confluir en una empresa común. Empresa en el sentido no capitalista del término. Empresa como sinónimo de utopía, de puesta en marcha, de emprendimiento revolucionario. Ese emprendimiento no sería otro que Prensa Latina.

Prensa Latina nació con la revolución cubana, cuando Fidel planteó la imperiosa necesidad -para decirlo en términos gramscianos- de disputar sentido común a los grandes pulpos internacionales de la información, en aquel momento Asociated Press (AP) Y United Press International (UPI). El preludio fue la “Operación Verdad”. El 21 de enero de 1959, más de 400 periodistas de todo el mundo fueron alojados en las 240 habitaciones del Hotel Havana Riviera -expropiado por la Revolución- para presenciar sin intermediarios cómo eran los juicios populares que se instruían contra los esbirros del dictador Fulgencio Batista. La revolución juzgaba y fusilaba a los autores confesos de más de 20 mil asesinatos políticos en la isla, pero las agencias internacionales de información, que habían silenciado los crímenes de Batista, se preocupaban de pronto por los derechos humanos.

Después de esa experiencia, que mostró al mundo los verdaderos alcances de la revolución cubana, Fidel y el Che eligieron a Masetti para crear, en tiempo récord, una agencia internacional de noticias. Masetti reclutó de urgencia a algunos de sus colegas de tertulia del café La Paz de Buenos Aires -Carlos Aguirre, Antonio Módica, Alfredo Muñoz Unsaín, Carlos Giachetti, Jorge Timossi- y contrató corresponsales de la talla de Gabriel García Márquez, Plinio Apuleyo Mendoza, Aroldo Wall, Ángel Boan, Rogelio García Lupo, Santiago O´Donnel, “Pirí” Lugones, Juan Carlos Onetti. Y siguen las firmas.

Eran años intensos, contradictorios, furiosos. A la utopía de la revolución se sumaron los sinsabores de las luchas intestinas, de las disputas palaciegas, condicionadas por los alineamientos geopolíticos del momento. Del entusiasmo a la frustración. De la ilusión al pragmatismo. Con notable poder de síntesis y una fluidez narrativa admirable, Seoane explica los intrincados procesos políticos de aquella revolución en marcha, como el fenómeno del “sectarismo”, que terminó expulsando a Masetti, Walsh y al propio Che Guevara de Prensa Latina.

A esta prosa vívida y atrapante debemos sumar una exquisita edición a cargo de Fernando Amato. El libro acompaña valiosísimas fotografías de época, que se lucen en un diseño ágil y moderno, en un magnífico trabajo del equipo que integran Daniel Flores, Hernán Vargas, Alejandro Calderone Gaviglia, Juan José Olivieri, Juan Funes y Alexandra Monges. Todos aportaron para hacer que la atrapante historia que narra María Seoane sea también en un objeto de culto. 

Los ocho capítulos en que se divide el libro nos sumergen de lleno en la historia como si ésta transcurriera en el momento mismo de su lectura. Nos emocionamos cuando Walsh descifra las claves secretas con los preparativos de la invasión mercenaria a Playa Girón; nos angustiamos cuando el Che sobrevive por centímetros a una bala accidental en plena crisis de los misiles; nos entusiasmamos cuando Masetti entrena a su grupo de elite para transmitir información en las peores condiciones, previendo una invasión.

Che, Masetti, Walsh, Prensa Latina, a pesar de su título telegráfico, es la historia viva de una revolución que no pudo ser destruida, entre otras cosas, porque fue capaz de hacerse escuchar, de imponer su propia voz. Una voz portentosa, vital, de alcance continental y mundial, forjada a golpes de intuición y talento por el pueblo cubano, pero sobre todo por tres jóvenes argentinos dispuestos a ofrendar su propia vida por aquella revolución. Desde el periodismo, desde la pasión por contar la realidad y, sobre todo, desde su vocación por transformarla. Tres argentinos que renuncian a la pluma para empuñar el fusil. Tres argentinos devenidos mártires de otras revoluciones inconclusas.

“Porque siempre se trató de una historia del periodismo -advierte María Seoane en el epílogo del libro-, ya sea a través de las máquinas de escribir o de las armas o de la justicia o de la política, de las revoluciones o contra revoluciones, lo que aquí se cuenta es la función de la búsqueda de la información veraz en la construcción de una sociedad más humana y más justa”.

Se trata, en definitiva, de la búsqueda de la verdad. Y la verdad, se sabe, siempre es revolucionaria.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -