Y al final se llegó al acuerdo con los acreedores, luego de varios tiempos suplementarios, tantos que ya no se sabía cuándo terminaría el partido. Martín Guzmán es Sacachispas, dijo unos días atrás el inefable Eduardo Feinmann en diálogo con su colega Jonathan Viale, en la señal televisiva de A 24. Y los acreedores -agregó-, son el Barcelona. El final del partido -un heroico empate- resaltó esas desvaloraciones alevosas y ridículas. Tanto en su intención de devaluar al joven ministro como al club fundado por Juan Perón en villa Soldati. Porque al final resultó que Sacachispas se plantó con dos líneas de cuatro y con ese esquema cualquier equipo te la hace peliaguda en el fútbol contemporáneo. O porque cruzó el micro -como se dice vulgarmente- frente al arco propio. La cuestión fue que logró un desempeño más que decoroso.
Tal vez una de las claves haya estado en no apurarse, no aparecer desesperado y mendigando un acuerdo para después volver a pedir prestado, alimentando ese círculo vicioso que lleva tantas décadas. El Estado no fue nunca un club de menor cuantía, desde que tenía la decisión soberana de gestionar el canje de la deuda externa. También opinó sobre el ministro de Economía el periodista y escritor Jorge Asís: lo calificó de amateur y lo contrastó con la supuesta experticia del ex ministro Alfonso Prat Gay, aquél empleado de la banca Morgan que levantó el cepo cambiario de un día para el otro y nos dejó a todos en la lona. Y el cordobés Luis Juez -siempre listo para las frases oportunistas- dijo de Guzmán que no había administrado ni un puesto de choripanes.
Martín Guzmán, el discípulo de Stiglitz, saltó de los claustros universitarios -a veces devenidos en microcosmos donde se controlan las variables- al barro de la negociación concreta de una deuda sideral en un país incurso en la pandemia mundial. Pasó del laboratorio abstracto de las fórmulas económicas al trato cotidiano con acreedores que tienen bien ganado el mote de buitres. Y logró, en tiempo de descuento, firmar un acuerdo decoroso que equivale a un empate sobre la hora de Sacachispas al Barcelona.
Los mercados lo celebran, el Gobierno se congratula, la oposición se suma, con mayor o menor hipocresía, al incuestionable logro del ministro Guzmán. Uno imagina la tensión de la pulseada: el Gobierno dice 52, los acreedores 56; el gobierno arrima el bochín, 53; los acreedores responden 55, 5; el Gobierno dice 54 y me planto; los bonistas, 55. Para no doblegarse, el Gobierno admite hasta 54,8. Y los acreedores, por fin, responden: “¿Dónde hay que firmar?”
El Gobierno manejó los tiempos y nunca apareció apremiado por la urgencia. Lo contrario a cuando un vecino de barrio se encuentra ahorcado económicamente y va a pedirle plata al usurero, rendido antes de comenzar a hablar. El dueño de la plata tiene la tabla de salvación, pero a veces termina siendo un salvavidas de plomo. Luego del tironeo, se acordó un 45,2% de quita de la deuda soberana, aunque fuera sobradamente compensada para los tenedores de bonos por la continua devaluación del tipo de cambio. Que ganaran un poco menos los bonistas era la cuestión. Y se logró.
Sellado el acuerdo, que pase el siguiente: el FMI, madre de Dios. A poco de asumir, el Gobierno rechazó el último desembolso de cinco mil millones de dólares que quedaba pendiente del megapréstamo a la gestión Macri. Menos mal. El mensaje al FMI fue claro: “No sabemos ni cómo te vamos a devolver lo que le prestaste al país, quedate con esa plata y vamos restando de la cuenta total”. Varios frentes. Bonistas, Fondo Monetario, y todo en una economía recesiva en medio de una obligada cuarentena para sortear la pandemia.
Porque mientras estos tira y afloja se desarrollan en el mundo de las finanzas, hay que seguir atendiendo la otra deuda, la interna, la que muestra una situación social apremiante. Y también hay que seguir cuidando la salud de todos. Y la economía.
Que el acuerdo permita robustecer las políticas públicas para llegar a todos de la mejor manera en una situación excepcionalmente grave. Con la paciencia del Barcelona y el tesón de Sacachispas.