Este 2020 será recordado como el año de la pandemia. Y para los periodistas de Río Cuarto, también como el año en que se nos fueron la querida Alejandra Elstein y el enorme Osvaldo “turco” Wehbe.
Hasta hace un par de semanas el turco hacía radio desde su casa y nos invitaba a cuidarnos del coronavirus. Cada tanto se quejaba en la radio y en su cuenta de Twitter de los ruidos molestos, la falta de gestos austeros de la clase política o que la empresa concesionaria del estacionamiento medido cobraba pese a la falta de transporte urbano. Inquietudes de un tipo común. El, que había tocado el cielo con las manos, que saludó al Papa y entrevistó a Maradona. Sencillo, comprometido, preocupado, solidario, el turco estaba siempre dispuesto a dar una mano. A los jóvenes profesionales que formó, a los chicos que lo saludaban o a los viejos que lo idolatraban.
Osvaldo Wehbe fue el periodista deportivo de estas tierras que más lejos llegó en su carrera profesional. Relató junto a monstruos de la talla de Víctor Hugo Morales, José María Muñoz y Víctor Brizuela. Empezó como “Josefa” -la chica que limpiaba los estudios de la corresponsalía de Radio Rivadavia en Córdoba- hasta que lo mandaron a cubrir su primera nota. Luego recorrió el mundo sin perderse un solo campeonato mundial de fútbol. El primero -el único que cubrió en su país, en 1978- le dejó una sensación amarga: “No imaginábamos que ese golpe rompería para siempre el alma del país. Desde ese 24 de marzo no seríamos los mismos, por más que se pregone por allí otra cosa”, recordó este año en “La página del turco”, para conmemorar un nuevo aniversario del golpe cívico militar. Porque el turco tenía conciencia. Y memoria.
En su departamento céntrico exhibía orgulloso varios cuadritos con sus pinturas, banderines de San Lorenzo, escudos y fotos junto a personalidades como el Papa Juan Pablo II y D10S. Era su altar pagano, la puerta de ingreso a la calidez de su hogar, donde reinaban su incondicional compañera Gladys y sus adoradas hijas Camila y Florencia. Sus mujeres, las más idolatradas de todes.
Me tocó compartir panel con Osvaldo en alguna charla sobre periodismo en la universidad o el Concejo Deliberante. Daba placer escucharlo hablar, con ese tono entre campechano y sabio y su conmovedora humildad, tan lejos de la soberbia pacata de los “triunfadores”. El turco era un tipo auténtico, transparente, capaz de transmitir con la misma naturalidad un partido de fútbol en Sudáfrica o saludar tímidamente cuando paseaba a su perro Brando en plaza Roca.
No éramos amigos, pero siempre sentí que entre ambos había un respeto especial. Una vez lo entrevisté para la revista El Sur, previo a uno de los mundiales que renovaban la esperanza en la Selección Argentina. Me sorprendió: el turco era una enciclopedia viviente, capaz de recordar la formación completa de equipos de tiempos inmemoriales. Era locuaz pero preciso. Al desgrabar nuestra conversación encontré frases profundas y certeras. Carismático, amable y divertido, hacía transcurrir el tiempo sin que nos diéramos cuenta. Maradoniano hasta la médula, sabía bien de qué lado de la vida estaba y no temía represalias cuando despotricaba sin eufemismos contra la mafia de la AFA y su entonces mandamás Julio Humberto Grondona. Era pura pasión.
Osvaldo sentía que en su ciudad no tenía el reconocimiento que merecía y que de hecho había cosechado en el resto del país. “Nadie es profeta en su tierra”, admitía, cabizbajo. Y algo de razón tenía: el único diario de la ciudad supo prescindir de sus servicios cuando la economía apretaba. Y aunque el turco no necesitara ese modesto estipendio, vivía esa decisión como una afrenta a su trayectoria. Y vaya si lo era. Por supuesto sus historias se siguieron publicando en otras plataformas porque además de relatar como los dioses, al turco le gustaba mucho escribir. Y no paraba de hacerlo. Eran historias de vida, de tiempos idos. En el fondo -como ilustraba su foto de WhatsApp-, el turco era un nostálgico irredimible.
Afortunadamente el último tiempo Osvaldo recibió los homenajes que merecía por su impresionante trayectoria. Fue premiado en la Legislatura de Córdoba y en el Concejo Deliberante de Río Cuarto. Y agradeció con su característica humildad que lo incluyéramos en el libro que preparamos con Alejandro Fara y el Cispren, “Memorias de periodismo” (UniRío, 2019), donde nuestros alumnos de la cátedra de Periodismo y Comunicación Impresa entrevistaron a los periodistas más veteranos.
Hace unos años, Osvaldo recibió a mi hijo y algunos de sus compañeros del colegio secundario, que querían entrevistarlo para un trabajo práctico. Cuando lo llamé para agradecerle, se emocionó. Me felicitó por la frescura, inteligencia e integridad de mi hijo y sus compañeros. Se me cayeron las lágrimas: el gran Osvaldo Wehbe, que adoraba a sus hijas hasta la idolatría, me felicitaba como padre. Un tipo enorme de tan sencillo.
En la entrevista con Estefanía Romero y Joaquín Sánchez para “Memorias de periodismo”, Wehbe admitió que le dolía la ingratitud de su ciudad: “Río Cuarto no me ha dado ni regalado prácticamente nada. Al contrario, no ha sido muy amable conmigo. Y no hablo del ciudadano, porque la gente es fantástica, pero para el espectro dominante de la ciudad soy un bicho raro. Y me refiero a todas aquellas personas que tienen poder de decisión, ya sea en los medios o en el gobierno”.
Sin embargo, reiteró que éste era su lugar en el mundo.
“Nunca me fui. Viajo a relatar y a mundiales, pero vuelvo. Siempre vuelvo”.
Desde este, su lugar en el mundo -y desde el país futbolero todo-, hoy lo lloramos con lágrimas de incredulidad y desconsuelo.