A pesar de que han pasado casi dos décadas y los medios de comunicación lo exprimieron hasta agotarlo, el homicidio de la socióloga María Marta García Belsunce, perpetrado el 27 de octubre de 2002 en la planta alta de su vivienda en el country El Carmel, resurgió en los últimos días como el Ave Fénix, con la fuerza incontenible de los crímenes irresueltos que permanecen latentes en el inconsciente colectivo. Con la fuerza oculta pero intacta de la verdad, el caso García Belsunce se (re)impuso en la agenda cultural de la pandemia para (re)proyectar su irresistible magnetismo a los insaciables medios de comunicación tradicionales e implosionar el volátil universo de las redes sociales. Su explosión mediática refleja, por ahora con tibieza, ese otro crimen latente que también conmovió al país: el asesinato de Nora Dalmasso, cometido también en su propia casa y que tiene como único imputado a su esposo, el traumatólogo Marcelo Macarrón, a quien la pandemia salvó este año de enfrentarse a un tribunal con jurados populares.
Como era previsible, la (re)actualización del caso García Belsunce implicó el resurgimiento inmediato de las posturas mediáticas antagónicas que responden a la lógica binaria del show business: opción a) debes estar a favor o en contra de la familia encubridora; opción b) debes estar a favor o en contra de (el chivo expiatorio) Nicolás Pachelo.
La realidad es algo más compleja y el análisis debería comenzar por revisar la intrincada trama judicial que, 18 años después del homicidio, sigue sin agotar todavía las instancias burocráticas de los tribunales. Que se entienda bien: el crimen de María Marta ya se resolvió (parcialmente) en los estrados judiciales, con severas condenas al viudo y su entorno familiar.
Carlos Carrascosa fue condenado a cuatro años y seis meses de prisión por encubrimiento, que una Cámara revisora amplió a prisión perpetua por homicidio calificado, que otra Cámara revisora revirtió y transformó en una insólita absolución. Los diferentes -y opuestos- fallos dictados por el Poder Judicial en distintas instancias hicieron que Carrascosa estuviera preso siete años, aunque la mayoría los pasó en su hogar, beneficiado por el pago de abultadas fianzas y la concesión de la prisión domiciliaria.
Otro dato que suelen omitir los defensores mediáticos del viudo es que su absolución tampoco está firme. A pesar de que la última sentencia de la Cámara de Casación de Buenos Aires fue ratificada por la Corte Suprema de esa provincia, el fiscal Carlos Altuve apeló ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que todavía no se pronunció.
Mientras tanto los fiscales Andrés Quintana e Inés Domínguez, que retomaron la causa tras la absolución de Carrascosa, pidieron hacer un nuevo juicio, esta vez con Pachelo y dos vigiladores del Carmel (José Ortiz y Norberto Glennon) acusados como coautores del homicidio. La acusación dice que los tres mataron a María Marta -que los habría encontrado in fraganti- para que no los denunciara por robo. ¿Era necesario vaciarle el cargador entero de una vieja pistola en la cabeza para evitar una denuncia de robo?
También en el caso Dalmasso se intentó -y se logró- desviar la investigación para orientarla hacia distintos chivos expiatorios como el “amante” Rafael Magnasco o el “violador” Gastón Zárate. Estos perejiles no llegaron a juicio por la sencilla razón de que el ADN recolectado en la escena del crimen coincidía con el del suegro de la víctima, Félix Macarrón, lo que obligó a orientar la pesquisa hacia la familia. Pero a diferencia de Molina Pico, el fiscal Javier Di Santo careció del temple necesario y acusó de “sospecha leve” al hijo de la víctima. Cuando el FBI les puso nombre propio a las muestras de ADN, excluyó a Facundo de la causa, pero no imputó a su padre, pese a la certeza de que era el único donante del material genético hallado en la sábana de la cama, el cuerpo y la vagina de la víctima y el lazo con que fue estrangulada.
Otro dato omitido por los apologetas de Carrascosa es que su familia política fue condenada por encubrimiento. Al igual que en el caso Dalmasso, las pruebas acumuladas en el expediente son categóricas. En abril de 2011, el Tribunal Oral Criminal N° 1 de San Isidro condenó a Horacio García Belsunce (hermano de María Marta) a cuatro años de prisión; a su hermanastro John Hurtig a tres años y medio; y al vecino Sergio Binello, el cuñado Guillermo Bártoli y al médico Juan Gauvry Gordon a tres años. La Cámara de Casación de Buenos Aires confirmó todas las condenas -salvo la del médico, que fue absuelto-, que tampoco están firmes porque fueron apeladas ante la Corte Suprema de Justicia bonaerense.
Escenarios
Hay al menos dos escenarios -uno actual y otro posible- que nos obligan a interpelar al sistema judicial en su conjunto:
El primero muestra que Carlos Carrascosa fue absuelto de la acusación de haber asesinado a su esposa, pero su familia política fue condenada por encubrirlo. Es decir que hoy la familia política de Carrascosa está condenada a por encubrir un crimen que él no cometió.
El segundo escenario es inminente: si se condenara a Pachelo por el crimen de María Marta y la Corte Suprema revirtiera la absolución a Carrascosa, la Justicia argentina lograría el milagro de condenar a dos personas por haber matado a la misma mujer. Pero no en coautoría, sino por motivos distintos y con cómplices diferentes.
Algo similar ocurrió en el caso Dalmasso cuando el fiscal acusó a tres personas que no se conocían entre sí de asesinar a la misma mujer de maneras diferentes: a Rafael Magnasco por asfixiarla tras una relación sexual consentida; a Gastón Zárate luego de violarla y a Facundo Macarrón después de haberla abusado sin penetración. Todo eso sucedió en un expediente que acumula, a 14 años del crimen- cinco fiscales y cuatro imputados. Y que acusó a la misma persona de ser el autor material e intelectual del homicidio.
En el caso Dalmasso se produjo la misma disputa mediática binaria que en el caso García Belsunce, pero la corporación judicial sentó una temeraria jurisprudencia al condenar a un periodista a indemnizar a los familiares de la víctima, incluido el viudo. Un fallo “ejemplificador” -como pidió Macarrón- que recién fue revertido parcialmente una década después por el Tribunal Superior de Justicia de Córdoba, que le tuvo que refrescar a los magistrados de Río Cuarto algunos preceptos básicos sobre libertad de prensa y doctrina de la Real Malicia.
La serie “Carmel” es un éxito. Pero no sólo comercial, sino también cultural. Porque miles de personas recordaron una oscura historia de crimen y poder todavía inconclusa, porque descubrió el velo de silencio y paso del tiempo -elementos imprescindibles para consagrar la impunidad-, pero sobre todo porque demostró que la indignación ante la injusticia sigue viva en el inconsciente colectivo.
La saga
El documental muestra las distintas instancias del caso y entrevista a sus protagonistas: a Carrascosa y a Molina Pico; a Rolando Barbano y Pablo Duggan; a Irene Hurtig e Inés Ongay. Están incluidas, sino todas, la mayoría de las voces de los protagonistas. Y el resultado de la saga no es binario: es abierto. El documental hizo -hace- periodismo. Con las reglas básicas del oficio que debemos -deberíamos- respetar los periodistas: evitar el razonamiento binario, tomar distancia de las fuentes, no emitir condenas mediáticas y comprometernos con honestidad intelectual en la búsqueda de la verdad.
Bajo esas premisas, mientras cursaba la Maestría en Periodismo y Medios de Comunicación en la Universidad Nacional de La Plata, un grupo de estudiantes -Cecilia Filgueira Tibiletti, Matilde Sosa, Florencia Copley, Hernán López y Mabel Maidana- revisamos exhaustivamente lo que hasta entonces -año 2013- se sabía sobre el asesinato de María Marta García Belsunce. El resultado nos permitió aprobar el trabajo final del Taller de Periodismo de Investigación que dictaba el inolvidable Martín Malharro, que nos puso un nueve. “Martín nunca pone diez”, nos aclaró Alberto Moya, su ayudante de cátedra, ante nuestra incredulidad por el enorme esfuerzo realizado.
Creador de la notable saga policial protagonizada por el detective Mariani, el bellvillense más porteño que hubo en estas tierras, miembro honorario del mítico bar Británico, amante de la bohemia de San Telmo, la tranquilidad de Unquillo y la intensidad de la “Villa 31” del sur de Brasil -donde pasaba los veranos con una inmejorable vista al mar, las obras completas de Artur Conan Doyle y varios cartones de cigarrillos-, Malharro nos orientó en la búsqueda de la historia real detrás de las fachadas familiares y mediáticas, nos hizo ahondar en la pertenencia de clase y el linaje de la corporación judicial y en el contexto político en que se desarrollaron los hechos.
El resultado de aquél inolvidable taller fue un libro hasta ahora inédito –“El crimen del country. Radiografía del caso García Belsunce”- que revista El Sur pondrá e a consideración de sus lectores a partir de la semana próxima. Serán diecisiete entregas sucesivas que contarán la historia en capítulos, como en los tiempos del folletín. Creemos que el caso García Belsunce demuestra una vez más que no existe el crimen perfecto, sino la investigación imperfecta. Y que confirma la vigencia de un sistema arcaico, patriarcal, clasista y corporativo que explica por qué los crímenes del poder terminan indefectiblemente impunes, enredados en la maraña indescifrable de la burocracia judicial.
Parafraseando a Bill Clinton: es la Justicia, estúpide.