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Dolor por la muerte de Maradona
La última gambeta
Foto: Diego murió solo y todos morimos un poquito con él.
Diego Maradona expresó como nadie al pueblo argentino. Fue capaz de levantarse una y otra vez, en la cancha y en la vida, siempre del lado de los débiles.
Publicada el en Reflexiones

Conmueve, siempre, el dolor popular. La irracionalidad generosa de un pueblo que sale a las calles en plena pandemia para despedir a su ídolo. Sin especular, sin nada que perder, con la necesidad de agradecer y despedir a quien les dio algo invaluable: dignidad y alegría. Ocurrió con Evita, Perón, Alfonsín, Néstor Kirchner. No podía no ocurrir con el Diego. Porque sus muertes fueron también nuestras muertes. Porque despedimos en elles nuestros propios sueños. Como dijo alguien en estas interminables horas de dolor, con la muerte de Diego morimos un poco todos.

Diego trascendió porque cambió la meritocracia por el sueño colectivo. No fue a Diego Armando Maradona, el mejor futbolista de todos los tiempos, a quien despidió ayer el pueblo argentino (y los pueblos del mundo entero): fue a aquél petiso orgulloso que le ganó la guerra deportiva a los ingleses con dos obras de arte que llevan el sello indeleble de la picardía y el talento argentos: la mano de Dios y el gol del siglo; fue el deportista herido, con el tobillo roto, que llevó a su selección a la final del Mundial de Italia; el gigante que le partió el corazón a los napolitanos eliminando a su selección en su propia cancha; el deportista sacrificado capaz de superar la adicción y convertirse en el eje de un equipo que se encaminaba a la gloria hasta que la mafia le cortó las piernas.

Con Diego en cancha no era partido. Había talento y épica. A la magia de su botín izquierdo sumaba la fuerza de su corazón valiente. Diego entregaba todo. ¿Cómo olvidar sus puteadas en Italia cuando desde las tribunas silbaron nuestro himno nacional?; ¿o sus lágrimas de subcampeón, cuando nos robaron la final con un penal inventado, tras habernos expulsado medio equipo en la semifinal para dar una indisimulada ventaja a los alemanes?

Diego expresaba el patriotismo y el honor de un pueblo generoso, al que le pegan una y otra vez y una y otra vez se levanta, orgulloso. Con talento, con vergüenza, con indignación. Nos dolió verlo en su última aparición pública, perdido, vulnerable, en manos de una dirigencia deportiva indigna de su grandeza. Y aunque el desenlace parecía natural, su muerte nos golpeó con inusitada fuerza. En el fondo todos creíamos que Diego realmente era inmortal, un Dios pagano que nos acompañaría siempre para denunciar la injusticia, cuestionar a los corruptos, repudiar a Bush o abrazarse con los Evo, Lula, Chávez y Cristina.

Diego fue talento y rebeldía, corazón y convicción, humildad y sabiduría. Resistió hasta donde pudo las veleidades del éxito, que lo sumergieron en los socavones de la adicción y lo obligaron a jugar su partido más difícil. Se sobrepuso, una y otra vez, en la cancha y en la vida, con caídas, asistencias y goles memorables. Con aciertos y errores. Le pegaron con saña, con odio, con impotencia. Y él siempre se levantó, orgulloso, desafiando a todos con una frase punzante, una sonrisa irónica o una gambeta insuperable.

Diego no murió, solo se cayó otra vez para volver a levantarse. Escuchen… es la voz de Víctor Hugo relatando como encara desafiante, gambetea a uno, a otro, esquiva una patada, otra, y cuando está por definir, con el arco libre, se eleva como un barrilete cósmico hacia la inmortalidad.

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -