Fue la campaña más larga y angustiante de la historia de Río Cuarto. Debió votarse en marzo, cuando todas las encuestas le sonreían al candidato del oficialismo, pero una semana antes el primer confinamiento dispuesto a nivel nacional por la irrupción de la pandemia del coronavirus impidió concurrir a las urnas. Y ante la incertidumbre hubo que prorrogar mandatos y fijar nueva fecha. El virus siguió carcomiendo oficialismos y en septiembre implosionaron los contagios en la ciudad. Una oportuna vuelta a fase uno y la decidida intervención del Estado en la lucha contra el Covid 19 permitieron votar ayer. Y Río Cuarto le dio la primera victoria en pandemia al peronismo y oxigenó al gobierno de Alberto Fernández en los albores de su primer aniversario en el poder.
El mensaje de las urnas tiene múltiples lecturas. La más evidente es la escasa concurrencia de la gente, que arañó la mitad del padrón. ¿Se podía esperar algo diferente? A la pandemia -y el temor a los contagios- se sumó una campaña interminable -dos veces suspendida- que procuró llamar la atención de un electorado que evidentemente tenía otras prioridades. Varias horas de intensa lluvia sumaron otra inesperada dificultad para concurrir a votar.
Otro dato que confirma la elección de ayer es el creciente nivel de fragmentación del electorado. Ya nadie es dueño de los votos. Llamosas retiene el poder con poco más del cuarenta por ciento mientras que su inmediato perseguidor apenas superó el treinta. Pablo Carrizo, a las puertas de un juicio por violencia de género, sorprendió con un doce por ciento y al cierre de esta nota, la Junta Electoral evaluaba si Juntos por Río Cuarto accedía a siete bancas o resignaba una a la fuerza de Eduardo Scoppa, que arañó el cinco por ciento. Aunque fuera de la discusión por las bancas, la candidata de Respeto, Lucía de Carlos, superó el tres por ciento de los votos.
Desafíos
El resonante triunfo de Llamosas lo proyecta más allá del escenario político de la ciudad y constituye el puntapié inicial de una inevitable reconfiguración del peronismo provincial. Hasta hace unos meses, era inimaginable un palco como el que se vio anoche en el club Estudiantes, con funcionarios nacionales acompañando al vicegobernador Manuel Calvo, el diputado Carlos Gutiérrez y las vertientes del delasotismo (Adriana Nazario y Natalia De la Sota, ubicadas en los extremos del variopinto palco que acompañó en los festejos al intendente reelecto). Debajo aplaudían el ministro Katopodis, su secretario de Obras Públicas Martín Gil, la diputada kirchnerista Gabriela Estévez, el secretario de Derechos Humanos del Senado, Martín Fresneda, funcionarios, intendentes y dirigentes del peronismo y de sus diecisiete partidos aliados.
Juan Manuel Llamosas obtuvo la ansiada reelección y su legitimidad es indiscutible. Pero lo cierto es que la mitad del padrón no concurrió a las urnas y, de la otra mitad, lo votaron cuatro de cada diez. Esto lo obliga a redoblar la apuesta y encarar una gestión que contenga y potencie las incorporaciones que lo ayudaron a obtener un triunfo histórico. Así lo demanda una realidad política compleja y cambiante, que ayer le dio un inesperado oxígeno al gobierno nacional en el corazón mismo de la pampa sojera. Y hundió en la impotencia a un radicalismo que renunció a su rica historia en la ciudad para acompañar al Pro con un candidato errático que se entregó mansamente a los estrategas del duranbarbismo -con sus inefables ejércitos de trolls- y terminó expulsando de su equipo a un apologeta de Videla, se peleó con la Junta Electoral y denunció conspiraciones de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
Párrafo aparte merece Pablo Carrizo. Ni su procesamiento judicial por violencia de género ni su expulsión del partido que él mismo fundó hicieron mella en su contrato electoral con los riocuartenses. El voto antisistema y la falta de carisma de los candidatos de la derecha vernácula lo ratificaron como la tercera fuerza de la ciudad. Su voz volverá a marcar la diferencia en un Concejo Deliberante que será inevitable la caja de resonancia de un nuevo tiempo que promete profundas mutaciones en una ciudad que, por imperio de las circunstancias, ayer se convirtió en la capital política del país.