A Pedro lo conozco desde hace veinte años, de cuando fui su profesor en el secundario, en la primera escuela pública del barrio más pobre de la ciudad de Río Cuarto, en el sur de Córdoba. Era un joven despierto, de mirada transparente y curiosa, lleno de energías.
Lo encontré hace un tiempo, después de una década sin noticias, en un Boca - River en las redes sociales, como antagonistas en una tribuna, siempre de visitantes.
Ambos venimos de abajo en la escala social, vivimos del ingreso generado por nuestro trabajo; ambos fuimos a la escuela pública y nos viene bárbaro si el Estado tiene mejor sistema de previsión social. Lo imaginaba peronista por naturaleza y lo encontré mezclado entre gorilas, fachos y gente enojada de toda laya.
Después de cinco años de compartir una relación en esta red social sé que tiene una hermosa familia, que hace poco nació su segunda hija y que fue a buscar a su hermano a Chile para incorporarlo a su emprendimiento de mantención de parques y jardines.
Sus mejores clientes son las canchas de golf y los vecinos con casas de grandes parques que viven en barrios cerrados o semicerrados. Su buena relación con la clientela le ha permitido hacer crecer su emprendimiento, con el que pudo comprarse un utilitario y pequeños tractores para cortar el césped en superficies medianas.
Lo que no logro comprender es por qué quedamos de lados diferentes de la historia.
Coincidencias
Mi búsqueda de puntos de encuentro en esta época me lleva a dudar sobre si es posible construir un consenso entre fanáticos de ideas diferentes mediados por las nuevas tecnologías, con la sospecha de que están preconcebidas para llevar al absurdo estas tensiones, en una parodia entre pasiones encontradas con símbolos prostituidos. La mía es una investigación en proceso, pero quiero compartir algunas reflexiones.
¿Qué puede representar el peronismo para Pedro? Él nunca tuvo un trabajo registrado con los derechos laborales conquistados, no tiene horario para finalizar su tarea, ni aguinaldo, ni vacaciones pagas, ni incremento por antigüedad, ni organización sindical ni profesional que defienda sus intereses.
Yo viví todo eso durante casi dos décadas en diferentes tramos.
Pedro siempre trabajó con el cuerpo para generar lo que tiene, acordando con gente de mayor poder adquisitivo, negociando desde la necesidad y la soledad en una asimetría absoluta con sus clientes.
Yo obtuve un título universitario, nunca viví de trabajos manuales, negocié mis ingresos con todo tipo de interlocutores, pero mayoritariamente accedí a empleos calificados de grandes empresas o áreas del Estado, respaldado por una institución u organización, a través de la cuál construí el vínculo laboral para una función técnico-política.
Pedro se auto percibe peronista, igual que yo.
Coloca en ese peronismo un conjunto de virtudes, una idea de patria antiimperialista, el trabajo, la industria, el progreso, la ayuda al que sufre, la mística de lo masivo y popular, el liderazgo claro. Tiene añoranza por algún relato infantil y barrial de épocas felices.
En esto coincidimos.
Acusa de no ser peronistas a los que apoyan la baja de jubilaciones, los que alientan las privatizaciones y/o se enriquecen a costa de su función en un gobierno.
En esto también coincidimos.
Diferencias
Pedro está decepcionado con la democracia, yo en parte también.
Está enojado y lleno de impotencia con la política. Pero una de nuestras diferencias de fondo es que él compró el boleto de “ser independiente” y yo no.
El manejo del poder en el país construye un sujeto político e histórico que es “la clase media”, emergente del ascenso social que promovió el peronismo.
Clase media es un pobre que acumuló derechos o un rico que perdió privilegios, un sector que va desde el “trabajador bien remunerado” hasta el “empresario” dueño de empresa chica. Incluye también lo que los sociólogos llaman la “pequeña burguesía parasitaria”, que vive de rentas. Allí vivimos Pedro y yo, integrantes de esta variopinta manada nacional.
La agenda de los ricos pasa por avanzar sobre los derechos laborales para “bajar el costo laboral” y aumentar la ganancia empresarial, golpe al corazón de esta clase media que vive de esos “trabajos bien remunerados” y del mercado interno abastecido por esas empresas chicas. Continúa por “bajar la presión tributaria”, pagar menos impuestos al Estado, otro golpe al corazón de esta clase media que vive de la educación pública, la salud pública y los sistemas de previsión social.
Y en un país que aún tiene la matriz económica neocolonial, pasa por vender caro afuera y comprar barato adentro, con un “dólar competitivo”, otro golpe al corazón de esa clase media que debe pagar caro el acceso a la vivienda, el auto propio, los dispositivos tecnológicos del hogar.
O sea, tres de los primeros diez temas de la agenda de los ricos afectan claramente a los intereses de la clase media.
La agenda de los pobres pasa por defender el poder adquisitivo, las negociaciones paritarias, lo que impacta en el aumento del consumo y el beneficio directo de los “trabajadores bien remunerados”, entre los que me encuentro. Esto afecta al grupo de emprendedores y pequeños empresarios, en donde se encuentra Pedro, porque le aumenta el costo directo, aunque al aumentar el consumo interno indirectamente los beneficia. Pero lo cierto es que debe pagar más a sus empleados y aquí hay una pequeña diferencia de intereses.
Desde que el mundo tiene una desocupación estructural de arriba del seis por ciento y los países pobres arriba del diez por ciento, ese ejército de brazos desocupados requiere respuestas del Estado, que en el país se conocen como “planes sociales”. El gobierno de Macri aumentó la cantidad de trabajadores desocupados y la cantidad de beneficiarios de planes sociales mientras desarrollaba una estrategia agresiva en la clase media fomentando el odio a ese compatriota que por falta de un empleo accede a ese beneficio social siempre insuficiente.
Esta es una de las mayores diferencias que tenemos con Pedro en la valoración de los temas de la política. El otro es la propia política, la defensa del partido político, la organización sindical, la asociación profesional, la cámara empresaria y la organización social, como modos de articular los intereses de la sociedad en un marco de paz social y democracia representativa.
Los bancos extranjeros le declararon hace años la guerra a la política y vienen ganando. Sacar de la mesa a la política como herramienta de transformación de la realidad es lisa y llanamente entregarle las llaves del futuro a los CEO de empresas extranjeras, cosa que pasó en la dictadura militar y el último gobierno neoliberal.
Y esta es la mayor de las derrotas, que hace imposible la construcción de un punto de encuentro con Pedro.
Para Pedro, la política es todo lo que está mal. El descalifica todo lo que venga de la política. Lo que conoce de los malos políticos es la verdad universal y los mensajes que llegan cotidianamente a su teléfono celular ratifican esas ideas. Vive una especie de condena a la resignación, una indignación perpetua. El poder lo invita al pensamiento mágico de elegir gente nueva como si esto fuera un valor en sí mismo, de acompañar “el cambio” y sentirse al amparo del poder cuando construyen la paz o la guerra contra los políticos en letra de molde.
Construir mayorías
¿Cómo se construyen mayorías ante esta realidad? Los medios y las nuevas tecnologías operan en nuestras percepciones sobre la realidad llevando al exponente de una de las familias más corruptas del país a ser el paladín de la lucha contra la corrupción, mientras sigue evadiendo, lavando y fugando a la vista de todos. La percepción no cambió ni siquiera cuando los medios internacionales lo apuntaron como evasor y su propio hermano denunció sus trapisondas en un libro. Lo novedoso es la ruptura de los pactos civilizatorios, el cagarse en las reglas de juego que permiten saldar las diferencias en democracia. Enfrentamos a un poder de nuevo signo en un mundo que muta los equilibrios geopolíticos mientras consolida una configuración de medios que atentan abiertamente contra la paz social.
Esta década que nace presenta dos caminos que se bifurcan: uno de amor y construcción y otro de odio y destrucción.
Es imprescindible que comprendamos que las diferencias entre Pedro y yo no existen, que el proyecto de país a construir exige respuestas para los dos y para todos. Tenemos que decidir si mandan los bancos extranjeros o los partidos políticos nacionales; si queremos paz social o violencia política; si mejoramos esta democracia o volvemos al infierno. O peor aún, si normalizamos un eterno purgatorio.