Uno de enero, primer día del año. Algunas cosas cambian, otras son una continuidad. Titula el gran diario argentino que más de trescientas personas sufrieron efectos adversos en nuestro país por la aplicación de la vacuna Sputnik V. El enunciado que encabeza la nota focaliza en la cantidad, que se percibe de modo importante si uno pierde la información de contexto. No son dos o tres, son trescientos. La nota sin embargo aclara que es sobre más de treinta mil dosis aplicadas. O sea, el 1%. Los efectos adversos reseñados son febrículas, mialgias y cefaleas, y se consigna que fueron revertidos por los pacientes.
Todo lo que menciono está en la nota. O sea, no acudí a otras fuentes de información. Clarín no miente, sino que manipula al elegir un modo de presentar la información de modo insidioso, artero. Lo mismo pudo haberse titulado “sólo el uno por ciento de las personas que recibieron la vacuna presentaron efectos adversos menores y reversibles”.
En el periodismo, el cómo transmitir adquiere una importancia fundamental, sobre todo en tiempos en que la información se viraliza por las redes sociales y pocos lectores superan el segundo párrafo de cada noticia. Lo instantáneo mata el cuidado que hay que tener al transmitir noticias tan sensibles a la salud pública, más en el medio de una pandemia.
El despegue del avión que transportaba las primeras dosis fue relatado por Víctor Hugo Morales casi poniendo en paralelo al grito inolvidable del gol de Diego a los ingleses. Puede haber sido bueno el relato, pero nunca como el primigenio describiendo de forma increíble y en la espontaneidad la obra de un artista inigualable de la pelota.
De un lado, la esperanza, tal vez un poco grandilocuente, exagerada no por la procedencia o calidad de la vacuna, sino por el número escaso de dosis para más de cuarenta millones de argentinos. Pero por algo se empieza. Del otro lado, la inefable Elisa Carrió presentando una denuncia por envenenamiento a las principales autoridades de Salud de la Nación. Sin explicar qué tiene a mano para ayudar.
Más vale pájaro en mano que cien volando. A caballo regalado no se le miran los dientes. Acá, lejos de los refranes, algunos analizan tendenciosamente las características del ave o el equino que pudimos conseguir. Y los cien pájaros volando son siempre maravillosos, la Pfizer o la de Oxford, por caso. Cierto cipayismo careta aflora en esas mentes para las cuales todo lo cercano a oriente es sinónimo de barbarie.
Al contario de lo que sucedía en los imperios de la antigüedad, donde los súbditos probaban primero la fruta del emperador para asegurarse que no estuviera envenenada, la bendecida democratización de las sociedades hace que se invirtiera la secuencia: primero el presidente, el gobernador. La política tiene que dar el ejemplo, lo que no siempre ocurre habida cuenta de que no resolvieron reducir en algo sus dietas y salarios en un contexto de recesión económica agudizada por la pandemia. Ahora, por lo menos, varios ponen el brazo.
Tiempo de poner lo que hay que poner. También en la faz más periodística o de comunicación, de no dejar que cuestiones ideológicas o de partido alteren la percepción de la realidad. El desafío de informar sin títulos tendenciosos y de manera responsable, que en contextos de mucho encierro la televisión y los medios gráficos hegemónicos funcionan de alter ego de mucha gente. Intentando no caer en los extremos: ni en la exageración artificiosa de los logros ni en la lupa posada sólo sobre la herida de los fracasos. Dejar de desear el fracaso del otro para intentar el éxito de todos. Sobrevivir de la mejor manera posible a estos tiempos excepcionales.
Tiempo de dejarse de joder, dijo en una conferencia Axel Kicillof cuando defendió la Sputnik V. Que la interpelación sirva a ambos lados de la grieta, para lograr una mayor ecuanimidad a la hora de realizar las necesarias críticas y aportes en un tiempo que lo necesita de todos.
Dejarse de joder también sabiendo que es tiempo de poner el hombro.