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Reflexiones en torno al autor de “El Capital”
Marx y las ciencias sociales
Foto: Volver al pensamiento de Karl Marx es necesario para reflexionar sobre las ciencias sociales actuales.
Erudito, precoz, neurótico, Karl Marx fue quizás el mayor intelectual del Siglo XIX. Dejó una obra inconclusa que fue reinterpretada mil veces. Una mirada contemporánea de su vida y su obra en tiempos de globalización y Covid 19 propone replantear el rol del intelectual en un mundo cada vez más complejo y desigual.
Publicada el en Reflexiones

Karl Marx (Tréveris 1818 - Londres 1883) fue un filósofo, economista, periodista y, sobre todo, el más grande cientista social del siglo XIX. Algunas personas afirman que es un muerto imposible de enterrar. Su obra “El Capital” compite en el primer puesto con las escrituras sagradas en número de ventas según el moderno conteo de las editoriales. Autor de una obra intelectual inconmensurable y extraordinariamente rica en matices, su pensamiento se ha puesto en práctica (o al menos, se ha intentado) en casi todos los rincones del mundo. Podría decirse que Marx, aun muerto, sigue motorizando el movimiento de las ideas en torno a la comprensión de la vida social. También podría decirse que su obra aún no fue comprendida totalmente, incluso que es perseguida por la tergiversación (a veces mal intencionada, otras veces producto de la inocente confusión) y que resulta poco probable que, algún día, encontremos respuesta a cada una de las discusiones que se abren en torno a Marx.

Vale la pena forzar ciertos paralelismos con la vida de Marx para parar la pelota y pensar a qué tipo de intelectuales le estamos dando el aval desde nuestras casas de estudios. Debemos preguntarnos a quien es útil un conocimiento social que se legitima en círculos cada vez más cerrados de la sociedad, en la carrera por los papeles académicos que dan seguridad para expresar ideas sin importar los estilos rebuscados con los que se comparten y el fracaso que significa escribir siempre para las mismas personas. La pregunta podría reelaborarse como autocrítica de las ciencias sociales contemporáneas: ¿A quién le sirve nuestro conocimiento?

Una enseñanza fundamental de Marx es que las ideas no pueden ser autónomas de las condiciones materiales de existencia. Lo que pensamos es siempre reflejo del mundo material en el que vivimos, mal que le pese a la vanidad de artistas e intelectuales que buscan la satisfacción de no ser comprendidos: incluso la obra más surrealista refleja, de alguna manera, el mundo material que estos artistas niegan. Y si de algo somos herederos por excelencia de Marx es de la supervivencia de su principal enemigo: el capitalismo, sistema que humaniza las cosas y cosifica a los humanos. En él nos encontramos y debemos tomar una postura: si desarrollaremos una vida de pasiva observación o enfrentaremos intelectual, política y éticamente a un sistema injusto que está acabando con el mundo.

Parafraseando a un autor que la academia exprime a más no poder, los intelectuales desarrollan su rol en campos sociales amplios, ligados y predeterminados por la totalidad de la vida social. Podríamos preguntarnos con Bourdieu “no cómo tal escritor ha venido a ser lo que es, sino lo que debían ser… para que les fuera posible ocupar las posiciones que les reservaba un estado determinado del campo intelectual y adoptar, al mismo tiempo, las tomas de posición estéticas o ideológicas objetivamente ligadas a esas posiciones.” (1)

El mismo Marx sufrió desde su juventud esta determinación estructural en una Alemania autoritaria cuyas casas de estudio eran vigiladas por “censores” y rectores que perseguían y excluían a quienes ponían en movimiento las ideas. Podríamos decir que al creador de “El Manifiesto Comunista” se le negó una carrera académica. Con la presión de su padre, Heinrich Marx -un judío que abandonó su religión para evangelizarse y poder ascender socialmente como abogado-, el joven Marx fue presionado para abocarse al estudio del derecho. Pero su curiosidad lo acercó a la filosofía. Al ingresar a la Universidad de Berlín se introdujo en la disputa que en ese momento libraban los herederos intelectuales de Hegel, fallecido en 1831, apenas cinco años antes del debut de Marx en los claustros universitarios.

Hegel, que exaltaba las bondades de la revolución francesa en sus primeros años de catedrático, se tornó un férreo defensor del status quo. Su figura era trazada por estudiantes y autoridades con una línea imaginaria que dividía al Hegel joven del viejo. Y mientras el primero era reivindicado por los “jóvenes hegelianos” -acusados de “agitadores sociales y destructores del orden y la paz pública”-, el segundo era exaltado por las autoridades del Estado prusiano, monarquía autoritaria que se aferraba al status quo y no tenía empacho en perseguir con la policía secreta a quienes lo pusieran en riesgo.

Marx no tardó en desobedecer el legado paterno y se sumó al “club de doctores”, grupo de jóvenes hegelianos que buscaba “infiltrarse en la academia y establecer sus teorías como nueva doctrina imperante” (2) Marx no sólo entró en conflicto con las autoridades de la universidad y del país -lo que le costará una persecución de por vida-, sino que además rompió definitivamente sus lazos familiares. En palabras de Bourdieu, desafió la posición predeterminada que “debía ocupar” como típico hijo varón de la clase media alemana y terminó convirtiéndose en “El Moro”, intelectual que, como bromeaba su madre, se desvivía por estudiar el capital sin nunca tenerlo. Esta ruptura quedó documentada en una carta a su padre de 1837:

"Hay momentos en la vida que son como puestos fronterizos que señalan la terminación de un periodo, pero que al mismo tiempo indican claramente una dirección nueva. En ese momento de transición nos sentimos obligados a contemplar el pasado y el presente con los ojos de águila del pensamiento, para tomar conciencia de nuestra verdadera posición. En verdad, la propia historia del mundo mira hacia atrás de esta manera y evalúa la situación…”

Su padre no apoyó su decisión y el fin de la relación se tornó inevitable.

Marx militante

Bourdieu coincide con Marx cuando advierte que los intelectuales no pueden superar los límites que el pequeño burgués no supera en su vida: “A medida que el campo intelectual y artístico gana en autonomía y que, correlativamente, el status social de los productores de bienes simbólicos se eleva, los intelectuales y los artistas tienden a entrar progresivamente por su propia cuenta (…) en el juego de los conflictos entre las fracciones de la clase dominante. Ubicados en una situación de dependencia material y de impotencia simbólica (…) los escritores y artistas constituyen (…) una fracción dominada de la clase dominante, necesariamente inclinada, en razón de la ambigüedad estructural de su posición en la estructura de clase dominante, a mantener una relación ambivalente, tanto con las fracciones dominantes de la clase dominante (“los burgueses”) como con las clases dominadas (“el pueblo”) y a formar una imagen ambigua de su posición en la sociedad y de su función social.” (3)

Marx rompió esa tendencia, superó la ambigüedad de los intelectuales y se constituyó como el más grande intelectual orgánico del pueblo. No solo estudió el capital con un fuerte espíritu crítico y de denuncia moral, sino que lo hizo a costa de perder los privilegios que le deparaba su propia condición de burgués. Fue un intelectual del pueblo que vivió para dejar una obra a su hijo predilecto: el proletariado. Pensaba que los frutos de su lucha serían recogidos por nuevas generaciones para construir una sociedad socialista.

Marx dejó jirones de su vida tanto para elaborar su teoría como en sus aportes a las revoluciones de su época. Su participación política siempre fue activa. Su paso por las distintas agrupaciones muestra claridad y ambición, la rosca política y militancia, actividades que compartía con su compañero Frederic Engels. Desde la Asociación Educativa de los Trabajadores Alemanes, por ejemplo, organizó el refugio de exiliados prusianos en Francia, a los que además les dio clases:

 “el planteaba una proposición (cuanto más corta mejor) y luego la demostraba en una explicación más extensa, procurando evitar con el máximo cuidado todas aquellas expresiones incomprensibles para los trabajadores. Luego solicitaba que le hicieran preguntas. Si no se las planteaban, comenzaba a examinar a los trabajadores, y lo hacía con tanta habilidad pedagógica que siempre se daba cuenta de los errores o de las faltas de comprensión… También utilizaba una pizarra sobre la que escribía las fórmulas, entre ellas las que nos son tan familiares del comienzo de El Capital” (4)

Marx fue uno de los fundadores de la primera Asociación Internacional de los Trabajadores. Ese espacio, en palabras de Eric Hobsbawn, era “una curiosa amalgama de acción política y sindical, de radicalismo de distintos tipos, desde el democrático hasta el anarquista, de luchas de clase, de alianzas de clase y de concesiones gubernativas o de los capitalistas. Pero sobre todo era internacional, no simplemente porque, al igual que el renacimiento del liberalismo, se produjo simultáneamente en varios países, sino por ser inseparable de la solidaridad internacional de las clases trabajadoras.”

Cuando se le pidió a Marx que invitara a alguien para que hablara en nombre de los trabajadores de Inglaterra, eligió a un humilde sastre llamado Johann Georg Eccarius. Pensaba que no había nadie mejor que un trabajador para exponer la explotación del sistema capitalista. Era habitual que renunciara a sus propios estipendios para cederlos a producciones intelectuales de proletarios como su amigo Eccarius.

En 1847 Marx cobró la herencia por la muerte de su padre. La policía de Bélgica lo detuvo por “no tener en regla el pasaporte”, aunque la verdadera causa fue la sospecha de que gran parte de ese dinero (seis mil francos en oro) era destinado a la compra de armas para los trabajadores alemanes exiliados en Bruselas. Una carta de su compañera, Jenny Marx, es ilustrativa al respecto:

“Los trabajadores alemanes decidieron armarse. Se estaban procurando dagas, revólveres, etc. Karl les daba de buen grado el dinero, ya que había recibido una herencia. Todo esto fue considerado por el Gobierno conspiración y planes criminales: Marx recibe dinero y compra armas; así pues, había que deshacerse de él”. (5)

Fue fundamental su participación en la Liga de los Justos, cuyo eslogan transmutó de “todos los hombres son iguales” a “proletarios del mundo, uníos”. Nacía la Liga Comunista. Marx sufriría la persecución del Estado prusiano en su máxima expresión. Su cuñado, que lo detestaba, era ministro del interior y adjudicaba al pobre Marx la responsabilidad de todo atentado perpetrado en el viejo continente.

Marx y las ciencias sociales

Como le sucedió a Hegel, el pensamiento de Marx también sufrirá una escisión arbitraria. Habrá dos reivindicaciones diferentes de su obra: la de sus escritos de juventud y la de su producción “madura”. Quienes solo reivindican sus escritos de juventud renuncian a la complejidad del pensamiento marxiano para apropiarse de frases sacadas de contexto, como la que afirma que “la religión es el opio de los pueblos”. Muchas metáforas de Marx fueron mal interpretadas y convertidas en ideas dogmáticas. La metáfora de la religión, por ejemplo, fue resignificada en Argentina. La izquierda iluminista la convirtió en dogma: al creer en Dios -sostenían-, los sectores populares “viven engañados” y por tanto “deben ser educados” para liberarse. Un verdadero despropósito teórico -y sobre todo político- en sociedades altamente creyentes como las de América Latina.

Los defensores del Marx “maduro”, en cambio, se aferran a cierto academicismo y lo escinden de su actividad política. Hablan de “El Capital” como un estudio de la economía encarado por un Marx “científico”, despojado de su ropaje “militante”-o incluso “filosófico” y hasta “idealista”-, propio de sus escritos de juventud. En el fondo reivindican una ciencia que no toma posiciones políticas. Como advierte Bourdieu, estos intelectuales reproducen su capital cultural abocados a una carrera académica que los legitima más por los papers que acumulan que por la potencia de su pensamiento.

Esta interpretación del pensamiento marxista se reforzó durante los años de la llamada “guerra fría”. En un marco de enfrentamiento global, era preferible despolitizar el pensamiento de Marx. Sin embargo, a diferencia de lo que sostienen los defensores de la ciencia “dura”, más que una ruptura, lo que hay en la obra de Marx son transiciones. Tienen parte de razón quienes marcan una línea imaginaria que divide la vida y la obra de Marx, pues su aporte a la lucha fue muy distinto luego de su última -y frustrante- experiencia en una organización política activa.

Las obras que más se destacan del “joven Marx” son “El Manifiesto Comunista”, “Sobre la cuestión judía”, “Critica a la filosofía del derecho de Hegel”, “La ideología alemana”, “La sagrada familia” y “Manuscritos económico-filosóficos de 1844”, esta última como una obra de “transición al viejo Marx”. Se trata de escritos que, apoyados más en el estudio de la filosofía, fueron fruto de fuertes polémicas con autores de su época o -como en el caso del “Manifiesto Comunista”-, de la necesidad de apoyar a las revoluciones emergentes.

Sus obras de “madurez” -principalmente su gran proyecto inconcluso “El Capital”- están teñidas no ya con la actitud de resolver lo inmediato, sino de concretar una obra de seis partes:

 “La obra en la que estoy trabajando en la actualidad es una crítica de las categorías económicas, o, si se prefiere, una exposición crítica del sistema de la economía burguesa (…) El conjunto está dividido en seis libros: 1. Sobre el capital (con unos cuantos capítulos introductorios). 2. Sobre la propiedad de la tierra. 3. Sobre el trabajo asalariado. 4. Sobre el Estado. 5. El comercio internacional. 6. El mercado mundial” (6)

La demora en escribir su obra muestra una obsesión por las formas en que sería transmitido el conocimiento de tantos años. De hecho, Marx solo solo pudo terminar de pulir el primer tomo de “El Capital” y fue su amigo Engels quien recuperó sus ilegibles manuscritos para terminar los otros dos tomos.

Marx había comenzado su proyecto teórico en 1851 y recién en 1867 pudo terminar su primer tomo.  Esos dieciséis años abocados a su obra maestra se aplazarán por exigencias editoriales (en esos años publicó dos obras de historia política: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” y “La historia de la lucha de clases en Francia de 1848 a 1850”), por su labor de periodista, por sus enfermedades cada vez más concurrentes, por las tragedias de la vida, pero sobre todo por la obsesión de su estilo literario, pulido hasta el límite de la neurosis. Marx “solía ponerse tremendamente nervioso, siempre interrumpiendo su trabajo para buscar más pruebas, o paseando por el estudio mientras cavilaba cómo mejorar su argumentación.” (7)

Marx no elaboró sus ideas desde la comodidad burguesa, sino marginado del sistema científico. Esto no impidió que fuera el mayor cientista social de su época. En la nuestra, ¿aún existe la expulsión de los autores que combinan el estudio científico con el juicio ético-político del orden social? Quizás hoy no sea necesario expulsar a nadie. Y es probable que convenga mantener a ciertos autores dentro de la frontera del mundo académico, poniéndolos a discutir con otros científicos para alimentar ese mundo acotado. Así la discusión científica diluye su potencial político en el vaso de agua en el que se ahogan las discusiones de la ciencia social mientras un río de inversiones se vuelca sobre los avances científicos al servicio del capital.

Curiosamente, la despolitización en las ciencias sociales parece presentarse como una sobrepolitización de nicho, donde solo se innova en las formas en que el conocimiento social muta su expresividad (cada vez menos accesible), invirtiendo en carreras académicas que explotan a más no poder el giro lingüístico sin promover un conocimiento social con ambiciones holísticas, que genere herramientas para discutir los usos de las ciencias en otras disciplinas y generar un conocimiento útil para el pueblo, sobre cuya espalda se mantienen nuestras vidas universitarias.

¿Qué tipo de ciencia social deberíamos construir desde el legado de Marx? Una que se anime a los grandes proyectos teóricos, que busque dar respuestas en diversidad de planos y que integre esa diversidad en una mirada totalizadora: unidad en la diversidad. Exactamente lo contrario a lo que ocurre en nuestros días en los que la tendencia es a dividir el conocimiento en infinitas parcelas. Como advierte Néstor Kohan: “los marxistas no aceptamos la división del saber en disciplinas autónomas y autosuficientes”, pues esa es la forma en que el capital esteriliza el saber convencional. Somos tan especialistas en un campo del saber que, al salir de éste, solo atinamos a balbucear respuestas que llegan como ecos incomprensibles a la gente y sus problemas.

La ciencia debe ser discutida para saber si servirá a unos pocos o a la humanidad en su conjunto. Lo planteó el propio Marx en un trabajo escolar, a los 17 años:

“La principal guía que ha de dirigirnos en la elección de una profesión es el bien de la humanidad y nuestra propia perfección. No se debe pensar que estos dos intereses puedan estar en contradicción”. Alguien que trabaje para sí mismo “quizá llegue a ser un famoso erudito, gran sabio, excelente poeta, pero jamás podrá ser un perfecto y verdadero gran hombre” (…) “la religión nos enseña que el ser ideal al que todos nos esforzamos por imitar se sacrificó en beneficio de la humanidad (…) ¿Quién se atrevería a hacer caso omiso de estas consideraciones?”. (8)

CITAS:

(6,7,8) Francis Wheen (ob cit)

Federico Vaca Narvaja
- Estudiante de Sociología -