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Sobre el tradicional juego argentino
Truco y política
Por | Fotografía: Florencio Molina Ocampo
Foto: El truco es parte de la identidad nacional, pero no es saludable aplicar sus reglas a la política.
El truco es mentira, engaño, picardía criolla y entretenimiento. Aunque es un juego de cartas apasionante, es peligroso trasladar sus reglas a la política, donde debe imperar la transparencia y la verdad.
Publicada el en Reflexiones

No hay argentino que no recuerde momentos de su vida asociados a encuentros de amigos, con mate y partidas de truco. Ese juego de cartas, tan consustanciado con nuestra nacionalidad, en su dinámica más de una vez describe y escenifica nuestra realidad política cotidiana y hasta nos define en algunos perfiles que nos caracterizan como pueblo.

En el truco hay conciencia que se miente, que se dicen verdades a medias, aunque a veces se dice la verdad. Si se descubre la mentira se puede perder, -no necesariamente se pierde-, pero si no se descubre, se consigue ganar y lograr reconocimiento por el logro. Vale más el triunfo cuando se obtiene engañando a los otros y sin tener cartas buenas. En el jugador se valora además la habilidad, la verborragia, la audacia y la picardía. También se apuesta a la suerte. Es machista, en el juego el “macho” (as de espada) vale más que la “hembra” (as de basto). Asimismo, se recrimina al que no respeta las reglas, por ejemplo, inventarse un tipo de señas diferentes a las previstas, pero se festejan esas picardías si no son descubiertas. Lo mismo sucede en el caso de mirarle las cartas al adversario o preparar el mazo de cartas para obtener la mejor jugada en el reparto de los naipes (“hacer paquete”).

A lo que hay que sumar que en la jugada participan pocos -2 a 6 jugadores- y a los que no juegan les está prohibido denunciar las trampas. Ysi alguno o algunos de los que presenciaran el juego hicieran conocer una actitud tramposa de un jugador, hasta aquellos jugadores que se benefician con la denuncia, recriminarán a los denunciantes porque “los de afuera son de palo”. Los que no participan de la partida no tienen poder, solo pueden ver, oír y callar; eso si, están autorizados a elogiar y festejar las picardías de los que juegan y la habilidad para el triunfo, especialmente de los que ganaron utilizando la mentira con cierta “viveza criolla”.

Reglas del truco, no de la política

Como se ve, al explicar la dinámica del truco en algunos aspectos se presenta muy representativo de la vida política de la Argentina, a la mejor manera de los nuevos juegos de realidad virtual que se activan en las computadoras, celulares o en las playstation.

El juego del truco, en su funcionamiento, configura una verdadera escenificación de paisajes humanos de nuestro poder político en su comportamiento interno y en la interacción con la sociedad. Visto así, es necesario hacer un esfuerzo para distinguir lo que es regla del juego criollo del truco de lo que es una descripción de la realidad que nos toca vivir, en la relación del pueblo espectador con respecto a los participantes de lo que podemos llamar el juego de la política. Pero a diferencia del truco, que tiene un objetivo de divertimento, la comunidad toda debe tratar de cambiar algunas actitudes que valen para un juego como el truco, pero no para configurar una modalidad de la política en una sociedad democrática, con objetivos de bien común.

En democracia la regla debe ser la verdad y no admitir excepciones como las “posverdades” (fake news). No debe aceptarse el engaño como metodología para triunfar -típico aspecto del doble mensaje-, tan común en nuestras costumbres políticas electoralistas. La ley debe ser respetada por todos como el elemento civilizador que caracteriza al Estado de Derecho y en función de ello se tiene que rechazar toda salida tramposa que pretenda degradar la vigencia y credibilidad de las normas fundamentales y menos transformar en ley a las trampas, porque todo se vuelve tramposo.

La igualdad y la no discriminación deben ser las pautas de convivencia fraterna y solidaria entre el hombre y la mujer. Por su parte, las acciones de los poderes del Estado tienen que transparentarse e informar al pueblo adecuadamente de su accionar y no depender de señas o códigos secretos o ininteligibles, que marginen o permitan ocultar el debido control social respecto del desempeño del gobierno de turno.

Se debe poder denunciar las trampas y requerir justicia y castigo para quienes no respeten los derechos, los valores y los mecanismos propios del sistema, cuanto más si los responsables de las transgresiones ejercen funciones gubernamentales. Y por sobre todas las cosas la ciudadanía no puede ser una convidada de piedra ante aquellos que detentan el poder, porque en democracia los que tienen las cartas nos representan y el pueblo es el verdadero dueño del “mazo de naipes”.

El truco no tiene la culpa

No obstante lo señalado, no puedo dejar de rescatar y resaltar, con afecto, al gran juego criollo del truco, porque la simetría de su dinámica con la realidad política actual no es su culpa; pretendía y pretende sólo entretener. Además, me quedo con el truco en lo que tiene de mentor de alegría, cuna de lo fraterno y favorecedor de la fibra popular y poética. Una partida de truco es un espacio de expansión espiritual, escuela de solidaridad y raíz de nuestra identidad cultural. Estos perfiles del juego son importantes a fomentar y de eso debemos enorgullecernos cuando ellos nos definen y representan; lo demás es un desafío a trabajar entre todos en aras de construir un destino común mejor y dignificante, en democracia.

Miguel Julio Rodríguez Villafañe
- Abogado y periodista de opinión. Ex juez federal. -