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#PASO2021
El efecto Milei
Foto: Milei capitalizó el voto bronca en la ciudad de Buenos Aires.
Los encuestadores volvieron a fallar estrepitosamente y la sociedad le regaló el voto a quienes putearon más fuerte, provocando una inesperada crisis política en el país.
Publicada el en Reflexiones

La primera impresión no fue la que contó, como diría aquél comercial de una marca de reconocidos desodorantes. Es que los primeros sondeos aseguraban el triunfo del oficialismo en la madre de todas las batallas de este país siempre unitario, la provincia de Buenos Aires. Pero puede fallar, como dijo Tu Sam. Y fallaron por escándalo la mayoría de los encuestadores y los boca de urna en un nuevo papelón histórico. Una crispación casi silenciosa de muchos votantes, de hombres enfurecidos porque el fin de mes queda cada vez más lejos con un salario, cuando lo hay, que se escurre con la inflación. Y votaron a Milei, el intérprete de la efervescencia y la bronca. Por ahí, si Del Caño o Miriam Bregman putearan como él, tal vez hubieran crecido aún más de lo que lo hicieron. El economista excéntrico devenido en líder político y acaparando el descontento social que trae aparejado una crisis económica evidente, profundizada por cuarentenas sanitarias o desaciertos. Se va, se va la inflación de control y se evapora el salario. ¿Qué podía salir bien? El oficialismo perdió en diecisiete provincias, hasta en Santa Cruz, casi insignificante en el padrón electoral pero con un poder simbólico indiscutible por ser el lugar donde se originó el ciclo político que comenzó en 2003 y perdiendo, ganando, empatando sigue marcando en cierta forma el derrotero de la sociedad.

En la Ciudad de Buenos Aires la rompió Milei, pero el Frente de Izquierda arrimó un porcentaje que le permitiría llegar al Congreso Nacional con un diputado, escenario siempre esquivo a la izquierda en anteriores comicios. Marcelo Ramal se había quedado una vez en la puerta por pocos votos, ahora Myriam Bregman parece a punto de lograrlo. ¿Quiénes quedaron surfeando en el medio de la grieta, en la no tan ancha avenida el medio? Milei y el FIT. Este último supo aprovechar ese espacio que dejaron vacante movimientos como “Proyecto Sur”, de Pino Solanas, un progresismo que interpelaba a la ciudadanía y al espacio político con propuestas audaces, apurando un poco por izquierda pero sin estar embarrados en las contradicciones de la gestión.

Leandro Santoro conservó los 24 puntos porcentuales del peronismo en la Ciudad. No creció, no desbarrancó. Tuvo la fidelidad de los votantes de su espacio, no tanto más. “Quedate en casa”, rezaba la cuarentena sanitaria. Y la sensación es que el Frente de Todos se quedó en lo suyo.

En Provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas, se pintó mucho de amarillo el mapa con una interna atractiva de Juntos por el Cambio: Santilli le ganó a Manes por mucho menos de lo que permitía suponer el despliegue del aparato del Pro. El neurocientífico logró empatizar con una buena porción social y tomar probablemente muchos de los votos radicales que antes elegían a Margarita Stolbizer. Victoria Tolosa Paz perdió por retener sólo a los propios, retrocediendo veinte puntos respecto a la victoria contundente de Axel Kicillof en las elecciones a gobernador de dos años atrás. La votaron los convencidos, los fieles, aún con menos plata en el bolsillo. Los enojados con la crisis, los comerciantes que cerraron, los que cuentan cada día del mes como los presos, huyeron hacia otros espacios, incluso para propinar un castigo. El Frente de Izquierda superó a Espert. Y ambos superaron al desteñido Florencio Randazzo, que no pudo darle volumen a su espacio político. Sin ser ni una cosa ni la otra, terminó casi no siendo nada, porque los votos que no se guían por la grieta prefirieron virar a extremos libertarios o izquierdistas. Guillermo Moreno y su peronismo casi doctrinario ni siquiera alcanzaron el piso electoral para seguir participando en noviembre.

Esta nota es la del diario del lunes, después de la elección, cuando quedaron hechos polvo los sondeos, las certezas que se dibujaban el domingo en la pizarra de los analistas. El mayor desafío de la jornada electoral parecía consistir en responder cómo iban a ser interpretados los resultados relativos de un triunfo que se daba por descontado al menos en la provincia de Buenos Aires. Pero a partir de las 21,30, gracias al eficiente y rápido conteo, quedó sólo una interpretación posible: derrota del oficialismo, victoria de la oposición. “Balde de agua helada”, dijo Juan Grabois. Y agregó: “si no te despertás con eso. ¿Con qué?”. Un golpe que no alcanzó a verse, como un cross que surge iracundo casi por sorpresa para dar en la mandíbula.

Ahora viene el gran debate hacia dentro de los perdedores y también de los ganadores. ¿Cómo se repartirán, hacia el interior de la coalición gobernante, los costos de la derrota? ¿Quiénes capitalizarán la victoria? En los dos espacios, una efervescencia política que incluirá negociaciones, tironeos, mesas de crisis, posturas sobre la actitud a tomar de ahora en más.

En el caso de los perdedores, el desafío de radicalizarse o al menos insinuar un viraje económico para que haya más dinero en el bolsillo de la gente. Tomar nota de lo que el pueblo expresó en las urnas. En una época en que los oficialismos perdieron en muchos lugares del mundo ante el dolor inconmensurable de las vidas perdidas en la pandemia y la certeza de que los que sobrevivieron son ahora más pobres.

En el caso de los triunfadores, la disputa por quién encabezará el revitalizado espacio opositor. Sabiendo por experiencia que, lo que se gana, se puede perder en poco tiempo. Dos meses para las elecciones generales que se insinúa muy difícil de revertir  y dos años para la otra gran batalla, las Presidenciales en 2023. Dos años, en un país como la Argentina, es muchísimo tiempo.

Sebastián Giménez
- Escritor -