Esta historia comienza con una nena muy lectora y la biblioteca de un abuelo muy culto que escribía artículos para el diario más emblemático de Rio Cuarto (“El pueblo”) y les contaba cuentos –a ella y a su hermana- todas las noches, en un inolvidable ritual familiar. Mientras leía fábulas, novelas y cuentos, la niña se sumergía en la belleza de las palabras y las dibujaba en su mente. Esa muchachita fue creciendo y alguna profesora de literatura posó su mirada en las condiciones que tenía como alumna. Así la niña -que ya no era tan niña- empezó a fluir en algunos escritos de adolescente y luego trabajó en una radio como libretista. Impulsada por uno de sus compañeros participó en concursos literarios; el estímulo de su primer premio le recordó a la niña que fue su sueño de convertirse en escritora. Hoy Beatriz “Bachi” Salas tiene 16 libros publicados y siente que aquella niña curiosa vive en cada uno de ellos. Influenciada por todo lo que lee, algunos autores dejaron una marca en su vida, desde Marguerite Yourcenar en “Memorias de Adriano” hasta su colega más allegada, María Teresa Andruetto, en “Gente Conmigo”. “Me gustan las historias reales, historias transmutadas a través de la literatura, pero que te pegan con la fuerza de la realidad”, dice Salas, convencida de que cada escritor tiene su música, su cadencia y su manera de decir que le da ese encanto particular a cada obra
-¿Qué la llevó a escribir literatura infantil?
-El goce, el disfrute que me produce escribir para chicos y para todos. Pero cuando escribo le hablo a una niña, o a un niño, hay una complicidad un juego. Es una forma de relación, una forma de sanar también la propia infancia y las infancias de tantos niños. Por ejemplo a través de “Tomás y los tres invisibles”, la soledad de un niño la puedo contar a través de los tres personajes en donde cada uno tiene un duelo, un problema para resolver, ya sea porque se siente tonto, o porque se siente lento, o inútil. Todas esas cosas que a veces les pasan a los chicos, no las pongo tanto en el niño sino en los personajes que lo rodean. De alguna manera siento que sano yo y sano partes niñas que andan dando vueltas por el mundo. Además, los chicos tienen una cuestión de devolución inmediata, mediante el cariño y una admiración que se transmite en amor, un amor genuino. Eso es emoción, algo genuino y fresco.
-De todos los personajes de sus libros ¿Hay alguno que recuerde por algo en especial?
-Tomás, es un personaje que va y viene, que es chiquito, que tiene 15, que no crece más, es un personaje que siempre está en mi vida. Y que en un momento tuvo que ver con mi hijo, que ahora es un hombre, y por eso empecé con “Tomás el pensador de 15”, el tenía más o menos esa edad; pero después mi personaje bajó de edad, lo recuperé en otros libros, en “Tomás y los tres invisibles”, que es un chico de ocho años y los tres invisibles son sus amigos imaginarios. Es un cuento corto para chicos, que me encantó escribir. Así que sí: Tomás es mi personaje.
Desbordada en viejas reminiscencias, “Bachi” afirma que un día sintió que el amor por la escritura era tan fuerte que nadie hubiese podido impedir que se encontraran. Así, a pesar del poco tiempo que le dejaba el trabajo y el cuidado de sus hijos, ella y la palabra se comprometieron como dos viejos amantes.
-¿Qué inquietudes plantean sus últimos libros publicados?
- “Como si fuéramos golondrinas”, lo publicó una editorial de Rio Cuarto, “El Puente”. Siempre me habían quedado esas imágenes de los inmigrantes que no tienen a donde llegar, que son discriminados, que se mueren en bálsamos en el río o en el mediterráneo. Siempre está esa incapacidad que tenemos los seres humanos de recibir sin juzgar. Entonces eso que me lastima y no lo quiero transformar en una nota periodística, lo vuelco de otra manera. Busco la manera de mirar también desde abajo, desde la altura de un perro, contar lo que pasa en el mundo. Juzgar a partir de los zapatos de la gente, escuchar las conversaciones y jugar como un niño a no entender lo que dicen; jugar a no juzgar, es decir, están las conversaciones de los hombres que rechazan y los perros que escuchan y van de un lugar a otro, pero ellos no juzgan. Al lector en todo caso le queda la tarea de tomar posición.
-¿Qué representan las golondrinas en esas ficciones?
-Los perros ven las golondrinas que van y vienen. En Estados Unidos son recibidas con todos los honores, con campanadas, con fiestas. La idea radica en esto, en ser recibidos -nosotros los humanos- como si fuéramos golondrinas. Los personajes son totalmente marginales: perros de la calle, sucios, cuidados por algunos y pateados por otros.
-¿Y quién es Mimí Dudand?
-A Mimí Durand la presentamos el año que viene, nace de algo más íntimo, de la duda que tenemos todos; salgo o me quedo, me querrán no me querrán… La duda es tan de los niños y tan de humanos, aunque algunas personas parezcan tan seguras. No me incluyo entre los que parecen tan seguros y Mimí es un ser que no sabe ni quién es, a tal punto de que su nombre se representa en signos de pregunta, la eterna pregunta de ¿Quién soy? Es uno de esos personajes que a mí me gustan, insignificantitos, chicos, que parece que no sirven para nada y de repente te asombran.
-¿Se siente identificada con aquello de “ser chiquita y después desplegar”?
- Hay un punto en el que me siento identificada porque, por ejemplo, uno de mis cuentos favoritos es El patito feo. Es un poco la aventura humana, del ser humano: crecer, sentirse chiquitos por momentos y después desplegar, pero no para brillar hacia el exterior, sino dentro de sí mismos, para poder responder: ¿Quién soy?.
“Bachi Salas” es amante del silencio, la música y la conversación con amigos. Es una fiel creyente de que la convicción de la palabra, su capacidad transformadora y la magia que habita en los cuentos puede ayudarnos a crecer. Ella escribe historias donde existe esa tensión entre lo que duele y el mundo que deseamos para vivir.
-Hay una frase que dice “Rómpele el corazón a un artista para que pueda desplegar su creatividad” ¿Cree que tiene algo de cierto?
-Sí, algo de cierto tiene. Te puedo decir que leí estos días esa noticia del niño al que le pusieron un escorpión en la panza. Leyendo esa noticia de que sus propios compañeros le hicieron ese gesto atroz de bullying se me rompió el corazón. Y con el corazón roto intento escribir algo que no sea una nota periodística. Lo que escribo lo hago con el corazón roto porque en un punto, como dice la escritora Clarice Lispector, “los que escribimos lo hacemos para hablar por los que no pueden, por los que han sido humillados”. No sé si siempre hablo por los humillados, pero sí hablo porque puedo, porque tengo una voz para decir aquello que rompe.
-¿El corazón solo se rompe por el dolor?
- No, obviamente también se puede romper por la belleza, y te puedo contar como se puede romper mi corazón por la belleza. Una vez trabajando en un programa de alfabetización nos contactamos con José Luis Serrano porque algunos admiraban a Doña Jovita. Le pedimos que nos mandara un mensaje por el día de la alfabetización. Y lo hizo con un respeto, amor y generosidad. Nos dijo sí en el primer momento, sin ninguna soberbia. Y después me siguió mandando cosas para la gente que se estaba alfabetizando, sin conocerme y sin conocerlos a ellos, respetando quizá el contexto que yo le transmitía. Eso me produjo el efecto “Stendhal”. Me gustaría escribir algo sobre el “efecto serrano”, porque me rompió el corazón con su bondad y su belleza. Siempre hay algo que se nos sacude para poder escribir.
-¿Qué siente cuando mira para atrás y ve todo lo que logró?
- Siento que hice lo que quería. De chiquita dije “quiero ser escritora”, nunca dije “quiero ser famosa”. No es la fama, sí es respeto. Siento mucho respeto y cariño, recibo afecto de los maestros, las maestras, los niños. Si miro para atrás es una parte de lo que yo quería en mi vida, que completa la parábola, el círculo, y eso está bien para mí.
La mujercita que vive dentro de la escritora se asoma a través del brillo en sus ojos, orgullosa de lo construido y de lo que todavía falta por crear.