Crónicas
Entrevistas
Actualidad
El Kiosco virtual
Reflexiones
Cultura
Música
Cine
Libros
Galería Magalú
Galerías multimedia
Quiénes Somos
Revista El Sur
Staff
Ediciones en papel
Suscripcion
Guerra y Medios de Comunicación
Trabajar seriamente para la paz
Foto: La censura no es la solución para evitar coberturas irresponsables y descontextualizadas de la guerra.
Ninguna forma de imperialismo, de dominio autocrático, de agresión, de explotación y de colonialismo, pueden presentarse como garantía para que no estallen conflictos bélicos.
Publicada el en Reflexiones

La vocación por la paz nos debe obligar a esforzarnos, en medio de los conflictos, para dar razones de vida y evitar que la seducción de la violencia irracional imponga sus argumentos de muerte.

            La Organización de las Naciones Unidas (ONU) afirmó en 1946que la libertad de información y la calidad de la misma “constituye un elemento esencial de todo esfuerzo serio para favorecer la paz y el progreso en el mundo”, (Resolución Nº 59).

            A su vez, la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), de jerarquía constitucional en Argentina (art. 75, inc. 22 de la Constitución Nacional) dispone que “estará prohibida por la ley toda propaganda en favor de la guerra”, (art. 13, inc. 5), o sea, uno de los límites de la libertad de expresión es la prohibición de la apología de la guerra.

            Lo referido deja en claro la necesidad de optimizar, en calidad y verdad, la información que se emita respecto de la guerra en general y en particular a la desatada actualmente entre Rusia y Ucrania, evitando toda apología directa o indirecta de la misma.

            Hay que evitar prestarse a las maniobras mediáticas que manipulan la realidad como cuando en el año 2003 se buscó convencer al mundo que se justificaba invadir Irak, como lo hizo Estados Unidos, porque se afirmaba que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva, las que nunca se encontraron. Y sin embargo nada se dijo que antes, como contracara paradójica, en la guerra entre Irak e Irán, porque le convenía, ya que estaba enfrentado a Irán, los Estados Unidos impidieron que la ONU condenara directamente a Irak por el uso de armas químicas. Al respecto, basta recordar que en marzo de 1988 aviones del Ejército de Hussein descargaron contra el pueblo kurdo, en lo que se llamó la masacre de Halabja, más de 440 bombas de napalm, gas sarín, tabún y mostaza. Dicho ataque con armas químicas fue el mayor en la historia, llevado adelante en un lugar con población civil y 7.000 personas murieron directamente, más de 10.000 personas resultaron con graves heridas o efectos irreversibles en su salud.

Guerras silenciadas

            No hay paz si no se asegura el pleno respeto de los derechos humanos. Nada justifica el sufrimiento de inocentes. La paz implica la firme voluntad de defender la dignidad de todas las personas. Ninguna ofensa a la dignidad humana puede ser tolerada, cualquiera sea su origen, modalidad, excusa con la que se la quiera justificar o el lugar en el que sucede. La historia demuestra que la indiferencia ante ello ha sido la antesala de grandes crímenes de lesa humanidad a personas y pueblos.

            Tampoco se puede ocultar al análisis los dolores de pueblos que padecen guerras, con muertos, heridos, hambrunas, desplazamientos forzados y tantos sufrimientos, que se terminan justificando cruelmente, casi como efectos colaterales, de una tranquilidad armada, en defensa de algunos intereses de naciones o grupos poderosos que buscan sólo sus objetivos económicos y políticos.

            En el contexto de la actual guerra entre Rusia y Ucrania es esencial preocuparse del sufrimiento de los pueblos implicados como el ucraniano, ruso y el de los habitantes de Donetsk y Lugansk. Hay que tener presente también, el “Holodomor” (1932/1933), genocidio por hambre que sufrió el pueblo ucraniano por orden de Stalin, con más de 7.000.000 de muertos. Todo ello con las graves heridas que eso deja. Nikita Kruschev, que era ucraniano, después de la muerte de Stalin y como compensación de lo sufrido por el genocidio, cedió Crimea a Ucrania, decisión política cuyas consecuencias se padecen aún hoy.

            También hay que mencionar los problemas que sufrieron y sufren por guerras actuales o recientes otros pueblos como los afganos, armenios, palestinos, israelíes, yemenitas, sirios, iraquíes, libios, sarahuís (Sahara Occidental), etíopes, sudaneses, mozambiqueños, birmanos de Myanmar, haitianos, entre muchos otros, en un mundo que muchas veces mira para otro lado o se ocupa de vender las armas.  

            Ninguna forma de imperialismo, de dominio autocrático, de agresión, de explotación y de colonialismo, pueden presentarse como garantía de paz.

            Tampoco la paz se sustenta en el equilibrio de los armamentos de las naciones. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tiene como objetivo garantizar la seguridad de sus miembros a través de medios políticos y militares. O sea que su verdadera política la sustenta en el poderío militar al servicio de los intereses de quienes manejan la organización, particularmente Estados Unidos y la Unión Europea. Su vocación de expansión genera incertidumbre y preocupación legítima a quienes no pertenecen a dichas estructuras, como a Rusia y sus países aliados.

            Por otra parte resulta inaceptable que el presidente de Rusia Vladímir Putín invada Ucrania y amenace con la posible utilización en el conflicto de armas nucleares de destrucción masiva.

            Hay que actuar en contra de la filosofía de la violencia, de la superficialidad mentirosa en algunos análisis periodísticos o de redes sociales, de los mensajes de odio y tantas maneras de justificar la guerra como salida posible en el contexto de lo que se llama las guerras híbridas.

            La ONU, en su Declaración sobre una Cultura de Paz”, el 13/09/1999, por Resolución 53/243 sostuvo en las consideraciones previas que “la paz no sólo es la ausencia de conflictos, sino que también requiere un proceso positivo, dinámico y participativo en que se promueva el diálogo y se solucionen los conflictos en un espíritu de entendimiento y cooperación mutuos”. En su parte dispositiva refiere que “una cultura de paz es un conjunto de valores, actitudes, tradiciones, comportamientos y estilos de vida”, que se basa, en: “a) El respeto a la vida, el fin de la violencia y la promoción y la práctica de la no violencia por medio de la educación, el diálogo y la cooperación; b) El respeto pleno de los principios de soberanía, integridad territorial e independencia política de los Estados y de no injerencia en los asuntos que son esencialmente jurisdicción interna de los Estados, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y el derecho internacional; c) El respeto pleno y la promoción de todos los derechos humanos y las libertades fundamentales; d) El compromiso con el arreglo pacífico de los conflictos; e) Los esfuerzos para satisfacer las necesidades de desarrollo y protección del medio ambiente de las generaciones presente y futuras; f) El respeto y la promoción del derecho al desarrollo; g) El respeto y el fomento de la igualdad de derechos y oportunidades de mujeres y hombres; h) El respeto y el fomento del derecho de todas las personas a la libertad de expresión, opinión e información; i) La adhesión a los principios de libertad, justicia, democracia, tolerancia, solidaridad, cooperación, pluralismo, diversidad cultural, diálogo y entendimiento a todos los niveles de la sociedad y entre las naciones; y animados por un entorno nacional e internacional que favorezca a la paz” (artículo 1).

            La paz es posible.

Miguel Julio Rodríguez Villafañe
- Abogado y periodista de opinión. Ex juez federal. -