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#CasoDalmasso
La parábola del perfecto asesino
Por | Fotografía: Archivo El Sur
Foto: Marcelo Macarrón y su hijo Facundo. El viudo de Nora Dalmasso está acusado de haber pagado para asesinar a su esposa.
Hoy comienza el juicio oral y público contra Marcelo Macarrón, acusado de haber asesinado a su esposa, Nora Dalmasso, la madrugada del 25 de noviembre de 2006.
Publicada el en Crónicas

De las tres novelas que se escribieron inspiradas en el mediático caso Dalmasso, ninguna imaginó que, quince años después del crimen, el viudo Marcelo Macarrón se sentaría solo en el banquillo, acusado de pagarle a un sicario para asesinar a su esposa mientras él disputaba un torneo de golf en Punta del Este. Un final tan improbable como incomprobable será demostrar esa acusacion en el debate oral y público que se hará desde el lunes 14 del corriente en el imponente edificio de los nuevos tribunales de Río Cuarto, con la presencia de ocho jurados populares y tres camaristas. Y la previsible presencia de decenas de corresponsales de medios de comunicación de todo el país. Marcelo Macarrón, el traumatólogo amante del golf, la frivolidad y la figuración social llega al juicio sin haber permanecido un solo día preso, pese a que en el último lustro sumó dos acusaciones de inusitada gravedad: autor material y/o instigador del asesinato de su esposa. El penúltimo fiscal que tuvo la causa, Daniel Miralles, puso en duda su coartada perfecta -estaba en Punta del Este- y, aferrado a la prueba genética, lo acusó de viajar en un vuelo clandestino para asesinar a su esposa y regresar esa misma madrugada a Uruguay. Cuando tenía que fundamentar la elevación de la causa a juicio, renunció al expediente. Cuando quiso volver ya era tarde: el juez de control Daniel Muñoz no pudo frenar los embates del inefable Marcelo Brito, que logró que la Cámara Segunda del Crimen lo apartara. Lo sucedió Luis Pizarro, el fiscal que persigue perejiles en el fuero provincial contra el narcotráfico, que al leer el expediente armó el rompecabezas del encubrimiento (delito largamente prescripto) al viudo, pero sugestivamente renunció a la única prueba científica de la causa: el ADN de Marcelo Macarrón hallado en el cuerpo de la víctima y la escena del crimen, señal “indubitable e incontrastable” -como advirtiera Javier Di Santo, primer fiscal de la causa- de su presencia en el lugar del homicidio. Prefirió en cambio sindicar a Macarrón como instigador del crimen y acusarlo de pagarle a uno o más sicarios (no identificados) para cometerlo, sin precisar cuánto, dónde ni cómo se hizo el pago. Eso sí, para el fiscal las instrucciones fueron precisas: además de matarla, debían “sexualizar” la escena del crimen para castigar la infidelidad de la víctima y confundir a los investigadores.

Les amantes

Si algo caracterizó el comportamiento de la familia Macarrón en los tres lustros que lleva la investigacion del crimen de Nora Dalmasso fue el cinismo, expresado sin pudor desde la primera conferencia de prensa brindada por el viudo en el hotel Opera ante decenas de micrófonos y cámaras de televisión de todo el país: “Si se equivocó en este último tiempo, la perdonamos”, dijo, magnánimo, dando por ciertos los rumores -plantados por su propio entorno- de los supuestos amantes de su esposa, devenida en irresistible femme fatal de la promocionada “ciudad de encuentros” del sur cordobés (créase o no, ese era el slogan oficial del gobierno municipal de entonces). Pero el único amante que en realidad tenía Nora Dalmasso era un oscuro contador -Guillermo Albarracín- casado con una amiga suya de Villa Golf Club. Paradójicamente, Albarracín cenó con Macarrón en Punta del Este el mismo fin de semana que asesinaron a Nora.

El magnánimo Macarrón sostenía a su vez una relación paralela desde hacía veinte años -antes incluso de consumar su matrimonio con Nora- con Alicia Cid, una vitralista que trabajaba en Tribunales. En el puntilloso auto de elevación a juicio elaborado por Pizarro se asigna especial relevancia a la declaración de Alicia Cid, la amante de Macarrón que después del crimen se refugió en un convento de monjas en San Luis y, presa del terror y la incredulidad, nunca volvió a Rio Cuarto.

Quién sabe Alicia

Alicia Cid fue interrogada por primera vez por Di Santo. Fue el propio Macarrón quien la introdujo en la causa al declarar “espontáneamente” como testigo que había tenido relaciones íntimas con ella “esporádicamente” tres años atrás. Apenas había pasado un mes del crimen y el propio entorno de Macarrón habían convertido a Nora en una virtual predadora de hombres. Citada a declarar por Di Santo, según consta en su declaración en el expediente, Cid negó en forma tajante dicha relación. Once años después, por orden del quinto fiscal de la causa, se la contactó telefónicamente: “Ustedes no conocen las razones por las que yo declaré así, yo tengo miedo de terminar muerta como ella, yo tengo miedo”, le dijo Alicia a los incrédulos investigadores riocuartenses. La mujer estaba radicada en San Luis y tenía terror de volver a Río Cuarto. El fiscal la citó a declarar en la ciudad de Córdoba, al amparo de la ley de víctimas de delito, y le aseguró que su declaración no trascendería a la prensa, para lo cual dispuso el secreto de sumario en la causa. Su declaración fue inquietante. Contó que Macarrón la llamó unos quince días antes del crimen de su esposa para invitarla a pasar un rato juntos. Ante su negativa, el traumatólogo soltó una frase que quedaría grabada en Alicia:- Te vas a arrepentir.- ¿De qué me voy a arrepentir?- Ya te vas a enterar. El encuentro finalmente se produjo en su casa, a una semana del crimen. Para su sorpresa, Macarrón la invitó a Punta del Este. Ella se negó: más de una decena de golfistas acompañaría a su amante y no tendría modo de explicar su presencia. - Tenés que viajar más, salir de la ciudad-, insistió Macarrón. Ese fin de semana Alicia viajó a Pergamino, provincia de Buenos Aires. Volvió el domingo 26 de noviembre, el mismo día que descubrieron el cadáver de Nora en Villa Golf. Después del crimen de Nora, Alicia continuó durante varios meses sus encuentros con el viudo. Asediada por el periodismo, temerosa, inquieta, presa de una inesperada fobia social, empezó un tratamiento psiquiátrico que la llevó a separarse de Macarrón, que por entonces iniciaba una relación amorosa con la abogada Pía Cardoso, que fue tres meses presa por integrar una asociación ilícita que evadía impuestos estafando a indigentes. En su declaración testimonial, Alicia admitió que tenía miedo de terminar como Nora: “Me cuidaba de tener las ventanas cerradas, miraba constantemente por el espejo retrovisor del auto, casi no manejaba y tenía temor de entrar el auto en la casa, me movía en un remís porque los periodistas me acosaban todo el tiempo”.- ¿El miedo que sentía era solo a los periodistas?-, preguntó el fiscal.- No, tenía miedo real, miedo a que me mataran-, insistió la amante de Macarrón. En su extensa declaración, Alicia definió a Macarrón como un “pijotero”, falso y violento. Incluso dejó entrever que ejercía violencia de género contra su esposa y dijo que no soportaba haberse enterado por los medios que su hijo Facundo era homosexual: “A los pocos días de haber quedado viudo me dijo que su hijo era gay. Estaba totalmente triste, avergonzado, me dijo que no lo sabía ni se lo imaginaba. Parecía mucho más preocupado por la condición sexual de su hijo que por haber perdido a su mujer”.

(Nota completa en la edición impresa de revista El Sur, de venta en kioscos de la provincia de Córdoba)

Hernán Vaca Narvaja
- Periodista y escritor -