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A 40 años de Malvinas
Soberanía, imperialismo y derechos humanos
Foto: El desaparecido canciller Héctor Timerman defendió con nobleza la causa Malvinas en los foros internacionales.
La causa Malvinas en la geopolítica actual se encuentra atada a las principales contradicciones que no hemos logrado superar como país.
Publicada el en Reflexiones

El 2 de abril se conmemoran los 40 años de la guerra de Malvinas. Fue una efímera recuperación de soberanía tras la invasión colonial iniciada el 3 de enero de 1833 por el imperio británico. Analizar la cuestión de Malvinas es conjugar aristas que hasta la actualidad expresan las principales contradicciones que no ha logrado superar el país.  La causa de Malvinas es una lucha sostenida a lo largo de cuatro décadas en diferentes frentes: desde la educación primaria con veteranos visitando recintos escolares para transmitir lo ocurrido a las nuevas generaciones, hasta decenas de denuncias elevadas al Comité Especial de Descolonización de la ONU y demás foros internacionales.

Recordar las fervorosas palabras que resonaron en la ONU por parte del difunto ex canciller Héctor Timerman permiten entender que a los ingleses nunca les interesó respetar la soberanía de otros estados: “Oponerse al diálogo es negar al otro el derecho a expresar en forma pacífica su posición. Oponerse al diálogo significa dejar sentada una posición de fuerza frente a la debilidad del que ha sido despojado. ¿Cómo puede un país negarse a cumplir una decisión que fue expresada más de 40 veces en las Naciones Unidas? ¿Qué derecho tiene el Reino Unido a exigir a otro país que se atenga a las resoluciones de las Naciones Unidas cuando es él quien no las cumple? No existe una Carta de las Naciones Unidas para unos y otra para otros; ni resoluciones de aplicación selectiva o antojadiza según la conveniencia de cada uno. Admitir lo contrario es permitir un doble estándar en el respeto del derecho internacional que a todos y cada uno de nosotros nos obliga y nos protege”, fueron las palabras pronunciadas por el canciller argentino en Nueva York, el 26 de junio de 2014.

Casi 190 años en conflicto por el control de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos circundantes expresan la voluntad inclaudicable de recuperar ese territorio. Islas que geográficamente se encuentran ubicadas a 14.000 km de distancia del Reino Unido, donde no existe evidencia comprobable de que alguna vez la corona inglesa o pueblos sajones hayan habitado esos lares, forman parte de los datos empíricos por los cuales varios gobiernos argentinos han reafirmado durante estas cuatro décadas el derecho argentino sobre ese territorio circundante de la plataforma marítima argentina, como también la integra parte de la Antártida.

Un episodio memorable de esta voluntad inclaudicable es el ocurrido durante 1966, en la crónica que narra el director de la revista Así y del diario Crónica, Héctor Ricardo García, titulada “Yo ví flamear la bandera argentina en las Malvinas”. Cuenta que un grupo de militantes de la Juventud Peronista, liderados por Dardo Cabo, se contactaron con él y lo invitaron a formar parte del “Operativo Cóndor”, que consistió en secuestrar el vuelo 648 -un avión DC4 de Aerolíneas Argentinas con destino a Río Gallegos- que hicieron aterrizar en las Islas Malvinas la mañana del miércoles 28 de septiembre, donde hicieron flamear la bandera argentina en aquel archipiélago usurpado por los ingleses.

Lamentablemente no todos los gobiernos han sostenido el reclamo de soberanía con el mismo énfasis, preocupación ni interés. Luego de la dictadura de Galtieri, que mandó al frente de batalla a jóvenes desprotegidos y pobres de las provincias del interior que en su mayoría se encontraban haciendo el servicio militar obligatorio, los veteranos de guerra sufrieron la continuidad civil de aquel proyecto imperialista. Macri, siendo presidente en 2016, vetó los beneficios jubilatorios a los ex combatientes, que habían sido aprobados por unanimidad en el Congreso Nacional. También funcionarios de su gobierno reiteraron grotescos “equívocos” al borrar del mapa nacional a las Islas Malvinas o, cuando las incluían, mencionarlas con su denominación inglesa.

Coordenadas posibles

Para pensar Malvinas es preciso recopilar datos y analizar, ver quiénes fueron los aliados del bando invasor, qué dijo la opinión internacional, toda información útil en el arduo trabajo de construir memoria histórica. Admitir que es complejo marcar fronteras que limiten el análisis, pero pensar las coordenadas desde donde es mejor introducirse a la cuestión de Malvinas y evitar reducir el hecho entre bandos enemigos, “extranjeros y locales”; “buenos y malos”, “ingleses y argentinos”, etc.

La mirada nacionalista sobre Malvinas comete el error de pensar que Argentina es una sola, que somos todos compatriotas y en aquella disputa tiramos juntos de la soga para el mismo lado. No fue así en 1982, ni lo fue en 1810 y tampoco lo es ahora. Esa visión homogeneizante de la cultura y del sujeto nacional no hace más que incrementar las diferencias porque niega los matices, no resuelve democráticamente los desacuerdos y sólo abraza a los representantes de su interés. Este extravío político suele desembocar en posturas peligrosamente retrógradas para la vida institucional de un país, de contenido xenófobo, racista y reaccionario. Así lo demuestra la historia del nacionalismo alemán y los nazis, el italiano y los fascistas, el yanqui y el KKK, por nombrar algunos casos conocidos.

El debate debe plantearse sobre el ser nacional, que no es sinónimo de nacionalista. Alguna vez, allá por el año 1963, un escritor oriundo de Pergamino –Juan José Hernández Arregui- publicó un librito recomendable sobre este asunto. Lo llamó “¿Qué es el ser nacional?”. La cuestión Malvinas está atravesada por ese núcleo problemático de lo nacional. Las principales contradicciones que impiden el desarrollo soberano de nuestro país giran en torno al centralismo porteño - la fragmentación nacional - la dependencia económica devenida en política - el rol del ejército nacional – y el imperialismo.

La ocupación militar que tantas veces resistimos frente a españoles, portugueses, ingleses y franceses, no cambió el rostro al momento de la intervención en Malvinas. Fue una invasión militar clásica. Sin embargo, aparecen en la actualidad nuevos rostros en la intervención imperialista que no se parecen a los del S. XX: el lawfare; el “periodismo de guerra”; la deuda externa y la fuga de capitales, brazos del modelo de valorización financiera; el narcotráfico; la pobreza estructural; las zonas de sacrificio ambiental; entre otros.

Tras la derrota en la guerra de Malvinas, la vía militar que adoptó el proyecto imperialista iniciado en 1976 no logró recomponerse y se desplomó. Pero se derrumbó la vía militar, con lo cual los Videla, los Galtieri y los Massera no pudieron tener participación política después del terrorismo de Estado, no pudieron formar partidos y presentarse a elecciones. Por el contrario, fueron juzgados y condenados a cárcel común.

La Argentina actual vive el período ininterrumpido de democracia más largo de su historia, pero sus índices económicos, de desempleo y pobreza, superan diez veces a los índices previos al ‘76. Es el imperialismo cambiando sus máscaras y las vías de intervención el que, a través del neoliberalismo y el FMI condiciona una democracia liberal que nos vemos obligados a defender hasta acumular la fuerza suficiente y construir una democracia mejor.

Hay que pensar Malvinas desde coordenadas bien nítidas: el antiimperialismo y los derechos humanos. Dos coordenadas que nos ubican como país en el mundo y como proyecto de sociedad frente a la violencia opresora desencadenada por los de afuera y los de adentro. Si alguna vez Antonio Gramsci se preguntó: “¿Es la política interior la que determina la exterior o viceversa?”, fue Timerman quien desarrolló la cuestión: “Tengan por seguro que nuestra afirmación acerca de la falta de vigencia de un orden internacional igualitario no hace referencia únicamente a la cuestión de las Islas Malvinas. Hay numerosas situaciones por las que atraviesan nuestros países, principalmente los más débiles, que requieren del cumplimiento de las resoluciones que aprueban por amplia mayoría los órganos resolutivos de organismos internacionales como la ONU. En algunos casos, está en juego su propia supervivencia.”

Yael Ardiles
- Estudiante de Ciencia Política. -